21/05/2017, 12:10
El Salón del Té Honimusha, conocido por ser un sitio de exquisito gusto y aceptable etiqueta, se había convertido en un caos. Los músicos trataron de huir tan pronto el señor Ishigami —o su cadáver— se levantó de la mesa al más puro estilo muerto viviente de las novelas de terror. La estampida que se produjo dejó a Datsue en mitad de una multitud que trataba de huir de aquel sitio lo antes posible. Un hombre pasó junto a él, golpeándole en el hombro y haciéndole perder el equilibrio... Y el Henge. El muchachito joven y de mirada astuta quedó revelado.
—Muchacho, no sé cómo demonios has entrado aquí, ¡pero te aconsejo que te largues cuanto antes!
El consejo provenía de una de los empleadas del local, una chica muy joven y maquillada que debía ser una de las meseras. En efecto, los altercados que se habían producido a raíz de la caótica estampida habían dejado un charco de sangre en la entrada; sobre él, uno de los músicos acompañantes de Rokuro Hei yacía inerte con una herida en el costado, a la altura de los pulmones.
La guardia no tardaría en llegar.
Akame observó, atónito, cómo la chica del kimono se deshacía en un enjambre de papelitos blancos. «Por todos los demonios de Yomi... ¡Es una kunoichi!». No quedó duda de ello, pues con su Sharingan Akame fue capaz de ver el chakra que impregnaba aquellos papeles.
Nada más Aiko cruzó la esquina, otra flecha silbó el aire, pasando entre medio de los papeles. Quien quiera que fuese no quedaba ajeno a las artes ninja. Tras la oscuridad del callejón, el tirador se colgó el arco a la espalda, entrelazó las manos en una serie de sellos y luego las estiró hacia delante, como si quisiera empujar el aire mismo.
—¡Fuuton! ¡Daitoppa!
A comando del hombre, el aire se revolvió con gran violencia y arrampló con Aiko, tirándola al suelo con fuerza.
—¡Aiko-san! —exclamó Akame, que había oído lo sucedido tras la esquina.
El Uchiha se asomó otra vez, con cautela, y al no recibir flecha de aviso, dobló la esquina y corrió hacia donde se encontraba la pelirroja. Quien quiera que fuese se había ido ya junto con el hombre con cara de roedor.
—Un shinobi... —murmuró Akame—. No ha podido ser el hombre rata, su chakra era el de un civil. Pero esa técnica... Está claro que había un ninja ayudándole.
—Muchacho, no sé cómo demonios has entrado aquí, ¡pero te aconsejo que te largues cuanto antes!
El consejo provenía de una de los empleadas del local, una chica muy joven y maquillada que debía ser una de las meseras. En efecto, los altercados que se habían producido a raíz de la caótica estampida habían dejado un charco de sangre en la entrada; sobre él, uno de los músicos acompañantes de Rokuro Hei yacía inerte con una herida en el costado, a la altura de los pulmones.
La guardia no tardaría en llegar.
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Akame observó, atónito, cómo la chica del kimono se deshacía en un enjambre de papelitos blancos. «Por todos los demonios de Yomi... ¡Es una kunoichi!». No quedó duda de ello, pues con su Sharingan Akame fue capaz de ver el chakra que impregnaba aquellos papeles.
Nada más Aiko cruzó la esquina, otra flecha silbó el aire, pasando entre medio de los papeles. Quien quiera que fuese no quedaba ajeno a las artes ninja. Tras la oscuridad del callejón, el tirador se colgó el arco a la espalda, entrelazó las manos en una serie de sellos y luego las estiró hacia delante, como si quisiera empujar el aire mismo.
—¡Fuuton! ¡Daitoppa!
A comando del hombre, el aire se revolvió con gran violencia y arrampló con Aiko, tirándola al suelo con fuerza.
—¡Aiko-san! —exclamó Akame, que había oído lo sucedido tras la esquina.
El Uchiha se asomó otra vez, con cautela, y al no recibir flecha de aviso, dobló la esquina y corrió hacia donde se encontraba la pelirroja. Quien quiera que fuese se había ido ya junto con el hombre con cara de roedor.
—Un shinobi... —murmuró Akame—. No ha podido ser el hombre rata, su chakra era el de un civil. Pero esa técnica... Está claro que había un ninja ayudándole.