28/05/2017, 04:42
Resulto ser de gran utilidad el que Naomi supiese aplicar los primeros auxilios necesarios para evitar que su protegido se desangrase. Le vendo lenta y metódicamente, dejando firmemente ajustadas las tiras que recubrían los cortes en el brazo y en la costilla. En todo momento se mantuvo arrodillada junto a él, asegurándose de que no tuviera alguna otra herida menos visible pero igual de urgente que las otras.
—Parece que no recibió más daños importantes, mi señor. ¿Cómo se encuentra? —pregunto, con una preocupación un tanto más fuerte que su semblante impasible.
—Recibí unos cuantos golpes y estoy bastante cansado, pero de resto, podría decirse que salí muy bien librado. —Bebió un sorbo de agua de una cantimplora y observo sus alrededores.
De a poco, sus sentidos iban recuperando su estado normal, alterados por la adrenalina de la batalla. Observo como por el suelo de los alrededores se expandían varias charcas de sangre, como pequeños lagos que se originan al pie de montañas que eran cadáveres. No sabía cuántos de los suyos habían perdido y tampoco quería contarlos, pero por la cantidad de cuerpos desperdigados y el olor a carne cortada se le hacía demasiado evidente que las bajas fueron considerables... Pero no se encontraba triste por aquellas muertes, pues sabía que aquellos guerreros habían sido afortunados de que allí hubiese varios ninjas que pelearan por ellos, de que la masacre no fuese mayor… Aunque puede que fuese esa misma presencia la causa de todos sus problemas.
—Sus heridas seguirán abiertas hasta que podamos encontrar un lugar donde suturarlas —le dijo, tratando de sugerirle que no se moviera más de lo necesario—. La batalla fue un tanto difícil para usted, sin embargo le veo sereno…, casi satisfecho.
Kōtetsu fijo sus grises ojos en la Miyazaki, y pudo ver en ella un grado de incomprensión que le hacía sentirse un tanto avergonzado. Le hubiese gustado decirle que había disfrutado de la que no era su primera batalla a gran escala, que en esta ocasión si había sido de verdadera utilidad y no había dejado morir a sus semejantes. Pero no creía que su guardiana fuese capaz de comprender que era poco lo que le dolían las demás muertes, y lo agradecido que estaba por haber puesto a prueba sus habilidades. Agradecido de que el dios de la muerte le permitiera pararse frente a él y sonreírle para luego dejarle marchar, esperando verlo nueva e inevitablemente. Agradecido de sentirse vivo y victorioso, agradecido de lo aprendido y de lo quedaba por aprender.
No, ella no sería capaz de comprender aquello… No tenía a nadie capaz de tal cosa…
—Supongo que es la embriagues del combate —Se limito a responder con algo que achacaba su estado al torbellino de emociones movidas por la adrenalina durante el combate—. Me has atendido bastante bien, pero ahora deberías ir a ayudar a otros que están en peores condiciones.
La joven hizo una leve reverencia y, comprendiendo que su señor necesitaba un momento de soledad, se retiro a colaborar con cuanto le fuese posible.
Los heridos fueron atendidos con la mayor de las prontitudes, aunque no con los mejores de los remedios, pues la marcha debía de continuar lo más pronto posible. Yosehara dirigía a todos con menos rigor y dureza de lo habitual, comportamiento que solo podía ser causado por lo lastimado que se encontraba su musculado cuerpo en aquel momento. Los caballos y literas que aun servían se pusieron en uso para llevar a los que, por sus heridas y condición, no pudiesen caminar.
Con las directrices que los movían, y viendo la condición de la Sakamoto y de su acompañante, uno de los soldados se aseguro de que se dispusiera una de la literas restantes para las dos. Lo que menos necesitaban es que después de tanto ambas señoritas muriesen o quedasen lisiadas por haber tenido que caminar con tales lastimaduras. Estando ya a bordo del vehículo, el soldado al cual le había hecho una pregunta anteriormente se acerco para asegurarse de vendar improvisadamente a la muchacha que yacía inconsciente. El hombre iba a aprovechar aquel momento para contestarle, pero la voz del líder del grupo se impuso al momento.
—¡Detrás de ese risco se encuentra nuestro destino y la seguridad que necesitamos! —bramo Jokei, que ya comenzaba a recuperar su poderosa voz, señalando un lugar que parecía estar bastante cerca—. ¡Es una media hora a paso ligero, así que pongámonos en marcha!
De pronto, uno de los soldados dio un grito que resonaba con una mescla de horror y emoción:
—¡Señor, Tamaro aun respira!
Yosehara se acerco tan rápidamente como su maltrecho cuerpo se lo permitió, a ver lo que había quedado del hombre a quien el mismo entreno: El soldado estaba vivo, así lo demostraba un tenue subir y bajar de su pecho, pero su cuerpo, parcialmente incinerado, parecía indicar que estaba más próximo al mundo de los muerto que a aquel en donde debía de estar. Todos le vieron horrorizados y con expresión de poca esperanza, pues su armadura había sido destrozada y su ropa se había quemado mientras yacía pegada a su piel, que ahora era una masa rosada y sangrante, negra en varias partes y propietaria de un penetrante olor a carne quemada.
—Súbanlo con sumo cuidado a una de las literas y utilicen un poco de agua para lavar sus heridas —el alguacil le miro con una expresión indescifrable y se limito a marcharse con pocas palabras que agregar—. Lo único que podemos hacer es llevarlo con nosotros, pero solo la suerte dirá si lograra sobrevivir.
Aquellas últimas palabras sonaron pesadas y frías, como una gran piedra que se ha hecho demasiado difícil de cargar.
“Es hora de movernos y continuar con el viaje.” pensó el Hakagure, cuando comenzaron a ponerse en marcha.
El dolor era considerable, y hacia que caminar fuese una tarea ardua y extenuante, pero no estaba dispuesto a permitir que su debilidad lo convirtiese en una carga. Se ayudo con pensamientos que le alejaban del calvario: pensó sobre como aquellos hombres habían muerto sin un motivo real para ellos y como se veían obligados a dejar a sus compañeros caídos atrás, con la promesa de que volverían por sus restos cuando sabían que lo más probable es que los carroñeros los reclamasen primero. Aquello le molesto un poco; un descendiente de los señores de las tumbas y los rituales mortuorios, permitiendo que la humanidad de quienes lucharon junto a él y cayeron valientemente yacieran allí sin más, luego de despojarlos de todo lo que pudiese ser de utilidad para los que quedaran con vida. Sin embargo, nadie parecía dispuesto a quejarse por ello, al menos no en aquel momento.
“Es como debe ser —se dijo a sí mismo, al ver como el resto de los soldados y porteadores se movían con honorable resignación—. Cuando quienes nos acompañan mueren, lo único que podemos hacer los que quedamos con vida es avanzar… Si, avanzar y sobrevivir.”
“Si, así es como debe ser.” le susurro una voz que provenía de su espada, pero que parecía estar alojada en su corazón.
—Parece que no recibió más daños importantes, mi señor. ¿Cómo se encuentra? —pregunto, con una preocupación un tanto más fuerte que su semblante impasible.
—Recibí unos cuantos golpes y estoy bastante cansado, pero de resto, podría decirse que salí muy bien librado. —Bebió un sorbo de agua de una cantimplora y observo sus alrededores.
De a poco, sus sentidos iban recuperando su estado normal, alterados por la adrenalina de la batalla. Observo como por el suelo de los alrededores se expandían varias charcas de sangre, como pequeños lagos que se originan al pie de montañas que eran cadáveres. No sabía cuántos de los suyos habían perdido y tampoco quería contarlos, pero por la cantidad de cuerpos desperdigados y el olor a carne cortada se le hacía demasiado evidente que las bajas fueron considerables... Pero no se encontraba triste por aquellas muertes, pues sabía que aquellos guerreros habían sido afortunados de que allí hubiese varios ninjas que pelearan por ellos, de que la masacre no fuese mayor… Aunque puede que fuese esa misma presencia la causa de todos sus problemas.
—Sus heridas seguirán abiertas hasta que podamos encontrar un lugar donde suturarlas —le dijo, tratando de sugerirle que no se moviera más de lo necesario—. La batalla fue un tanto difícil para usted, sin embargo le veo sereno…, casi satisfecho.
Kōtetsu fijo sus grises ojos en la Miyazaki, y pudo ver en ella un grado de incomprensión que le hacía sentirse un tanto avergonzado. Le hubiese gustado decirle que había disfrutado de la que no era su primera batalla a gran escala, que en esta ocasión si había sido de verdadera utilidad y no había dejado morir a sus semejantes. Pero no creía que su guardiana fuese capaz de comprender que era poco lo que le dolían las demás muertes, y lo agradecido que estaba por haber puesto a prueba sus habilidades. Agradecido de que el dios de la muerte le permitiera pararse frente a él y sonreírle para luego dejarle marchar, esperando verlo nueva e inevitablemente. Agradecido de sentirse vivo y victorioso, agradecido de lo aprendido y de lo quedaba por aprender.
No, ella no sería capaz de comprender aquello… No tenía a nadie capaz de tal cosa…
—Supongo que es la embriagues del combate —Se limito a responder con algo que achacaba su estado al torbellino de emociones movidas por la adrenalina durante el combate—. Me has atendido bastante bien, pero ahora deberías ir a ayudar a otros que están en peores condiciones.
La joven hizo una leve reverencia y, comprendiendo que su señor necesitaba un momento de soledad, se retiro a colaborar con cuanto le fuese posible.
Los heridos fueron atendidos con la mayor de las prontitudes, aunque no con los mejores de los remedios, pues la marcha debía de continuar lo más pronto posible. Yosehara dirigía a todos con menos rigor y dureza de lo habitual, comportamiento que solo podía ser causado por lo lastimado que se encontraba su musculado cuerpo en aquel momento. Los caballos y literas que aun servían se pusieron en uso para llevar a los que, por sus heridas y condición, no pudiesen caminar.
Con las directrices que los movían, y viendo la condición de la Sakamoto y de su acompañante, uno de los soldados se aseguro de que se dispusiera una de la literas restantes para las dos. Lo que menos necesitaban es que después de tanto ambas señoritas muriesen o quedasen lisiadas por haber tenido que caminar con tales lastimaduras. Estando ya a bordo del vehículo, el soldado al cual le había hecho una pregunta anteriormente se acerco para asegurarse de vendar improvisadamente a la muchacha que yacía inconsciente. El hombre iba a aprovechar aquel momento para contestarle, pero la voz del líder del grupo se impuso al momento.
—¡Detrás de ese risco se encuentra nuestro destino y la seguridad que necesitamos! —bramo Jokei, que ya comenzaba a recuperar su poderosa voz, señalando un lugar que parecía estar bastante cerca—. ¡Es una media hora a paso ligero, así que pongámonos en marcha!
De pronto, uno de los soldados dio un grito que resonaba con una mescla de horror y emoción:
—¡Señor, Tamaro aun respira!
Yosehara se acerco tan rápidamente como su maltrecho cuerpo se lo permitió, a ver lo que había quedado del hombre a quien el mismo entreno: El soldado estaba vivo, así lo demostraba un tenue subir y bajar de su pecho, pero su cuerpo, parcialmente incinerado, parecía indicar que estaba más próximo al mundo de los muerto que a aquel en donde debía de estar. Todos le vieron horrorizados y con expresión de poca esperanza, pues su armadura había sido destrozada y su ropa se había quemado mientras yacía pegada a su piel, que ahora era una masa rosada y sangrante, negra en varias partes y propietaria de un penetrante olor a carne quemada.
—Súbanlo con sumo cuidado a una de las literas y utilicen un poco de agua para lavar sus heridas —el alguacil le miro con una expresión indescifrable y se limito a marcharse con pocas palabras que agregar—. Lo único que podemos hacer es llevarlo con nosotros, pero solo la suerte dirá si lograra sobrevivir.
Aquellas últimas palabras sonaron pesadas y frías, como una gran piedra que se ha hecho demasiado difícil de cargar.
“Es hora de movernos y continuar con el viaje.” pensó el Hakagure, cuando comenzaron a ponerse en marcha.
El dolor era considerable, y hacia que caminar fuese una tarea ardua y extenuante, pero no estaba dispuesto a permitir que su debilidad lo convirtiese en una carga. Se ayudo con pensamientos que le alejaban del calvario: pensó sobre como aquellos hombres habían muerto sin un motivo real para ellos y como se veían obligados a dejar a sus compañeros caídos atrás, con la promesa de que volverían por sus restos cuando sabían que lo más probable es que los carroñeros los reclamasen primero. Aquello le molesto un poco; un descendiente de los señores de las tumbas y los rituales mortuorios, permitiendo que la humanidad de quienes lucharon junto a él y cayeron valientemente yacieran allí sin más, luego de despojarlos de todo lo que pudiese ser de utilidad para los que quedaran con vida. Sin embargo, nadie parecía dispuesto a quejarse por ello, al menos no en aquel momento.
“Es como debe ser —se dijo a sí mismo, al ver como el resto de los soldados y porteadores se movían con honorable resignación—. Cuando quienes nos acompañan mueren, lo único que podemos hacer los que quedamos con vida es avanzar… Si, avanzar y sobrevivir.”
“Si, así es como debe ser.” le susurro una voz que provenía de su espada, pero que parecía estar alojada en su corazón.