10/05/2017, 21:00
«Ya veo...».
Akame esbozó una media sonrisa, todavía exhausto, mientras trataba de recuperar las fuerzas suficientes como para ponerse en pie. Todavía le dolía el cuerpo —especialmente las piernas— por el abuso del Sunshin no Jutsu que había hecho sin justificación táctica alguna. También estaba empapado, y el frío empezaba a calarle hasta los huesos.
Sin embargo, creía haber aprendido algo realmente increíble con todo aquello. «Antes supo que me había puesto detrás de él con el Sunshin, y ahora caza el pergamino al vuelo sin siquiera verlo... ¿Eso significa que tiene algún modo de predecir las acciones de sus enemigos?» se cuestionó el Uchiha, reflexivo. La idea de que un ninja de Amegakure tuviese capacidades parecidas a las que le otorgaba su Sharingan le irritaba profundamente.
Tomó una bocanada de aire y se incorporó un poco más, lo suficiente para poder mirar al Amedama con claridad. Daruu también parecía cansado, pero eso no le impidió despacharse a gusto. «Oh, por todos los dioses, ¿en serio?».
—Tienes en gran estima tus propias habilidades —replicó Akame, alzando la voz para hacerse oír por encima de la tormenta—. Te cogí por la espalda antes, y luego has tropezado dos veces. Si de verdad eres tan buen ninja como pareces creer, deberías saber que si quisiéramos matarte no nos habría hecho falta ningún pergamino trampa.
Sus palabras volaron, certeras. Para Akame no era una cuestión de orgullo ni honor, sino de rigurosidad profesional.
Pese a todo, las palabras de Eri lograron un efecto esperanzador, pues Daruu pareció convencerse —al menos, en parte— de que aquel pergamino no le haría ningún daño y, rompiendo el sello, lo abrió. Akame quedó expectante, pues él mismo no tenía idea de qué demonios ponía en aquella carta, escrita por la mismísima Uzumaki Shiona.
Akame esbozó una media sonrisa, todavía exhausto, mientras trataba de recuperar las fuerzas suficientes como para ponerse en pie. Todavía le dolía el cuerpo —especialmente las piernas— por el abuso del Sunshin no Jutsu que había hecho sin justificación táctica alguna. También estaba empapado, y el frío empezaba a calarle hasta los huesos.
Sin embargo, creía haber aprendido algo realmente increíble con todo aquello. «Antes supo que me había puesto detrás de él con el Sunshin, y ahora caza el pergamino al vuelo sin siquiera verlo... ¿Eso significa que tiene algún modo de predecir las acciones de sus enemigos?» se cuestionó el Uchiha, reflexivo. La idea de que un ninja de Amegakure tuviese capacidades parecidas a las que le otorgaba su Sharingan le irritaba profundamente.
Tomó una bocanada de aire y se incorporó un poco más, lo suficiente para poder mirar al Amedama con claridad. Daruu también parecía cansado, pero eso no le impidió despacharse a gusto. «Oh, por todos los dioses, ¿en serio?».
—Tienes en gran estima tus propias habilidades —replicó Akame, alzando la voz para hacerse oír por encima de la tormenta—. Te cogí por la espalda antes, y luego has tropezado dos veces. Si de verdad eres tan buen ninja como pareces creer, deberías saber que si quisiéramos matarte no nos habría hecho falta ningún pergamino trampa.
Sus palabras volaron, certeras. Para Akame no era una cuestión de orgullo ni honor, sino de rigurosidad profesional.
Pese a todo, las palabras de Eri lograron un efecto esperanzador, pues Daruu pareció convencerse —al menos, en parte— de que aquel pergamino no le haría ningún daño y, rompiendo el sello, lo abrió. Akame quedó expectante, pues él mismo no tenía idea de qué demonios ponía en aquella carta, escrita por la mismísima Uzumaki Shiona.