7/05/2017, 18:47
El Uchiha no pudo evitar sacar una sonrisa ebria y amarga al escuchar —finalmente, tras años de historietas que iban cambiando a cada momento— la verdad sobre lo que le había ocurrido a Haskoz en el famoso Bosque de Azur. Lugar misterioso, lleno de secretos y rodeado de toda clase de cuentos, leyendas y fábulas. Decían que los que se internaban nunca volvían a ser vistos... Akame se sintió en ese momento afortunado de estar delante de una persona que había roto aquellas habladurías.
Sin embargo, al poco lo invadió una sensación agridulce. Era la desesperanza de un cuento que ahora sabía falso, la certeza de que las historias sobre Haskoz —y el Bosque— no serían ciertas nunca más para él. Una leyenda asesinada por la simple, llana y triste realidad.
Akame fue a preguntar, quiso saber más detalles, pero no pudo. La copa que Haskoz sostenía en sus manos volvió, con un característico chasquido, a tomar forma de bandana del Remolino. El Uchiha entornó los ojos, molesto. Haskoz empezó a reír, ebrio, y Akame se vió obligado —instantes después— a seguirle.
Rieron un rato hasta que el Uchiha de Tanzaku sacó su cigarrillo. Su compañero lo aceptó, pero a la primera calada acabó tosiendo y asqueado. Akame volvió a reír, esta vez más amargamente que antes.
—Hace tiempo —contestó, deliberadamente impreciso—. Me ayuda a relajarme... Podrías decir que es mi secreto.
Tomó el cigarrillo, fumó otra vez —igual de hondo, igual de lento— y alzó la vista al cielo nocturno. Era una capa negra, apenas iluminada por la Luna, creciente aquella noche, y algunas estrellas.
—Noemi-san no parecía muy contenta contigo hoy —dijo al rato—. Mientras perseguía a ese pervertido de Chokichi pude oírla gritar a pleno pulmón. ¿Qué habías hecho?
El Uchiha se había cansado de hablar de sí mismo —nunca en su vida lo había hecho como en aquel rato—, de modo que a propósito buscaba cambiar el rumbo de la conversación.
Sin embargo, al poco lo invadió una sensación agridulce. Era la desesperanza de un cuento que ahora sabía falso, la certeza de que las historias sobre Haskoz —y el Bosque— no serían ciertas nunca más para él. Una leyenda asesinada por la simple, llana y triste realidad.
Akame fue a preguntar, quiso saber más detalles, pero no pudo. La copa que Haskoz sostenía en sus manos volvió, con un característico chasquido, a tomar forma de bandana del Remolino. El Uchiha entornó los ojos, molesto. Haskoz empezó a reír, ebrio, y Akame se vió obligado —instantes después— a seguirle.
Rieron un rato hasta que el Uchiha de Tanzaku sacó su cigarrillo. Su compañero lo aceptó, pero a la primera calada acabó tosiendo y asqueado. Akame volvió a reír, esta vez más amargamente que antes.
—Hace tiempo —contestó, deliberadamente impreciso—. Me ayuda a relajarme... Podrías decir que es mi secreto.
Tomó el cigarrillo, fumó otra vez —igual de hondo, igual de lento— y alzó la vista al cielo nocturno. Era una capa negra, apenas iluminada por la Luna, creciente aquella noche, y algunas estrellas.
—Noemi-san no parecía muy contenta contigo hoy —dijo al rato—. Mientras perseguía a ese pervertido de Chokichi pude oírla gritar a pleno pulmón. ¿Qué habías hecho?
El Uchiha se había cansado de hablar de sí mismo —nunca en su vida lo había hecho como en aquel rato—, de modo que a propósito buscaba cambiar el rumbo de la conversación.