7/05/2017, 22:08
(Última modificación: 7/05/2017, 22:08 por Uchiha Akame.)
Con eficacia —pese a las adversas condiciones climatológicas y del entorno— Akame fue capaz de derribar a su objetivo y pararle en seco. Figuradamente. Mientras se levantaba, el Uchiha notaba cómo la lluvia y el barro ya habían calado la mayor parte de su ropa, atenazándole el pecho y los brazos con una sensación de humedad muy fría, casi dolorosa. Se obligó a ignorarla, manos en alto, mientras veía al gennin de Ame levantarse torpemente.
Lo que vino a continuación fue una retahíla de insultos que seguramente aquel chico había estado guardándose durante varios días. Akame no podía culparle, claro, y aquellas palabras le resbalaron como la lluvia por su pelo negro y empapado, recogido en una coleta ahora desaliñada. Daruu empezó a hacer sellos, y mientras el Sharingan los leía como un libro abierto, Akame reflexionaba sobre el nivel de violencia que debía emplear para reducir al de Amegakure. Demasiado daría al traste con la misión —que se suponía conciliadora—, y demasiado poco no le impediría escapar de nuevo, esta vez por el bosque.
Con un movimiento ágil y decidido, el Uchiha dio un par de saltos, rodeando el árbol sobre el que se apoyaba el Amedama, para evitar el área de efecto de aquella técnica. Luego abrió la boca para contestar, pero entonces...
—¡Tienes razón, Daruu-san!
El Uchiha tuvo que contenerse para no golpearse la cara con una de sus palmas abiertas en ese mismo momento. «¿Razón? ¡Y un cuerno! Somos ninjas, maldita sea. Hacemos lo que se nos manda», se lamentó para sus adentros. Pero ahora que Eri había admitido aquello, él no debía contradecirla. Era su compañera de misión. Así que simplemente echó a correr tras el gennin de la Lluvia.
Una vez recorridos algunos metros, cuando tuvo un ángulo limpio, su mano derecha formó otra vez el sello del Tigre y, con un nuevo Sunshin, volvió a colocarse junto a Daruu. Su posición, un poco adelantada, le permitió intentar ponerle una zancadilla al muchacho para hacerle caer de nuevo. Si tenía éxito, esta vez se acercaría a él con el pergamino de Shiona en la mano, extendiéndoselo con gesto serio.
—¿Tú no habrías cumplido órdenes?
Lo que vino a continuación fue una retahíla de insultos que seguramente aquel chico había estado guardándose durante varios días. Akame no podía culparle, claro, y aquellas palabras le resbalaron como la lluvia por su pelo negro y empapado, recogido en una coleta ahora desaliñada. Daruu empezó a hacer sellos, y mientras el Sharingan los leía como un libro abierto, Akame reflexionaba sobre el nivel de violencia que debía emplear para reducir al de Amegakure. Demasiado daría al traste con la misión —que se suponía conciliadora—, y demasiado poco no le impediría escapar de nuevo, esta vez por el bosque.
Con un movimiento ágil y decidido, el Uchiha dio un par de saltos, rodeando el árbol sobre el que se apoyaba el Amedama, para evitar el área de efecto de aquella técnica. Luego abrió la boca para contestar, pero entonces...
—¡Tienes razón, Daruu-san!
El Uchiha tuvo que contenerse para no golpearse la cara con una de sus palmas abiertas en ese mismo momento. «¿Razón? ¡Y un cuerno! Somos ninjas, maldita sea. Hacemos lo que se nos manda», se lamentó para sus adentros. Pero ahora que Eri había admitido aquello, él no debía contradecirla. Era su compañera de misión. Así que simplemente echó a correr tras el gennin de la Lluvia.
Una vez recorridos algunos metros, cuando tuvo un ángulo limpio, su mano derecha formó otra vez el sello del Tigre y, con un nuevo Sunshin, volvió a colocarse junto a Daruu. Su posición, un poco adelantada, le permitió intentar ponerle una zancadilla al muchacho para hacerle caer de nuevo. Si tenía éxito, esta vez se acercaría a él con el pergamino de Shiona en la mano, extendiéndoselo con gesto serio.
—¿Tú no habrías cumplido órdenes?