10/05/2017, 16:20
Los porteros del local quedaron en silencio ante el paso de la chica, sus miradas —lascivas— no denotaban mas que deseo, pero, ese deseo realmente quedaban por encima de sus posibilidades. Nadie, nadie en absoluto se atrevió a soltar siquiera un remunerado piropo a la chica. Ésta, consciente de éste detalle, pasó con el espíritu aún mas eufórico, sintiéndose mas hermosa de lo que jamás se había llegado a ver. Sin duda, algo así sube el aire a cualquier persona, incluso mas a que si éstos hubiesen recurrido a piropos.
Con el propósito en mente, la chica no se detuvo hasta entrar en en el recinto. El lugar, carente de plebe, lucía realmente lleno, casi abarrotado. Se podría decir que no cabía ni un bigote de gamba a martillazos, no había hueco por casi ningún lugar. Sitio, era casi imposible, las únicas sillas disponibles estaban todas reservadas.
«Vaya chasco... esperaba poder tomarme una cerveza tranquila y sentada, escuchando a éste tal Hei... ¿dónde fue a quedar el glamour de la fiesta?»
La pelirroja dejó escapar un leve suspiro, el cuál fue en parte interrumpido por un ligero empujón, un empujón que derivó en un descarado manoseo al trasero de la chica. Se trataba de un hombre de avanzada edad —como muchos del lugar— que carente casi de cabellera, vestía unas prendas violáceas que sin duda no eran baratas. Hasta las gafas de sol que llevaba —si, gafas de sol— eran de oro en vez de metal, referenciando la estructura. Sin duda, un buen partido para cualquier golfa.
—Perdone... —se disculpó el pervertido.
Sin embargo, la chica no era una cualquiera, y su interés no estaba en el dinero. ¿Para qué buscar un tipo al que sacarle dinero si ya tenía aquello que todos buscan? Sin pensarlo dos veces, y en una reacción relativamente rápida, la chica hincó el codo en estómago del hombre mientras giraba sobre sí misma. Ambas miradas se encontraron, siendo que el pervertido dejó caer hasta las gafas en el impacto.
—Oh... no pasa nada, yo también soy un poco torpe de vez en cuando, tranquilo. —se mofó en ésta ocasión la chica.
De nuevo, giró sobre sí misma y avanzó un poco por la sala, dejando tras de sí al hombre intentando volver a tomar algo de aire, cosa que le costaba.
Lejos de enfadarse, la chica continuó caminando en busca de un sitio donde poder sentarse —cosa que parecía imposible— y en una de éstas, observó que al lado del escenario, justo a la derecha, un hombre alzaba la mano. Se trataba de un hombre también medio calvo, adinerado al igual que el anterior sin duda alguna. A sus flancos, habían un par de chicos bastante jóvenes. El primero era de facciones finas y delicadas, con una cabellera negra como una noche fría de invierno, que vestía un kimono azul oscuro con algunos detalles en rojo. El segundo era bastante mas interesante; su mirada era intensa y fina, como la mirada de un zorro. Tenía una cabellera castaña, diferenciadamente mas clara que que la del otro. Su kimono era blanco, y con detalles de color dorado. Éstos, sin duda alguna, resaltaban bastante ante tanta persona senil. ¿Serían quizás los hijos?
Aiko miró hacia detrás, creyendo que quizás llamaba el hombre la atención de alguien. Pero, para cuando llevó su vista hacia la dirección en que éstos saludaban, allí atrás no había nadie respondiendo la llamada. De nuevo, la chica volvió la mirada hacia esa mesa, donde el hombre insistía con el gesto. Los orbes de éste, así como los del chico de cabellera castaña se hincaron en los pozos de petróleo de la pelirroja.
«¿Será a mi? No los conozco de nada...»
Sin embargo, no temía ante la posibilidad de ser mordida. Sin miedo, se aproximó hacia la mesa, donde había algún que otro sitio libre. Con paso tranquilo y firme, no tardaría en recortar las distancias.
—Si lo que quiere es casarme con alguno de sus hijos, le adelanto que no estoy interesada. —inquirió la chica, cruzando los brazos en respuesta.
«Aunque... el del kimono blanco es bastante mono...»
Con el propósito en mente, la chica no se detuvo hasta entrar en en el recinto. El lugar, carente de plebe, lucía realmente lleno, casi abarrotado. Se podría decir que no cabía ni un bigote de gamba a martillazos, no había hueco por casi ningún lugar. Sitio, era casi imposible, las únicas sillas disponibles estaban todas reservadas.
«Vaya chasco... esperaba poder tomarme una cerveza tranquila y sentada, escuchando a éste tal Hei... ¿dónde fue a quedar el glamour de la fiesta?»
La pelirroja dejó escapar un leve suspiro, el cuál fue en parte interrumpido por un ligero empujón, un empujón que derivó en un descarado manoseo al trasero de la chica. Se trataba de un hombre de avanzada edad —como muchos del lugar— que carente casi de cabellera, vestía unas prendas violáceas que sin duda no eran baratas. Hasta las gafas de sol que llevaba —si, gafas de sol— eran de oro en vez de metal, referenciando la estructura. Sin duda, un buen partido para cualquier golfa.
—Perdone... —se disculpó el pervertido.
Sin embargo, la chica no era una cualquiera, y su interés no estaba en el dinero. ¿Para qué buscar un tipo al que sacarle dinero si ya tenía aquello que todos buscan? Sin pensarlo dos veces, y en una reacción relativamente rápida, la chica hincó el codo en estómago del hombre mientras giraba sobre sí misma. Ambas miradas se encontraron, siendo que el pervertido dejó caer hasta las gafas en el impacto.
—Oh... no pasa nada, yo también soy un poco torpe de vez en cuando, tranquilo. —se mofó en ésta ocasión la chica.
De nuevo, giró sobre sí misma y avanzó un poco por la sala, dejando tras de sí al hombre intentando volver a tomar algo de aire, cosa que le costaba.
Lejos de enfadarse, la chica continuó caminando en busca de un sitio donde poder sentarse —cosa que parecía imposible— y en una de éstas, observó que al lado del escenario, justo a la derecha, un hombre alzaba la mano. Se trataba de un hombre también medio calvo, adinerado al igual que el anterior sin duda alguna. A sus flancos, habían un par de chicos bastante jóvenes. El primero era de facciones finas y delicadas, con una cabellera negra como una noche fría de invierno, que vestía un kimono azul oscuro con algunos detalles en rojo. El segundo era bastante mas interesante; su mirada era intensa y fina, como la mirada de un zorro. Tenía una cabellera castaña, diferenciadamente mas clara que que la del otro. Su kimono era blanco, y con detalles de color dorado. Éstos, sin duda alguna, resaltaban bastante ante tanta persona senil. ¿Serían quizás los hijos?
Aiko miró hacia detrás, creyendo que quizás llamaba el hombre la atención de alguien. Pero, para cuando llevó su vista hacia la dirección en que éstos saludaban, allí atrás no había nadie respondiendo la llamada. De nuevo, la chica volvió la mirada hacia esa mesa, donde el hombre insistía con el gesto. Los orbes de éste, así como los del chico de cabellera castaña se hincaron en los pozos de petróleo de la pelirroja.
«¿Será a mi? No los conozco de nada...»
Sin embargo, no temía ante la posibilidad de ser mordida. Sin miedo, se aproximó hacia la mesa, donde había algún que otro sitio libre. Con paso tranquilo y firme, no tardaría en recortar las distancias.
—Si lo que quiere es casarme con alguno de sus hijos, le adelanto que no estoy interesada. —inquirió la chica, cruzando los brazos en respuesta.
«Aunque... el del kimono blanco es bastante mono...»