19/05/2017, 01:07
(Última modificación: 19/05/2017, 01:11 por Uchiha Datsue.)
—¿Qué? Por Amateratsu, Riko, ¡no! —dijo, con voz exageradamente dolida y aguda, cuando su compañero le acusó de inculparle en algún tipo de propuesta indecente—. Por supuesto que no me refería a… Por los Dioses, ni siquiera mencioné tu nombre. —Su rostro, el de un antiguo amante al que le acabasen de partir el corazón. Pero entonces su expresión cambió, y de pronto reflejó… la comprensión—. Oh, ya veo... Pensaba que los rumores que decían sobre ti no eran ciertos, Riko. De verdad que quería pensar que no eran ciertos…
¡Pam! Dardo directo al corazón. Rápidamente, dejó de mirarle, volviendo a centrar su atención en los herreros e interponiendo un muro imaginario entre él y Riko. Pasase lo que pasase, sucediese lo que sucediese, no volvería siquiera a mirarle de reojo en un buen rato.
Tampoco tuvo que esforzarse. La respuesta del herrero le dejó pensativo. Decía que había una serie de mecanismos, llamado recompensas, que se encargaba de lidiar con aquellas traviesas salvedades. No hacía falta tener mucha imaginación para saber a qué se refería con eso.
Cuando creía que ya no tenía opción alguna de negociar, Shinjaka intervino, dejándole todavía más perplejo. Lo que parecía estar proponiéndole era un pacto. Un pacto de lo más… indecente. ¿Por qué otra cosa sino incumplirían su sagrado tratado?
Datsue frunció el ceño. No porque pudiese ser indecente o inmoral. Para él aquellas palabras tenían tan poco sentido como para los Kusareños la victoria y el éxito. No, fruncía el ceño porque quien se lo proponía era el pupilo y no el maestro, y por tanto su palabra tenía menos peso de lo que requería en una situación como aquella.
—Está bien… —se inclinó hacia adelante y respiró hondo—. Basta de juegos… ¡y vayamos a pecho descubierto! —exclamó, dándose un fuerte golpe en el pecho. Más fuerte de lo que le hubiera gustado, de hecho, pues le dejó la zona dolorida y roja. Pero los herreros se caracterizaban por ser tipos duros, y él tenía que parecerlo tanto o más—. Lo que yo les propongo, señores, lo que yo les propongo… Es un negocio —un brillo de entusiasmo y éxtasis iluminó la mirada de Datsue, que no podía contenerse más—. Decidme una cosa, ¿cuánto hace que en las tiendas vemos siempre las mismas armas? Todas iguales, idénticas. Creo que el último avance fueron las bombas explosivas hace diez años… ¡Ja! Si es que a eso se le puede llamar avance. Lo que yo quiero, señores, es revolucionar el mercado. Aquí —se dio golpecitos con la punta del dedo en la sien, como señalando su mente—, existen armas inimaginables, pero perfectamente realizables por manos diestras como las vuestras, que serían el sueño húmedo de cualquier shinobi.
»Lo que propongo es sencillo. Aunar mi mente y vuestras manos. Quiero la exclusividad temporal de mis armas. Seis meses desde que el producto salga en mi tienda. Luego, que copien lo que quieran. Salvo mi firma. La firma que cada arma diseñada por mí llevará inscrita, y que distinguirá a la copia del original. A la burda imitación de lo auténtico.
Datsue no era utópico. Sabía que en Oonindo todavía no habían inventado algo como la propiedad intelectual. Querer conseguir los derechos eternos de sus armas era inviable. Pero si conseguía el tiempo suficiente como para ser el único en el mercado... Si conseguía, además, el tiempo suficiente como para instaurar su marca y ser reconocido en todo Oonindo...
Se levantó con tanto entusiasmo que la silla salió volando hacia atrás. Entonces extendió el brazo derecho, como si les estuviese ofreciendo el antebrazo.
—Si aceptáis y podéis garantizarme el acuerdo, clávenme ahora mismo si es necesario el hierro candente y sellemos la marca de hierro. Y haré lo que sea necesario para cumplir mi parte…
»Pero quiero oírlo de usted, Soroku-dono.
¡Pam! Dardo directo al corazón. Rápidamente, dejó de mirarle, volviendo a centrar su atención en los herreros e interponiendo un muro imaginario entre él y Riko. Pasase lo que pasase, sucediese lo que sucediese, no volvería siquiera a mirarle de reojo en un buen rato.
Tampoco tuvo que esforzarse. La respuesta del herrero le dejó pensativo. Decía que había una serie de mecanismos, llamado recompensas, que se encargaba de lidiar con aquellas traviesas salvedades. No hacía falta tener mucha imaginación para saber a qué se refería con eso.
Cuando creía que ya no tenía opción alguna de negociar, Shinjaka intervino, dejándole todavía más perplejo. Lo que parecía estar proponiéndole era un pacto. Un pacto de lo más… indecente. ¿Por qué otra cosa sino incumplirían su sagrado tratado?
Datsue frunció el ceño. No porque pudiese ser indecente o inmoral. Para él aquellas palabras tenían tan poco sentido como para los Kusareños la victoria y el éxito. No, fruncía el ceño porque quien se lo proponía era el pupilo y no el maestro, y por tanto su palabra tenía menos peso de lo que requería en una situación como aquella.
—Está bien… —se inclinó hacia adelante y respiró hondo—. Basta de juegos… ¡y vayamos a pecho descubierto! —exclamó, dándose un fuerte golpe en el pecho. Más fuerte de lo que le hubiera gustado, de hecho, pues le dejó la zona dolorida y roja. Pero los herreros se caracterizaban por ser tipos duros, y él tenía que parecerlo tanto o más—. Lo que yo les propongo, señores, lo que yo les propongo… Es un negocio —un brillo de entusiasmo y éxtasis iluminó la mirada de Datsue, que no podía contenerse más—. Decidme una cosa, ¿cuánto hace que en las tiendas vemos siempre las mismas armas? Todas iguales, idénticas. Creo que el último avance fueron las bombas explosivas hace diez años… ¡Ja! Si es que a eso se le puede llamar avance. Lo que yo quiero, señores, es revolucionar el mercado. Aquí —se dio golpecitos con la punta del dedo en la sien, como señalando su mente—, existen armas inimaginables, pero perfectamente realizables por manos diestras como las vuestras, que serían el sueño húmedo de cualquier shinobi.
»Lo que propongo es sencillo. Aunar mi mente y vuestras manos. Quiero la exclusividad temporal de mis armas. Seis meses desde que el producto salga en mi tienda. Luego, que copien lo que quieran. Salvo mi firma. La firma que cada arma diseñada por mí llevará inscrita, y que distinguirá a la copia del original. A la burda imitación de lo auténtico.
Datsue no era utópico. Sabía que en Oonindo todavía no habían inventado algo como la propiedad intelectual. Querer conseguir los derechos eternos de sus armas era inviable. Pero si conseguía el tiempo suficiente como para ser el único en el mercado... Si conseguía, además, el tiempo suficiente como para instaurar su marca y ser reconocido en todo Oonindo...
Se levantó con tanto entusiasmo que la silla salió volando hacia atrás. Entonces extendió el brazo derecho, como si les estuviese ofreciendo el antebrazo.
—Si aceptáis y podéis garantizarme el acuerdo, clávenme ahora mismo si es necesario el hierro candente y sellemos la marca de hierro. Y haré lo que sea necesario para cumplir mi parte…
»Pero quiero oírlo de usted, Soroku-dono.
![[Imagen: ksQJqx9.png]](https://i.imgur.com/ksQJqx9.png)
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado