8/05/2017, 16:36
«¿¡Pero qué demonios...!?».
Rápido como una centella, Daruu se dió media vuelta justo en el momento en que Akame aparecía a su lado y, con un salto, se abalanzó sobre él. «¿Cómo me ha visto venir? ¡Imposible!». El Uchiha recibió el palmetazo en la nariz, seguido de una ráfaga de chakra coloreado proveniente del propio cuerpo de su enemigo. Se detuvo en seco, tambaleándose, y luego tuvo que retroceder varios pasos luchando por no caer al suelo. Al final terminó derrumbándose, pero pudo reunir las fuerzas suficientes para mantenerse agachado, descansando el cuerpo sobre una de sus piernas flexionadas.
La cabeza le zumbaba como si tuviese un enjambre de abejas dentro de ella, y la fatiga acumulada por el uso desmedido del Sunshin no Jutsu le golpeó de repente, como un mazo en el pecho. Akame sintió que le fallaba el aire y boqueó un par de veces, parpadeando mientras el charco de barro que tenía ante él se difuminaba durante unos instantes.
—Qué... Diablos... —masculló, tratando de no vomitar.
Era la segunda vez que subestimaba a aquel chico de Amegakure. No habría tercera. Tras recuperar el aliento, oyó las palabras conciliadoras de Eri sobre el estruendo de la tormenta. Alzó la cabeza buscando al Amedama y lo halló frente a él, tirado de nuevo en el suelo. Intentó ponerse en pie, pero notó que todavía le fallaba el equilibrio. «Suerte que Eri-san está aquí...» pensó, entre aliviado y furioso consigo mismo. De no haber estado acompañado por la kunoichi, sería carne de cañón.
A medida que la cabeza dejaba de darle vueltas y se notaba con algo más de energías, Akame hizo un esfuerzo titánico y sacó el pergamino que Shiona les había dado. Apretó los dientes y se lo lanzó con fuerza al gennin de la Lluvia, esperando que, por azar, le golpease de lleno en la cabeza.
Rápido como una centella, Daruu se dió media vuelta justo en el momento en que Akame aparecía a su lado y, con un salto, se abalanzó sobre él. «¿Cómo me ha visto venir? ¡Imposible!». El Uchiha recibió el palmetazo en la nariz, seguido de una ráfaga de chakra coloreado proveniente del propio cuerpo de su enemigo. Se detuvo en seco, tambaleándose, y luego tuvo que retroceder varios pasos luchando por no caer al suelo. Al final terminó derrumbándose, pero pudo reunir las fuerzas suficientes para mantenerse agachado, descansando el cuerpo sobre una de sus piernas flexionadas.
La cabeza le zumbaba como si tuviese un enjambre de abejas dentro de ella, y la fatiga acumulada por el uso desmedido del Sunshin no Jutsu le golpeó de repente, como un mazo en el pecho. Akame sintió que le fallaba el aire y boqueó un par de veces, parpadeando mientras el charco de barro que tenía ante él se difuminaba durante unos instantes.
—Qué... Diablos... —masculló, tratando de no vomitar.
Era la segunda vez que subestimaba a aquel chico de Amegakure. No habría tercera. Tras recuperar el aliento, oyó las palabras conciliadoras de Eri sobre el estruendo de la tormenta. Alzó la cabeza buscando al Amedama y lo halló frente a él, tirado de nuevo en el suelo. Intentó ponerse en pie, pero notó que todavía le fallaba el equilibrio. «Suerte que Eri-san está aquí...» pensó, entre aliviado y furioso consigo mismo. De no haber estado acompañado por la kunoichi, sería carne de cañón.
A medida que la cabeza dejaba de darle vueltas y se notaba con algo más de energías, Akame hizo un esfuerzo titánico y sacó el pergamino que Shiona les había dado. Apretó los dientes y se lo lanzó con fuerza al gennin de la Lluvia, esperando que, por azar, le golpease de lleno en la cabeza.