11/05/2017, 23:47
La música fluía en el ambiente como una sustancia gaseosa, un alucinógeno auditivo que pronto tuvo a toda la clientela del Salón del Té Honimusha —y a muchos empleados, los que estaban lo bastante cerca como para escuchar— embelesados, sumidos en sus propias fantasías. Era como si el sólo tañido de aquel Shamisen pudiera llevar al éxtasis a la mente humana. La melodía iba variando; tranquila, primero. Más rápida y frenética después, el maestro Hei presionando con habilidad las cuerdas del instrumento. Y más relajada después, como si músico y Shamisen se hubieran cansado después de dar un sprint.
Sin embargo, había dos personas que no estaban disfrutando del espectáculo. En absoluto.
El primero era Ishigami Takuya, el contable, que no paraba de sudar mientras escudriñaba la entrada con mirada nerviosa. Parecía totalmente ajeno al espectáculo, como si sus oídos fuesen inmunes a la música de Rokuro Hei. El segundo hizo acto de presencia entrando por la discreta puerta que había en uno de los laterales del salón, justo detrás de la mesa que ocupaban los gennin. Un hombre bajito y delgado, de facciones afiladas, nariz aguileña y dientes grandes. Sus facciones y su mirada, oscura y maliciosa, recordaban a un roedor.
El tipo se acercó tranquilamente a la mesa donde estaban los gennin, todos sumidos en su éxtasis musical, y ni corto ni perezoso agarró a Takuya del pelo, tirando de su cabeza hacia atrás. En su otra mano brilló un destello plateado, y la hoja de un tantō sumamente afilado rajó sin dificultad la garganta del contable. El señor Ishigami emitió un gemido sordo de agonía, casi un gorgojeo, antes de morir. Quedó inerte sobre el asiento, con el gaznate abierto rociando de sangre a los jóvenes que le acompañaban. El asesino, por su parte, se dió media vuelta y se apresuró a huir por la misma puerta por la que había entrado.
Akame fue el primero en darse cuenta —pues estaba sentado junto al señor Ishigami—, pero Aiko y Datsue no tardaron mucho más. El cadáver del contable se había desplomado en el suelo tras bañar con su sangre la mesa y los ropajes de ambos Uchiha.
—¿¡Pero qué demonios...!? —exclamó Akame, de repente, cuando fue consciente del asesinato que acababa de cometerse.
Su blasfemia alertó a los clientes de las mesas cercanas, y pronto varias personas empezaron también a gritar, tratando de hacerse oír por encima de aquella melodía hechizante.
—¡Datsue-kun, el asesino!
El hombre con cara de rata, advirtiendo la atención que había atraído, abrió la puerta trasera y desapareció tras ella.
Sin embargo, había dos personas que no estaban disfrutando del espectáculo. En absoluto.
El primero era Ishigami Takuya, el contable, que no paraba de sudar mientras escudriñaba la entrada con mirada nerviosa. Parecía totalmente ajeno al espectáculo, como si sus oídos fuesen inmunes a la música de Rokuro Hei. El segundo hizo acto de presencia entrando por la discreta puerta que había en uno de los laterales del salón, justo detrás de la mesa que ocupaban los gennin. Un hombre bajito y delgado, de facciones afiladas, nariz aguileña y dientes grandes. Sus facciones y su mirada, oscura y maliciosa, recordaban a un roedor.
El tipo se acercó tranquilamente a la mesa donde estaban los gennin, todos sumidos en su éxtasis musical, y ni corto ni perezoso agarró a Takuya del pelo, tirando de su cabeza hacia atrás. En su otra mano brilló un destello plateado, y la hoja de un tantō sumamente afilado rajó sin dificultad la garganta del contable. El señor Ishigami emitió un gemido sordo de agonía, casi un gorgojeo, antes de morir. Quedó inerte sobre el asiento, con el gaznate abierto rociando de sangre a los jóvenes que le acompañaban. El asesino, por su parte, se dió media vuelta y se apresuró a huir por la misma puerta por la que había entrado.
Akame fue el primero en darse cuenta —pues estaba sentado junto al señor Ishigami—, pero Aiko y Datsue no tardaron mucho más. El cadáver del contable se había desplomado en el suelo tras bañar con su sangre la mesa y los ropajes de ambos Uchiha.
—¿¡Pero qué demonios...!? —exclamó Akame, de repente, cuando fue consciente del asesinato que acababa de cometerse.
Su blasfemia alertó a los clientes de las mesas cercanas, y pronto varias personas empezaron también a gritar, tratando de hacerse oír por encima de aquella melodía hechizante.
—¡Datsue-kun, el asesino!
El hombre con cara de rata, advirtiendo la atención que había atraído, abrió la puerta trasera y desapareció tras ella.