16/05/2017, 18:45
Los rumores vuelan rápido en oonindo. Pican y se extienden de extremo a extremo del continente según los intereses de quienes los escuchen, esparciendo las habladurías en cada país y usándola como moneda de cambio para tratos cuestionables y curiosos. Y es que noticias como aquella, en las que un viejo moribundo sin ninguna descendencia a la cual heredarle su inmensa fortuna; parece interesado en elegir a un merecido candidato para que maneje sus bienes después de su muerte, vuelan mucho más rápido aún. No hay que preguntarse el por qué.
Desde las islas del té, hasta Los Herreros. Desde los Herreros hasta Yachi. De Yachi hasta la peculiar ciudad ancestral de Shinogi-to. Todas y cada una de aquellas ciudades insignia de cada país oyeron acerca de ese hombre. Miembro de una familia con profundas raíces en el mundo actual, con antepasados que se remontan incluso hasta las antiguas cinco grandes aldeas.
Soshuro Sadao, era su nombre. Un nombre que iba a pasar por numerosas lenguas, formando porte de más de una proposición indecente.
Pero el cómo llegó aquella noticia a Kaido, ni él lo tenía claro. Pudo haberlo escuchado durante su estancia en Los Herreros, no lo sabía de su propio país. Y sin embargo, aquello no le detuvo en decidir embarcarse en aquella aventura, aunque sus intenciones no estaban puestas realmente en la fortuna de Sadao, ni mucho menos. El dinero era una posesión demasiado tribal para alguien como él.
Kaido buscaba algo más.
Y es que algo le decía que si algún día quería conocer más sobre sí mismo, a pesar de las recomendaciones de los miembros de su reducto Hozuki de no meter la nariz en vicisitudes ajenas a su voluntad, directamente ligada a los intereses de su clan; el país del agua era el lugar más indicado para hacerlo.
Era una corazonada, o algo similar. Y tendría que seguirla a toda costa.
Siete majestuosas embarcaciones aguardaban expectantes a la llegada de todo aquel que tuviese intención alguna de poner su mano sobre semejante fortuna. Tan variopintos personajes que era difícil discernir si todos ellos provenían desde tierras cercanas, o si por el contrario, habían llegado desde territorios tan lejos como desconocidos para un joven como él.
Nada de aquello importaba, sin embargo. Lo único que interesaba hasta el momento era poner su culo en alguna de esas embarcaciones. Y sino, nadaría hasta encontrar alguna si llegaban a zarpar sin él.
Lo tenía todo bien pensado.
Desde las islas del té, hasta Los Herreros. Desde los Herreros hasta Yachi. De Yachi hasta la peculiar ciudad ancestral de Shinogi-to. Todas y cada una de aquellas ciudades insignia de cada país oyeron acerca de ese hombre. Miembro de una familia con profundas raíces en el mundo actual, con antepasados que se remontan incluso hasta las antiguas cinco grandes aldeas.
Soshuro Sadao, era su nombre. Un nombre que iba a pasar por numerosas lenguas, formando porte de más de una proposición indecente.
Pero el cómo llegó aquella noticia a Kaido, ni él lo tenía claro. Pudo haberlo escuchado durante su estancia en Los Herreros, no lo sabía de su propio país. Y sin embargo, aquello no le detuvo en decidir embarcarse en aquella aventura, aunque sus intenciones no estaban puestas realmente en la fortuna de Sadao, ni mucho menos. El dinero era una posesión demasiado tribal para alguien como él.
Kaido buscaba algo más.
Y es que algo le decía que si algún día quería conocer más sobre sí mismo, a pesar de las recomendaciones de los miembros de su reducto Hozuki de no meter la nariz en vicisitudes ajenas a su voluntad, directamente ligada a los intereses de su clan; el país del agua era el lugar más indicado para hacerlo.
Era una corazonada, o algo similar. Y tendría que seguirla a toda costa.
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Siete majestuosas embarcaciones aguardaban expectantes a la llegada de todo aquel que tuviese intención alguna de poner su mano sobre semejante fortuna. Tan variopintos personajes que era difícil discernir si todos ellos provenían desde tierras cercanas, o si por el contrario, habían llegado desde territorios tan lejos como desconocidos para un joven como él.
Nada de aquello importaba, sin embargo. Lo único que interesaba hasta el momento era poner su culo en alguna de esas embarcaciones. Y sino, nadaría hasta encontrar alguna si llegaban a zarpar sin él.
Lo tenía todo bien pensado.