21/05/2017, 22:03
(Última modificación: 21/05/2017, 22:08 por Umikiba Kaido.)
De pronto, Datsue se armó de valor y dejó entrever su lado más poético, y a su vez, más salvaje. Les miró con la llama encendida de su forja interna y comenzó a explicar sin pelos en la lengua un plan bien trazado, repleto de condiciones y cláusulas de negociación impropias de un muchacho tan joven como él.
Ese negocio advertía que en su cabeza existían ideas revolucionarias que llevarían el mercado herrero hasta el éxtasis de sus más fieles compradores, y que siendo él incapaz de crearlas por sí sólo, necesitaba de una mano competente que convirtiera susodichas ideas en una realidad palpable. Soroku no pudo evitar sonreír nuevamente ante las tribulaciones de el intrépido de Datsue, quien tenía la clara intención, además, de realzar su nombre tras el acuerdo propuesto. Quería, como muchos lo han querido en el negocio, ser reconocido por los diseños de sus armas. Una perspectiva un tanto utópica, y que en tiempos tan rudimentarios como los que azotaban Oonindo, era una posibilidad muy poco probable.
Lo que más les sorprendió, sin embargo, fue la tajante disposición a recibir La marca de hierro. Extendió su brazo sin pestañear e increpó al miembro honorario del gremio de la ciudad a que hiciera lo debido, sólo... si podía asegurarle el acuerdo. Aquello le hizo recordar sus días de juventud, antes de siquiera tener intenciones de convertirse en el reconocido herrero que era hoy en día, cuando sus ambiciones eran incluso más grande que su opacado sentido de preservación.
Aquel que Datsue había decidido ignorar, a pesar de tener en frente todas las señales.
—Bonita presentación, mi querido Datsue. Bonita presentación... mas sin embargo —siempre había un pero, eso tenía que saberlo el Uchiha—. nada me asegura a mí que esas flagrantes ideas de las que hablas son reales, ni mucho menos factibles incluso para el mejor de los herreros. Ni hablar de la exclusividad que pides, lo cual relentizaría la producción de tus invenciones y reduciría en gran medida el mercado para ellas. Entenderás que a la gente le gusta lo conocido, se rigen por el status quo de nuestro comercio. Introducir innovaciones no es sencillo, ni patentar tampoco. ¿Has pensado en todo ésto? —dispuso de sus manos en la barbilla, y se la sobó parsimoniosamente. Algo le decía a Datsue que a pesar de las preocupaciones de Soroku, en cierta medida, le tomaba en serio. A pesar de que se tratase de un chiquillo demasiado confiado en sus propios planes—. y entenderás también que, un favor como éste conlleva una gran responsabilidad. La marca ha de ser equitativa a a la recompensa que sugieres.
»Todos hemos pecado de ambiciosos cuando hemos sido jóvenes, mi querido Datsue. Y no siempre comprendemos las consecuencias de nuestros actos. La marca pesa. No es un interdicto que sea fácil de llevar.
Y a pesar de que pudiera parecer que Soroku-sama estuviese intentando disuadir al joven Datsue, realmente estaba preparándole para el compromiso que iba a recibir. Todo dependía de él, y sólo de él.
Shinjaka, por otro lado, les observaba ya no tan sonriente. Su amabilidad y galantería pareció desaparecer misteriosamente y ahora veía a los jóvenes, Riko incluido; con poca simpatía. No le había gustado para nada que un crío le hubiese desmarcado de la negociación, como si ser el aprendiz no fuese suficiente.
Se las iba a cobrar, quizás no ahora, pero algún día.
Ese negocio advertía que en su cabeza existían ideas revolucionarias que llevarían el mercado herrero hasta el éxtasis de sus más fieles compradores, y que siendo él incapaz de crearlas por sí sólo, necesitaba de una mano competente que convirtiera susodichas ideas en una realidad palpable. Soroku no pudo evitar sonreír nuevamente ante las tribulaciones de el intrépido de Datsue, quien tenía la clara intención, además, de realzar su nombre tras el acuerdo propuesto. Quería, como muchos lo han querido en el negocio, ser reconocido por los diseños de sus armas. Una perspectiva un tanto utópica, y que en tiempos tan rudimentarios como los que azotaban Oonindo, era una posibilidad muy poco probable.
Lo que más les sorprendió, sin embargo, fue la tajante disposición a recibir La marca de hierro. Extendió su brazo sin pestañear e increpó al miembro honorario del gremio de la ciudad a que hiciera lo debido, sólo... si podía asegurarle el acuerdo. Aquello le hizo recordar sus días de juventud, antes de siquiera tener intenciones de convertirse en el reconocido herrero que era hoy en día, cuando sus ambiciones eran incluso más grande que su opacado sentido de preservación.
Aquel que Datsue había decidido ignorar, a pesar de tener en frente todas las señales.
—Bonita presentación, mi querido Datsue. Bonita presentación... mas sin embargo —siempre había un pero, eso tenía que saberlo el Uchiha—. nada me asegura a mí que esas flagrantes ideas de las que hablas son reales, ni mucho menos factibles incluso para el mejor de los herreros. Ni hablar de la exclusividad que pides, lo cual relentizaría la producción de tus invenciones y reduciría en gran medida el mercado para ellas. Entenderás que a la gente le gusta lo conocido, se rigen por el status quo de nuestro comercio. Introducir innovaciones no es sencillo, ni patentar tampoco. ¿Has pensado en todo ésto? —dispuso de sus manos en la barbilla, y se la sobó parsimoniosamente. Algo le decía a Datsue que a pesar de las preocupaciones de Soroku, en cierta medida, le tomaba en serio. A pesar de que se tratase de un chiquillo demasiado confiado en sus propios planes—. y entenderás también que, un favor como éste conlleva una gran responsabilidad. La marca ha de ser equitativa a a la recompensa que sugieres.
»Todos hemos pecado de ambiciosos cuando hemos sido jóvenes, mi querido Datsue. Y no siempre comprendemos las consecuencias de nuestros actos. La marca pesa. No es un interdicto que sea fácil de llevar.
Y a pesar de que pudiera parecer que Soroku-sama estuviese intentando disuadir al joven Datsue, realmente estaba preparándole para el compromiso que iba a recibir. Todo dependía de él, y sólo de él.
Shinjaka, por otro lado, les observaba ya no tan sonriente. Su amabilidad y galantería pareció desaparecer misteriosamente y ahora veía a los jóvenes, Riko incluido; con poca simpatía. No le había gustado para nada que un crío le hubiese desmarcado de la negociación, como si ser el aprendiz no fuese suficiente.
Se las iba a cobrar, quizás no ahora, pero algún día.