5/05/2017, 13:14
Akame ojeó el panorama mientras se descolgaba la mochila de los hombros y la dejaba apoyada en la pared, junto a la chimenea y su mesa. Allí se podían ver los típicos rostros de una posada en el camino cerca de un punto de cruce entre países como lo era el Valle del Fin; caras pálidas, propias de Arashi no Kuni. Bronceados y ojos verdes, exóticos, de Mori no Kuni. Y rostros que a él se le antojaban más familiares, seguramente de Uzu no Kuni. Hubo una figura que le llamó la atención, sentada en la mesa más próxima a la de ellos. Un tipo envuelto en una capa de viaje, con la capucha calada hasta la nariz. «Se debe estar asando como una patata al horno...», pensó el Uchiha.
Eri se sentó a su lado, desplegando el mapa y una pregunta. Akame no compartía su optimismo —ya iban con retraso, pues se suponía que aquella noche debían haber llegado ya al Valle—, pero aun así no estaba dispuesto a dormir al raso con aquella tormenta sobre su cabeza.
—Sí, creo que será lo mejor —admitió, mientras le hacía señas a una de las meseras para que les tomase nota—. Creo que deberíamos empezar a buscar en Yachi, tiene sentido que haya parado allí nada más cruzar la frontera.
La jovencita que atendía aquella parte del comedor se acercó apresuradamente y, con gesto sencillo, les preguntó qué querían. Akame echó un vistazo a su cartera —menguada desde que salieran de la Aldea— y pidió un té muy cargado y cualquier guiso de carne que tuvieran en la casa. La chica lo anotó en un pequeño bloc y luego miró a Eri, expectante.
—De todos modos... —musitó Akame, una vez la kunoichi hubo pedido—. ¿Qué haremos cuando... si damos con él? Dudo que vaya a aceptar unas disculpas y ya está. Podría sospechar que el pergamino de Shiona-sama es en realidad una trampa... Yo lo haría.
Eri se sentó a su lado, desplegando el mapa y una pregunta. Akame no compartía su optimismo —ya iban con retraso, pues se suponía que aquella noche debían haber llegado ya al Valle—, pero aun así no estaba dispuesto a dormir al raso con aquella tormenta sobre su cabeza.
—Sí, creo que será lo mejor —admitió, mientras le hacía señas a una de las meseras para que les tomase nota—. Creo que deberíamos empezar a buscar en Yachi, tiene sentido que haya parado allí nada más cruzar la frontera.
La jovencita que atendía aquella parte del comedor se acercó apresuradamente y, con gesto sencillo, les preguntó qué querían. Akame echó un vistazo a su cartera —menguada desde que salieran de la Aldea— y pidió un té muy cargado y cualquier guiso de carne que tuvieran en la casa. La chica lo anotó en un pequeño bloc y luego miró a Eri, expectante.
—De todos modos... —musitó Akame, una vez la kunoichi hubo pedido—. ¿Qué haremos cuando... si damos con él? Dudo que vaya a aceptar unas disculpas y ya está. Podría sospechar que el pergamino de Shiona-sama es en realidad una trampa... Yo lo haría.