7/05/2017, 22:55
El grito de Haskoz sobresaltó a Akame de sobremanera, que todavía trataba de recuperarse apoyado en el muro del edificio. La cabeza le daba vueltas, y del respingo que pegó, estuvo a punto de caerse. Logró mantener el equilibrio sólo para recibir luego una palmada que le sentó como un cañonazo. Propulsado hacia delante, el Uchiha vió cómo el suelo se acercaba peligrosamente a su cara, sólo para alejarse de golpe un instante después, cuando Haskoz tiró de él. Aquel baile de San Vito le revolvió las tripas más si cabe, y le dejó la cabeza completamente embotada.
—Uch... Akame... una cosa... —la voz de su compañero sonaba distorsionada y lejana—. Estos... os... pue... uro...
Akame se limitó a asentir, blanco como la pared de la casa junto a la que habían parado. Haskoz siguió hablando, pero el más joven de los Uchiha ya era incapaz de entenderle. Tan sólo una frase sonó clara en su cabeza.
—Imagino que sabes el camino...
Uchiha Akame se incorporó como el auténtico pedazo de borracho que era en ese momento. Se ajustó el cinturón, y los shuriken de su portaobjetos tintinearon. Alzó la vista —los ojos, más bien— y empezó a caminar...
Casi una hora después el gennin se detuvo. Estaban ante una casa del barrio residencial, de arquitectura uzureña. No había nada resaltable en el exterior; o quizás en ese momento, ebrios y en mitad de la noche, los muchachos no supieron verlo. Sea como fuere, Akame se limitó a levantar un dedo lángido y señalar hacia la vivienda. De sus labios mortecinos salió una sentencia, pronunciada con un hilo de voz y seguida de una arcada que no llegó a terminar en vomitera.
—A... Aquí.
—Uch... Akame... una cosa... —la voz de su compañero sonaba distorsionada y lejana—. Estos... os... pue... uro...
Akame se limitó a asentir, blanco como la pared de la casa junto a la que habían parado. Haskoz siguió hablando, pero el más joven de los Uchiha ya era incapaz de entenderle. Tan sólo una frase sonó clara en su cabeza.
—Imagino que sabes el camino...
Uchiha Akame se incorporó como el auténtico pedazo de borracho que era en ese momento. Se ajustó el cinturón, y los shuriken de su portaobjetos tintinearon. Alzó la vista —los ojos, más bien— y empezó a caminar...
Casi una hora después el gennin se detuvo. Estaban ante una casa del barrio residencial, de arquitectura uzureña. No había nada resaltable en el exterior; o quizás en ese momento, ebrios y en mitad de la noche, los muchachos no supieron verlo. Sea como fuere, Akame se limitó a levantar un dedo lángido y señalar hacia la vivienda. De sus labios mortecinos salió una sentencia, pronunciada con un hilo de voz y seguida de una arcada que no llegó a terminar en vomitera.
—A... Aquí.