5/05/2017, 20:34
Akame soltó una carcajada amarga ante la réplica de su compañero de Aldea. Aquellas palabras parecían más propias de un hombre adulto o incluso anciano, con cientos de malas experiencias a sus espaldas, que de un gennin recién graduado. Sin embargo, él no podía evitar pensar —y que conste que lo estaba intentando con todas sus fuerzas— que también le gustaría olvidar aquel día de mierda. Y, sobretodo, todos los que vendrían después, en los que tendría que cumplir muchas más misiones de rango D como aquella. Sólo esperaba que fuesen aburridas, a secas. Sin complicaciones como las que había tenido aquel día.
—Nihonshu —repitió Akame, poco convencido.
Sabía que Haskoz iba a intentar convencerle con todo tipo de argumentos; que no sería fácil escapar de él. Pero... ¿Lo intentaría siquiera? La voz de Kunie resonó en su mente, recitando aquellas interminables lecciones que le hacía memorizar hasta creer que habían surgido de sus propios pensamientos. Recordó la oscuridad del subterráneo —en aquellos tiempos nunca le había parecido tan lóbrego—, el frío de la piedra, el calor de las antorchas. Recordó a Jōdai-sama y su terrorífica máscara de porcelana.
Haskoz realizó una curiosa técnica sobre su bandana para convertirla en una copa. Akame sonrió con aire ausente. «Qué irónico». Tomó la copa con una mano y esperó a que su compañero le sirviese alcohol.
Recordó entonces la respiración agitada, los movimientos fluidos. La tenue luz de las antorchas. El corazón martilleándole el pecho. Recordó el peso del Lamento de Hazama en su mano buena, y la mirada de terror de un chico y el tacto pegajoso de su sangre negruzca. Se le formó un nudo en la garganta... Y bebió de un tirón para deshacerlo. No fue un trago tímido, curioso, sino un gesto natural y amargo. Sintió como si lo hubiese hecho un millón de veces.
El líquido le abrasó la boca y siguió quemándole hasta llegar al estómago. Akame tosió una sola vez, y luego se limpió los labios con el dorso de la mano libre. Tendió al copa a su compañero.
—Por todos los dioses, está asqueroso.
Tosió una segunda vez y empezó a notar un hormigueo en la boca y un tic en los dedos de la mano derecha. Dirigió una mirada furtiva al bolsillo derecho de su pantalón militar...
«No».
—Nihonshu —repitió Akame, poco convencido.
Sabía que Haskoz iba a intentar convencerle con todo tipo de argumentos; que no sería fácil escapar de él. Pero... ¿Lo intentaría siquiera? La voz de Kunie resonó en su mente, recitando aquellas interminables lecciones que le hacía memorizar hasta creer que habían surgido de sus propios pensamientos. Recordó la oscuridad del subterráneo —en aquellos tiempos nunca le había parecido tan lóbrego—, el frío de la piedra, el calor de las antorchas. Recordó a Jōdai-sama y su terrorífica máscara de porcelana.
Haskoz realizó una curiosa técnica sobre su bandana para convertirla en una copa. Akame sonrió con aire ausente. «Qué irónico». Tomó la copa con una mano y esperó a que su compañero le sirviese alcohol.
Recordó entonces la respiración agitada, los movimientos fluidos. La tenue luz de las antorchas. El corazón martilleándole el pecho. Recordó el peso del Lamento de Hazama en su mano buena, y la mirada de terror de un chico y el tacto pegajoso de su sangre negruzca. Se le formó un nudo en la garganta... Y bebió de un tirón para deshacerlo. No fue un trago tímido, curioso, sino un gesto natural y amargo. Sintió como si lo hubiese hecho un millón de veces.
El líquido le abrasó la boca y siguió quemándole hasta llegar al estómago. Akame tosió una sola vez, y luego se limpió los labios con el dorso de la mano libre. Tendió al copa a su compañero.
—Por todos los dioses, está asqueroso.
Tosió una segunda vez y empezó a notar un hormigueo en la boca y un tic en los dedos de la mano derecha. Dirigió una mirada furtiva al bolsillo derecho de su pantalón militar...
«No».