23/06/2015, 00:11
Con la cara pegada a la húmeda tierra, el cuerpo imposibilitado y desplomado bajo el peso de su hermano, y un brazo completamente congelado tras su espalda, Ayame no tenía muchos factores a su favor. No podía moverse de ninguna manera, ni siquiera transformarse en agua serviría de nada. Ella, que tanto se jactaba de que nada podía retener al agua, había topado con su némesis. El hielo sí podía retenerla, y ahora a ella no le quedaba más opción que mirar con aquel tortuoso sentimiento de impotencia.
—¡Iros! ¡No le hagáis caso! —gritó, dirigiéndose a la figura de Daruu y Reiji que habían aparecido en la linde del bosque.
Sin embargo, ambos muchachos dieron un paso al frente. Reiji replicó que era Kōri quien no les estaba tomando en serio, y Ayame se estremeció para sus adentros al escucharle. Daruu hizo una corta intervención después, y entonces hizo algo que nadie podría haberse esperado: el shinobi se llevó el cascabel a la boca y tragó.
—¿Qué...? —balbuceó la muchacha, completamente aturdida. Y, aunque no podía verle, sabía que Kōri debía de haberse quedado igual de sorprendido que ella.
Por su parte, el chico-vampiro pareció incrustarse el puño en el pecho. A Ayame le costó comprender qué era lo que estaba haciendo, pero entonces reparó en que, alrededor de su mano, el cuerpo de su compañero parecía ondularse como un líquido denso de color rojizo. Parecía algo muy similar a su técnica de hidratación, pero... ¿era eso posible?
«No se apellida Hōzuki... aunque yo tampoco. Pero tampoco parece que su cuerpo se deshaga en agua. ¿Entonces cómo lo hace?» No conseguía comprenderlo.
Incluso Kōri había abierto sus ojos de escarcha de par en par en un gesto de sorpresa nada habitual en él. Pero aquella expresión fue increíblemente fugaz, enseguida volvió a entrecerrarlos y su rostro adoptó aquella aparente apatía antes de dirigirse directamente al rubio.
—Eso ha sido una completa estupidez, Daruu-kun —intervino, al cabo de algunos segundos. Y en aquella ocasión su voz sonó cortante como una estaca—. Si fuera otra persona, si fuera de verdad un enemigo, te golpearía hasta obligarte a vomitar el cascabel de nuevo... Con el consiguiente riesgo que supondría que el objeto se quedara atascado en tu faringe y terminaras muriendo asfixiado por tu propia imprudencia. Además...
Reafirmó su agarre en torno al brazo de Ayame, y la muchacha no pudo reprimir un nuevo gemido de dolor cuando sintió que la capa de escarcha trepaba por su cuello y parte de su espalda y el dolor del frío penetraba hasta sus huesos. Jadeante y temblorosa, se dejó caer con todo su peso sobre el suelo, incapaz de ver la salida a aquella tortura.
—Sí, tenéis dos cascabeles. Os queda uno por obtener si queréis pasar los tres la prueba. ¿Pero qué haréis? ¿Salvaréis vuestros cascabeles o salvaréis a vuestra compañera? Os lo repito: Dádmelos y ella quedará libre. De lo contrario, Ayame terminará convertida en una estatua de hielo.
Hablaba en serio, y un terrorífico escalofrío recorrió su espina dorsal.
—¡IROS DE UNA VEZ! ¡VOSOTROS YA ESTÁIS APROBADOS! ¡GUARDAD VUESTROS CASCABELES! —gritó Ayame, con lágrimas en los ojos—. ¡Yo me ocuparé de él y de conseguir el mío!
¿Pero cómo? Por muchas vueltas que le daba, no tenía ninguna técnica que pudiera librarla de aquella. Kōri se encargaría de congelar cualquier intento de licuar su cuerpo; de hecho, ya había inutilizado su brazo derecho, donde ocultaba uno de sus kunais. Con el brazo izquierdo también era imposible que llegara a alcanzar cualquier arma, ya que el portaobjetos estaba atado en su otra pierna.
Gimió para sus adentros, angustiada.
«¿Pero qué puedo hacer?»
—¡Iros! ¡No le hagáis caso! —gritó, dirigiéndose a la figura de Daruu y Reiji que habían aparecido en la linde del bosque.
Sin embargo, ambos muchachos dieron un paso al frente. Reiji replicó que era Kōri quien no les estaba tomando en serio, y Ayame se estremeció para sus adentros al escucharle. Daruu hizo una corta intervención después, y entonces hizo algo que nadie podría haberse esperado: el shinobi se llevó el cascabel a la boca y tragó.
—¿Qué...? —balbuceó la muchacha, completamente aturdida. Y, aunque no podía verle, sabía que Kōri debía de haberse quedado igual de sorprendido que ella.
Por su parte, el chico-vampiro pareció incrustarse el puño en el pecho. A Ayame le costó comprender qué era lo que estaba haciendo, pero entonces reparó en que, alrededor de su mano, el cuerpo de su compañero parecía ondularse como un líquido denso de color rojizo. Parecía algo muy similar a su técnica de hidratación, pero... ¿era eso posible?
«No se apellida Hōzuki... aunque yo tampoco. Pero tampoco parece que su cuerpo se deshaga en agua. ¿Entonces cómo lo hace?» No conseguía comprenderlo.
Incluso Kōri había abierto sus ojos de escarcha de par en par en un gesto de sorpresa nada habitual en él. Pero aquella expresión fue increíblemente fugaz, enseguida volvió a entrecerrarlos y su rostro adoptó aquella aparente apatía antes de dirigirse directamente al rubio.
—Eso ha sido una completa estupidez, Daruu-kun —intervino, al cabo de algunos segundos. Y en aquella ocasión su voz sonó cortante como una estaca—. Si fuera otra persona, si fuera de verdad un enemigo, te golpearía hasta obligarte a vomitar el cascabel de nuevo... Con el consiguiente riesgo que supondría que el objeto se quedara atascado en tu faringe y terminaras muriendo asfixiado por tu propia imprudencia. Además...
Reafirmó su agarre en torno al brazo de Ayame, y la muchacha no pudo reprimir un nuevo gemido de dolor cuando sintió que la capa de escarcha trepaba por su cuello y parte de su espalda y el dolor del frío penetraba hasta sus huesos. Jadeante y temblorosa, se dejó caer con todo su peso sobre el suelo, incapaz de ver la salida a aquella tortura.
—Sí, tenéis dos cascabeles. Os queda uno por obtener si queréis pasar los tres la prueba. ¿Pero qué haréis? ¿Salvaréis vuestros cascabeles o salvaréis a vuestra compañera? Os lo repito: Dádmelos y ella quedará libre. De lo contrario, Ayame terminará convertida en una estatua de hielo.
Hablaba en serio, y un terrorífico escalofrío recorrió su espina dorsal.
—¡IROS DE UNA VEZ! ¡VOSOTROS YA ESTÁIS APROBADOS! ¡GUARDAD VUESTROS CASCABELES! —gritó Ayame, con lágrimas en los ojos—. ¡Yo me ocuparé de él y de conseguir el mío!
¿Pero cómo? Por muchas vueltas que le daba, no tenía ninguna técnica que pudiera librarla de aquella. Kōri se encargaría de congelar cualquier intento de licuar su cuerpo; de hecho, ya había inutilizado su brazo derecho, donde ocultaba uno de sus kunais. Con el brazo izquierdo también era imposible que llegara a alcanzar cualquier arma, ya que el portaobjetos estaba atado en su otra pierna.
Gimió para sus adentros, angustiada.
«¿Pero qué puedo hacer?»