10/05/2017, 21:33
«Watasashi Aiko... Extraño nombre. Casi tan extraño como su dueña» pensó Akame. Había algo en aquella chica, más allá de su despampanante belleza, que le causaba una sensación a medias entre el miedo y el interés. Tentado estuvo de activar su Sharingan y echar un pequeño vistazo a la realidad, sólo por si difería de lo que Aiko les estaba mostrando en ese momento... Pero rechazó la idea al instante. Bastante poco estaba encajando en aquel lugar hasta el momento como para además atraer la atención del señor Ishigami, que parecía bastante ocupado en otear el panorama con nerviosismo.
La muchacha se interesó entonces por el tatuaje de Datsue; Akame ya lo había visto antes, aquel mismo día, de modo que simplemente decidió quedarse en silencio. Takuya, por su parte, pidió a la mesera un pañuelo para secarse las manos; le sudaban en cantidad.
Minutos después Kimiko volvió con las bebidas que habían pedido hábilmente distribuidas sobre una bandeja de madera oscura. Dejó sobre la mesa, frente a los clientes, una jarra de porcelana con cerveza de arroz —muy oscura—, una taza de té humeante y dos botellas de medio litro del licor que el señor Ishigami y Datsue habían pedido. Con un gesto grácil dejó dos copas blancas, chatas y anchas, junto a las botellas. El señor Ishigami tomó una, vertió parte del shochu y luego se la bebió de un trago.
Se contuvo para no suspirar de gusto —pues en aquellos ambientes se consideraba de mala educación—, y luego se sirvió otra que fue directa al gaznate.
—Y, ¿a qué se dedica usted, Ishigami-san? Si no es indiscrección —preguntó Akame mientras bebía un sorbo de su delicioso té.
—¿Hum? Ah, sí, a qué me dedico... Soy contable —respondió el hombre con aire distraído.
En ese mismo momento, un empleado del salón subió al modesto escenario y anunció que el maestro Rokuro Hei comenzaría su actuación en cinco minutos.
La muchacha se interesó entonces por el tatuaje de Datsue; Akame ya lo había visto antes, aquel mismo día, de modo que simplemente decidió quedarse en silencio. Takuya, por su parte, pidió a la mesera un pañuelo para secarse las manos; le sudaban en cantidad.
Minutos después Kimiko volvió con las bebidas que habían pedido hábilmente distribuidas sobre una bandeja de madera oscura. Dejó sobre la mesa, frente a los clientes, una jarra de porcelana con cerveza de arroz —muy oscura—, una taza de té humeante y dos botellas de medio litro del licor que el señor Ishigami y Datsue habían pedido. Con un gesto grácil dejó dos copas blancas, chatas y anchas, junto a las botellas. El señor Ishigami tomó una, vertió parte del shochu y luego se la bebió de un trago.
Se contuvo para no suspirar de gusto —pues en aquellos ambientes se consideraba de mala educación—, y luego se sirvió otra que fue directa al gaznate.
—Y, ¿a qué se dedica usted, Ishigami-san? Si no es indiscrección —preguntó Akame mientras bebía un sorbo de su delicioso té.
—¿Hum? Ah, sí, a qué me dedico... Soy contable —respondió el hombre con aire distraído.
En ese mismo momento, un empleado del salón subió al modesto escenario y anunció que el maestro Rokuro Hei comenzaría su actuación en cinco minutos.