27/06/2015, 00:33
Al contrario que ella, Daruu y Reiji despedían una confianza en sí mismos que era envidiable. La exclamación del rubio la hizo enmudecer, repentinamente ruborizada. Incluso hizo referencia a la promesa de la revancha que se hicieron días antes.
Ante aquella revelación, Kōri entrecerró ligeramente los ojos.
«Ya se han enfrentado antes...» Comprendió. Aunque no era demasiado extraño, teniendo en cuenta que habían ido a la misma clase durante sus años en la Academia.
Tanto Daruu como Reiji hicieron apología a sus verdaderos sentimientos. Antes que el cumplimiento de la misión, se encargarían del bienestar de los miembros de su equipo. Al menos, aquellas fueron las conclusiones que el Hielo pudo extraer de sus palabras.
—Se os ha encomendado proteger estos tres cascabeles. Si no podéis proteger a vuestra compañera, lo peor que podéis hacer es también romper el acuerdo de la misión. ¿O cómo le explicaréis al cliente de vuestra misión que habéis roto uno de los tres objetos porque no habéis podido salvar a uno de los nuestros? —las palabras de Kōri hacia Reiji fueron tan afiladas como una navaja. Directas y sinceras, y Ayame sabía que tenía razón—. Sois tres columnas, pero si una cae, o incluso dos, la restante debe asegurarse de que el edificio siga en pie. Eso significa ser shinobi: aguantar.
«Estoy siendo un estorbo...» Reparó la muchacha, agachando la cabeza para ocultar las lágrimas que amenazaban con asomar a sus ojos. Pero, por mucho que pensara, no se le ocurría cómo podía salir de aquella situación. Ninguna de sus técnicas servía, no podía alcanzar sus armas, no podía siquiera moverse...
El hielo seguía reptando por el resto de su espalda, y en aquella ocasión Ayame apretó las mandíbulas, esforzándose por no volver a gritar de dolor. Por delante de ella, Reiji había hecho aparecer en su mano una especie de masa líquida de color carmesí que se alargó y se alargó hasta formar lo que parecía ser...
«¿Un látigo de... sangre?»
Arma en mano, el chico vampiro había arrancado a correr hacia su posición, y Ayame sintió la silenciosa tensión en el cuerpo de Kōri por encima de ella.
—¡No! ¡Espera! —exclamó, angustiada. Pero Reiji no estaba dispuesto a frenar su avance. La animó a confiar en él, pero con un movimiento de su brazo el látigo se sacudió en el aire y Ayame cerró los ojos en el momento que vio que la línea roja se dirigía directa a cruzarle la cara.
Pero el restallido nunca estalló en su mejilla.
—Kōri...
Su hermano mayor se había movido de su posición, clavando la pierna justo delante del rostro de Ayame para recibir él el golpe en su lugar. Desde su posición no podía verle, pero el jonin había entrecerrado ligeramente los ojos en una mueca de dolor increíblemente fugaz, antes de fulminar con la mirada al genin. El aire vibró un instante a su alrededor, frío como una brisa de invierno.
—Reiji-kun... No voy a permitir que os sacrifiquéis entre vosotros para conseguir vuestro objetivo.
Una densa mancha de sangre cubría la pernera del pantalón, antes de un blanco casi brillante. Pero Kōri no parecía ser consciente de ello, y cuando de aquella surgió de nuevo aquel látigo de sangre que parecía moverse con vida propia, el jonin saltó hacia atrás en un gesto reflejo. Sin embargo, con aquel gesto no había podido evitar el impacto de la técnica pero el chico-vampiro sí había conseguido que Ayame quedara libre.
La kunoichi se reincorporó rápidamente como bien pudo. Aún tenía el brazo congelado tras la espalda, ambos congelados, y parecía que por el momento no iba a poder moverse con total libertad.
—Lo siento, chicos... y gracias —balbuceó, retrocediendo unos pocos pasos. Kōri Se alzaba más allá, ahora inmóvil, y sin ningún amago que indicara que fuera a moverse pronto. Había sido herido, pero Ayame le conocía lo suficiente como para saber que aquello no bastaría para detenerle. Ahora debían quitarle el cascabel...
Sin que él les arrebatara los suyos a Daruu y a Reiji.
Ante aquella revelación, Kōri entrecerró ligeramente los ojos.
«Ya se han enfrentado antes...» Comprendió. Aunque no era demasiado extraño, teniendo en cuenta que habían ido a la misma clase durante sus años en la Academia.
Tanto Daruu como Reiji hicieron apología a sus verdaderos sentimientos. Antes que el cumplimiento de la misión, se encargarían del bienestar de los miembros de su equipo. Al menos, aquellas fueron las conclusiones que el Hielo pudo extraer de sus palabras.
—Se os ha encomendado proteger estos tres cascabeles. Si no podéis proteger a vuestra compañera, lo peor que podéis hacer es también romper el acuerdo de la misión. ¿O cómo le explicaréis al cliente de vuestra misión que habéis roto uno de los tres objetos porque no habéis podido salvar a uno de los nuestros? —las palabras de Kōri hacia Reiji fueron tan afiladas como una navaja. Directas y sinceras, y Ayame sabía que tenía razón—. Sois tres columnas, pero si una cae, o incluso dos, la restante debe asegurarse de que el edificio siga en pie. Eso significa ser shinobi: aguantar.
«Estoy siendo un estorbo...» Reparó la muchacha, agachando la cabeza para ocultar las lágrimas que amenazaban con asomar a sus ojos. Pero, por mucho que pensara, no se le ocurría cómo podía salir de aquella situación. Ninguna de sus técnicas servía, no podía alcanzar sus armas, no podía siquiera moverse...
El hielo seguía reptando por el resto de su espalda, y en aquella ocasión Ayame apretó las mandíbulas, esforzándose por no volver a gritar de dolor. Por delante de ella, Reiji había hecho aparecer en su mano una especie de masa líquida de color carmesí que se alargó y se alargó hasta formar lo que parecía ser...
«¿Un látigo de... sangre?»
Arma en mano, el chico vampiro había arrancado a correr hacia su posición, y Ayame sintió la silenciosa tensión en el cuerpo de Kōri por encima de ella.
—¡No! ¡Espera! —exclamó, angustiada. Pero Reiji no estaba dispuesto a frenar su avance. La animó a confiar en él, pero con un movimiento de su brazo el látigo se sacudió en el aire y Ayame cerró los ojos en el momento que vio que la línea roja se dirigía directa a cruzarle la cara.
Pero el restallido nunca estalló en su mejilla.
—Kōri...
Su hermano mayor se había movido de su posición, clavando la pierna justo delante del rostro de Ayame para recibir él el golpe en su lugar. Desde su posición no podía verle, pero el jonin había entrecerrado ligeramente los ojos en una mueca de dolor increíblemente fugaz, antes de fulminar con la mirada al genin. El aire vibró un instante a su alrededor, frío como una brisa de invierno.
—Reiji-kun... No voy a permitir que os sacrifiquéis entre vosotros para conseguir vuestro objetivo.
Una densa mancha de sangre cubría la pernera del pantalón, antes de un blanco casi brillante. Pero Kōri no parecía ser consciente de ello, y cuando de aquella surgió de nuevo aquel látigo de sangre que parecía moverse con vida propia, el jonin saltó hacia atrás en un gesto reflejo. Sin embargo, con aquel gesto no había podido evitar el impacto de la técnica pero el chico-vampiro sí había conseguido que Ayame quedara libre.
La kunoichi se reincorporó rápidamente como bien pudo. Aún tenía el brazo congelado tras la espalda, ambos congelados, y parecía que por el momento no iba a poder moverse con total libertad.
—Lo siento, chicos... y gracias —balbuceó, retrocediendo unos pocos pasos. Kōri Se alzaba más allá, ahora inmóvil, y sin ningún amago que indicara que fuera a moverse pronto. Había sido herido, pero Ayame le conocía lo suficiente como para saber que aquello no bastaría para detenerle. Ahora debían quitarle el cascabel...
Sin que él les arrebatara los suyos a Daruu y a Reiji.