10/05/2017, 18:48
«Sakamoto Datsue, ¡menudo rufián!», pensó Akame con cierto desdén cuando su compañero se presentó —al igual que había hecho él— con un apellido ficticio. La diferencia era que Akame no conocía ninguna familia que se apellidase Uchieda, y en cambio aquel jovencito había tomado sin tapujos el apellido de una compañera de Aldea. «Si Noemi se entera de esto, lo cuelga de un árbol en el Jardín de los Cerezos...». Conocía de sobra el temperamento de su hermosa colega.
Luego se acercó la chica del kimono blanco, y Akame no pudo evitar quedársela mirando, embobado. Tenía el cabello rojo como el fuego de un Katon y una mirada astuta, brillante. Era exhuberante y agresiva a la vez. El Uchiha parpadeó varias veces y luego desvió la mirada a la mesa, tratando de disimular, cuando la muchacha les habló.
—Si lo que quiere es casarme con alguno de sus hijos, le adelanto que no estoy interesada.
Akame se puso rojo como un tomate, y rápidamente trató de mediar en el asunto.
—¿Qué...? Oh, no, no —negó, tajante—. Creo que nos confunde, señorita. Este amable señor no es nuestro padre, y tampoco estamos interesados en casarnos con usted.
Takuya, por su parte, se limitó a soltar una carcajada muy leve y nerviosa.
—Lo que dice este joven es muy cierto. Simplemente la invitaba a acompañarnos, dado que es el único sitio libre en todo el salón —añadió, con cierto nerviosismo.
Una vez la muchacha tomase asiento —o no—, una chica de piel fina y exageradamente maquillada se acercó a la mesa. Vestía un kimono de color rosa suave y llevaba el pelo recogido en un elaborado moño, cruzado por dos palillos ornamentales.
—¿Qué desean tomar?
—Un... Un té, muy cargado, por favor —contestó Akame, sin reparar en que probablemente "un té" no sería lo suficientemente específico allí, y que pedir que estuviese muy cargado quizás era impropio de un joven de su supuesta alcurnia.
Sin embargo, el señor Ishigami no pareció reparar en aquello, pues sus ojos se movían, ávidos, por todo el salón. Cuando la mesera le dirigió una mirada entre respetuosa y sumisa, el hombre habló sin siquiera apartar la mirada de la entrada.
—Una botella de shōchū, Kimiko-chan —dijo con total naturalidad.
Luego se acercó la chica del kimono blanco, y Akame no pudo evitar quedársela mirando, embobado. Tenía el cabello rojo como el fuego de un Katon y una mirada astuta, brillante. Era exhuberante y agresiva a la vez. El Uchiha parpadeó varias veces y luego desvió la mirada a la mesa, tratando de disimular, cuando la muchacha les habló.
—Si lo que quiere es casarme con alguno de sus hijos, le adelanto que no estoy interesada.
Akame se puso rojo como un tomate, y rápidamente trató de mediar en el asunto.
—¿Qué...? Oh, no, no —negó, tajante—. Creo que nos confunde, señorita. Este amable señor no es nuestro padre, y tampoco estamos interesados en casarnos con usted.
Takuya, por su parte, se limitó a soltar una carcajada muy leve y nerviosa.
—Lo que dice este joven es muy cierto. Simplemente la invitaba a acompañarnos, dado que es el único sitio libre en todo el salón —añadió, con cierto nerviosismo.
Una vez la muchacha tomase asiento —o no—, una chica de piel fina y exageradamente maquillada se acercó a la mesa. Vestía un kimono de color rosa suave y llevaba el pelo recogido en un elaborado moño, cruzado por dos palillos ornamentales.
—¿Qué desean tomar?
—Un... Un té, muy cargado, por favor —contestó Akame, sin reparar en que probablemente "un té" no sería lo suficientemente específico allí, y que pedir que estuviese muy cargado quizás era impropio de un joven de su supuesta alcurnia.
Sin embargo, el señor Ishigami no pareció reparar en aquello, pues sus ojos se movían, ávidos, por todo el salón. Cuando la mesera le dirigió una mirada entre respetuosa y sumisa, el hombre habló sin siquiera apartar la mirada de la entrada.
—Una botella de shōchū, Kimiko-chan —dijo con total naturalidad.