29/05/2017, 16:43
El Uchiha apretó los dientes para contener un gruñido de dolor cuando uno de los soldados terminó de vendarle la oreja. Era un remedio simple, apenas una tira de tela blanca y limpia atada por detrás de su cabeza, pero bastaría. Echando un vistazo al campo de batalla en el que se había convertido aquel sendero, Akame podía considerarse afortunado de haber perdido tan sólo un pequeño trozo de su lóbulo. Había cadáveres y moribundos que se quejaban, aullaban de dolor o emitían sus últimas palabras mortecinas.
Mientras el alguacil, Yosehara, gritaba órdenes y ponía en formación a la gente, Akame se lavó la cara y las manos con un odre de agua que le ofreció un soldado de barba y bigote castaños. «¡Ajá, es él!». Lo reconoció al instante: el veterano que a lomos de un caballo y empuñando su fiel naginata había organizado la formación para ganar la batalla en aquella sección del camino.
—Has luchado bien, shinobi-san —le dijo el hombre mientras él mismo se lavaba también la cara y las manos, rojas de sangre que no era suya—. Jamás había visto engendros como estos. Por todos los demonios de Yomi, ¿a qué nos enfrentábamos?
Akame esbozó una sonrisa tranquila. Por suerte para él, el origen de los clones de arcilla le parecía mucho menos demoníaco, aunque no por ello menos inquietante.
—Tú también, soldado-san —admitió el Uchiha—. Si tu pericia con las tácticas militares probablemente muchos más hombres habrían muerto.
Pensó entonces en el joven Tamaro, en la bola de fuego que le había abrasado a él y a su caballo, y en su mujer e hija —a las que nunca volvería a ver—.
—Uchiha Akame —añadió—. Shinobi de la Aldea Oculta del Remolino.
El soldado respondió a su inclinación de cabeza con otra igual de firme y más disciplinada.
—Akodo Toturi, de Yamiria.
Ninja y militar se incorporaron entonces a la columna que, poco a poco, retomaba la marcha. Akame caminaba mucho menos ligero que antes, acusando todavía la fatiga provocada por la intensidad de la batalla y el uso del Ninjutsu. Un par de veces pensó el Uchiha en dar alguna explicación sobre la naturaleza de los clones de arcilla, y las dos veces terminó por no hacerlo. Por una parte quería disipar la bruma de la ignorancia que rodeaba a aquel soldado, pero por otra sospechaba que, de revelar que el ataque había sido de origen ninja, quizás el Akodo y los otros hombres terminasen por desconfiar definitivamente de todos ellos.
Mientras el alguacil, Yosehara, gritaba órdenes y ponía en formación a la gente, Akame se lavó la cara y las manos con un odre de agua que le ofreció un soldado de barba y bigote castaños. «¡Ajá, es él!». Lo reconoció al instante: el veterano que a lomos de un caballo y empuñando su fiel naginata había organizado la formación para ganar la batalla en aquella sección del camino.
—Has luchado bien, shinobi-san —le dijo el hombre mientras él mismo se lavaba también la cara y las manos, rojas de sangre que no era suya—. Jamás había visto engendros como estos. Por todos los demonios de Yomi, ¿a qué nos enfrentábamos?
Akame esbozó una sonrisa tranquila. Por suerte para él, el origen de los clones de arcilla le parecía mucho menos demoníaco, aunque no por ello menos inquietante.
—Tú también, soldado-san —admitió el Uchiha—. Si tu pericia con las tácticas militares probablemente muchos más hombres habrían muerto.
Pensó entonces en el joven Tamaro, en la bola de fuego que le había abrasado a él y a su caballo, y en su mujer e hija —a las que nunca volvería a ver—.
—Uchiha Akame —añadió—. Shinobi de la Aldea Oculta del Remolino.
El soldado respondió a su inclinación de cabeza con otra igual de firme y más disciplinada.
—Akodo Toturi, de Yamiria.
Ninja y militar se incorporaron entonces a la columna que, poco a poco, retomaba la marcha. Akame caminaba mucho menos ligero que antes, acusando todavía la fatiga provocada por la intensidad de la batalla y el uso del Ninjutsu. Un par de veces pensó el Uchiha en dar alguna explicación sobre la naturaleza de los clones de arcilla, y las dos veces terminó por no hacerlo. Por una parte quería disipar la bruma de la ignorancia que rodeaba a aquel soldado, pero por otra sospechaba que, de revelar que el ataque había sido de origen ninja, quizás el Akodo y los otros hombres terminasen por desconfiar definitivamente de todos ellos.