9/05/2017, 17:30
El ulular de una lechuza rompió el silencio nocturno que envolvía a los dos ninja mientras caminaban por la estrecha callejuela. Uno de ellos —el que andaba con más tranquilidad—, alzó la vista al cielo nocturno salpicado de estrellas para intentar divisar, sin éxito, al animal. No había Luna, por lo que la oscuridad era incluso más penetrante aquella noche; Akame lo había aprovechado para hengearse nada más entrar en la pequeña callecita, siendo visto única y exclusivamente por su compañero de Aldea. El Uchiha había añadido a su figura, mediante Ninjutsu, los suficientes elementos como para no destacar en el lugar al que se dirigían. Un kimono azul oscuro con ribetes rojos, un obi del mismo color y sandalias tradicionales. Su armamento, oculto bajo la transformación, se mantenía sujeto a su cinturón.
—Vamos —musitó cuando llegaron al final de la callejuela.
Al otro lado se abría una empedrada vía, mucho más amplia y flanqueada por edificios de una planta y tejados que seguían el estilo arquitectónico tradicional de Uzu no Kuni. En concreto, había uno cuyas ventanas refulgían con la luz del interior, y de cuya entrada salía un murmullo constante.
«Ahí está. El Salón de Té Honimusha».
Confiado bajo su apariencia de joven adinerado rondando la veintena, Akame avanzó con paso firme hasta las pequeñas escaleras de madera que daban acceso al local. Los porteros —dos fornidos hombretones vestidos con armadura ligera y que llevaban sendas espadas al cinto— le dedicaron una mirada severa y exhaustiva que duró una eternidad. O, al menos, así le pareció al Uchiha. Mas no dijeron nada, y como Akame no deseaba perderse la actuación de aquella noche bajo ningún concepto, avanzó tratando de aparentar seguridad, hasta internarse en el local.