6/05/2017, 14:56
(Última modificación: 29/07/2017, 02:03 por Amedama Daruu.)
Eran ellos, sin ninguna duda. Eri y Akame, eran sus nombres. Pero el chunin que había ordenado su ejecución no estaba con ellos. Eso lo tranquilizó un poco. Seguía siendo un dos contra uno, pero eran genins, como él, y ya les había conseguido burlar una vez. ¿Y si cogía una bomba de humo discretamente y...? Su mano se deslizó hacia el interior de la capa de viaje, se movió prácticamente sóla hacia el portaobjetos y...
...se detuvo.
«Eso llamaría demasiado la atención. No. Mierda, delante de mí hay una chimenea, detrás están ellos, a la izquierda...»
Un par de mesas vacías, y más allá, la ventana. Cerrada, pero eso no era un problema.
«Pero, ¿otra vez el mismo truco? Tengo que pensar... Joder, joder, voy a morir.»
— En breves llegaremos al País de la Lluvia... — Alegó, llevando el mapa hacia Akame. — Quizá mañana demos con él, ¡por fin! — Exclamó, alegre. — Pero antes... ¿Deberíamos pasar aquí la noche?
«Hasta ella quiere matarme ahora. Hasta ella. Y yo que creía que sólo se vio forzada a cumplir órdenes... No lo tengo tan claro con el otro. No parecía haber ni un atisbo de duda en sus ojos. Esos ojos...»
—Sí, creo que será lo mejor —admitió, mientras le hacía señas a una de las meseras para que les tomase nota—. Creo que deberíamos empezar a buscar en Yachi, tiene sentido que haya parado allí nada más cruzar la frontera.
—De todos modos... —musitó Akame, una vez la kunoichi hubo pedido—. ¿Qué haremos cuando... si damos con él? Dudo que vaya a aceptar unas disculpas y ya está. Podría sospechar que el pergamino de Shiona-sama es en realidad una trampa... Yo lo haría.
—¿Unas disculpas? —dijo, sin querer, en voz alta. Se le escapó. Ya está, ahora sí que iba a morir. Sin pararse a pensar en lo que acababa de escuchar, al darse cuenta de que se había delatado, todas las alarmas de Daruu se dispararon. A la vez.
El ruido de fondo de la taberna pareció volverse un murmullo y el crepitar del fuego ahora se veía en cámara lenta. El chute de adrenalina le pegó bien fuerte y no pudo hacer otra cosa que reaccionar como lo habría hecho una presa al ser descubierta por su depredador.
Se levantó, empujando a conciencia con el culo la silla hacia atrás para derribarla encima de los otros genin, al tiempo que se desvestía de la capa de viaje con una sola mano, y la zarandeaba hacia adelante, metiendo sus bajos en la flama. Después, pegó un tirón y, mientras la prenda en llamas y humeante se cernía sobre Eri y Akame y los dos muebles, estiró el brazo hacia adelante.
Como si una masa de agua hubiese decidido convertirse en un viscoso caramelo de color rosa, una mano artificial salió disparada y atravesó el cristal de la puerta, que causó un gran estruendo. Para entonces, el local era un caos. Se había desatado una pelea de borrachos, excitados por el caos, y por otra parte había un par de personas que no tenían nada que ver y corrían de un lado para otro, presas del pánico. El posadero gritaba encolerizado y deseaba la muerte primero de Daruu, luego de los borrachos, al final ya no sabía de quién.
La mano artificial se enganchó en el alféizar y Daruu se propulsó con ella, atravesando la ventana y cortándose la cara, los brazos y las piernas con trozos de cristal restantes. Apoyó el pie en un barro incipiente por la tormenta y, bañándose en su elemento, empezó a correr. A correr por su vida. Activó su Byakugan, para no poder decir que no volvió a mirar atrás.
...se detuvo.
«Eso llamaría demasiado la atención. No. Mierda, delante de mí hay una chimenea, detrás están ellos, a la izquierda...»
Un par de mesas vacías, y más allá, la ventana. Cerrada, pero eso no era un problema.
«Pero, ¿otra vez el mismo truco? Tengo que pensar... Joder, joder, voy a morir.»
— En breves llegaremos al País de la Lluvia... — Alegó, llevando el mapa hacia Akame. — Quizá mañana demos con él, ¡por fin! — Exclamó, alegre. — Pero antes... ¿Deberíamos pasar aquí la noche?
«Hasta ella quiere matarme ahora. Hasta ella. Y yo que creía que sólo se vio forzada a cumplir órdenes... No lo tengo tan claro con el otro. No parecía haber ni un atisbo de duda en sus ojos. Esos ojos...»
—Sí, creo que será lo mejor —admitió, mientras le hacía señas a una de las meseras para que les tomase nota—. Creo que deberíamos empezar a buscar en Yachi, tiene sentido que haya parado allí nada más cruzar la frontera.
—De todos modos... —musitó Akame, una vez la kunoichi hubo pedido—. ¿Qué haremos cuando... si damos con él? Dudo que vaya a aceptar unas disculpas y ya está. Podría sospechar que el pergamino de Shiona-sama es en realidad una trampa... Yo lo haría.
—¿Unas disculpas? —dijo, sin querer, en voz alta. Se le escapó. Ya está, ahora sí que iba a morir. Sin pararse a pensar en lo que acababa de escuchar, al darse cuenta de que se había delatado, todas las alarmas de Daruu se dispararon. A la vez.
El ruido de fondo de la taberna pareció volverse un murmullo y el crepitar del fuego ahora se veía en cámara lenta. El chute de adrenalina le pegó bien fuerte y no pudo hacer otra cosa que reaccionar como lo habría hecho una presa al ser descubierta por su depredador.
Se levantó, empujando a conciencia con el culo la silla hacia atrás para derribarla encima de los otros genin, al tiempo que se desvestía de la capa de viaje con una sola mano, y la zarandeaba hacia adelante, metiendo sus bajos en la flama. Después, pegó un tirón y, mientras la prenda en llamas y humeante se cernía sobre Eri y Akame y los dos muebles, estiró el brazo hacia adelante.
Como si una masa de agua hubiese decidido convertirse en un viscoso caramelo de color rosa, una mano artificial salió disparada y atravesó el cristal de la puerta, que causó un gran estruendo. Para entonces, el local era un caos. Se había desatado una pelea de borrachos, excitados por el caos, y por otra parte había un par de personas que no tenían nada que ver y corrían de un lado para otro, presas del pánico. El posadero gritaba encolerizado y deseaba la muerte primero de Daruu, luego de los borrachos, al final ya no sabía de quién.
La mano artificial se enganchó en el alféizar y Daruu se propulsó con ella, atravesando la ventana y cortándose la cara, los brazos y las piernas con trozos de cristal restantes. Apoyó el pie en un barro incipiente por la tormenta y, bañándose en su elemento, empezó a correr. A correr por su vida. Activó su Byakugan, para no poder decir que no volvió a mirar atrás.