31/05/2017, 02:02
Tal y como lo había dicho el alguacil de Kōtai, lo que les quedaba de trayecto era una distancia que bien podía ser recorrida en poco más de media hora. Sin embargo, el peso del cansancio, y el resto de secuelas dejadas por el ataque, hicieron que el camino fuese tortuoso y aparentemente interminable. Una larga e insoportable hora, en la que estuvieron bajo la constante amenaza y temor de un nuevo ataque, fue el tiempo que le tomo a la comitiva el llegar hasta su destino.
“Que alto, tanto como para tocar el cielo.” pensó el Hakagurē, que a aquellas alturas apenas si podía sostenerse en pie por cuenta propia.
Con la señal de alto de Yosehara, el grupo se encontró detenido frente a un inconmensurable pilar de roca, cuya circunferencia era demasiada como para ser apreciada por una vista tan cercana. Se hacía obvio que debía de ser una de aquellas curiosas mesetas que se levantaban en el horizonte, lejanas y extrañas, asemejándose a columnas que debían de sostener el cielo. Estando tan próximos era imposible el saber con exactitud que había en la cima, pero si se podía apreciar una especie de camino serpenteante que envolvía al pilar e invitaba a los visitantes a que lo recorriesen para que pudieran develar el misterio. Aquella escalinata tenía el ancho suficiente como para que cuatro personas caminasen una al lado de la otra cómodamente, por lo que el grupo entero tenía la posibilidad de subir sin dejar atrás a los heridos.
—¡Adelante y hacia arriba! —exclamo Jokei, señalando la distante cima—. Al final de este camino se encuentra el hogar de Nishijima Satomu.
Fue poco lo que esperaron antes de ponerse en marcha, dejando atrás solo a los caballos, quienes serian incapaces de mantener la calma en semejante recorrido. Las bestias fueron escondidas y amarradas en un grupo de arboles que prometía mantenerlas a salvo hasta que regresasen por ellas. Los heridos fueron acomodados como mejor se pudo en las literas, asegurándose de que no fueran a salirse de las mismas durante la larga caminata.
En principio, el recorrido se presento como algo suave y fácil, comparándolo con el necesario para llegar allí. Más tarde el cansancio comenzó a hacerse evidente, con cada pausa que tenían que tomar para recuperar el aliento. Kōtetsu no había dejado que queja alguna escapara de sus labios, pero en secreto se alegraba de que el grupo se detuviera de cuando en cuando. El aprovechaba aquellos instantes para apreciar un poco los alrededores: Las escaleras estaban finamente talladas en el duro granito, y tenían una superficie rugosa que dificultaba el que alguien llegase a resbalar. Aquello le pareció algo bueno, pues conforme avanzaban, el abismo de su lado derecho se hacía cada vez más profundo y amenazante, al igual que el viento que por momentos aumentaba su fuerza e intención de empujarles hacia los bordes. Con cada escalón que superaba se atrevía a dar miradas hacia el horizonte, comprobando que las mesetas cercanas se mostraban cada vez más tímidas y pequeñas. En cierto punto pasaron por lo que debía de ser una nube baja, un ligero banco de niebla blanca. Por unos segundos el espadachín perdió de vista el resto del mundo, oculto tras aquel velo frio y húmedo. Sus oídos pudieron escuchar como un par de soldados manifestaban su gran impresión al subir por vez primera un “pilote celestial”, nombre que la gente de aquella región les deba a las montañas de cima plana.
“Es un nombre bastante coherente —medito, mientras sentía el húmedo frio colarse en sus heridas—. Si imaginas el azul del cielo como un enorme lago de aguas claras y las nubes como los palacios de las deidades celestes, es evidente que estas montañas serian los humildes pilones que sostienen el hogar empíreo.”
A media que se acercaban al final del camino, aquel último pensamiento se le hacía cada vez más oportuno y gracioso: Suponía que aquel que le confiere a la piedra humanidad seria plenamente consciente de dicho simbolismo, lo que le hacía preguntarse el por qué había optado vivir en la que sospechaba era la montaña más alta de todas. Desde su perspectiva solo podía tratarse de un sujeto humilde que buscaba la paz y la mejora de su arte a través de la cercanía y comunión con los dioses… Aunque aceptaba la posibilidad de que fuera alguien cuyo ego le permitía creerse digno de habitar entre los altísimos y de compartir con ellos su arte, cuyo nivel estaba muy por encima de las capacidades de cualquier mortal. Fuese lo que fuese, estaba seguro de que lo sabría en cuanto llegasen a su hogar.
“Sin duda alguna es la segunda clase de sujeto.” se dijo a sí mismo, con el corazón latiendo con ferocidad y los pies adoloridos, luego de tres horas de subida.
El grupo se encontró con lo que en pocas palabras se podría describir como un pequeño palacio, o como una gran mansión. La parte en donde estaban, el fin de las escaleras, era solo un pequeño espacio plano, comparado con todo lo que abarcaba aquella estructura. Era fácil imaginar que aquella simplemente seria la entrada, y que por consideración a eso se limitaron a adoquinar ese espacio y a dejarlo libre. La casa del escultor relucía con su blanco calcareo bajo la ardiente luz del sol de verano. Lo curioso es que, en sí misma, aquella magnifica edificación se presentaba como una obra de arte.
—Al fin —se atrevió a decir el de ojos grises, al ver como un enviado de Yosehara tocaba unas campanas que colgaban sobre la enorme puerta principal.
—¡Nishijima Sotomu, he traído a tus preciados invitados, sal a recibirlos para que cada quien pueda continuar con sus asuntos!
El grito del alguacil fue correspondido con un ligero toque de campanas desde el interior, una especie de señal que debía de indicar que se permitía el paso, pues, luego de unos instantes, las pesadas puertas de hierro y piedra comenzaron a abrirse lentamente. Cuando termino aquel proceso, se pudo observar hacia un patio interior, desde donde caminaba hacia ellos cierto hombre.
Era un sujeto alto y de piel oscurecida por el sol. Su cabello era largo y grisáceo, la típica prueba de la edad, junto con un rostro de aspecto curtido y de expresión sonriente. Sus ropas lucían sumamente finas, combinando con sus elegantes lentes y su bien cuidada barba y patillas. Caminaba lentamente, sosteniendo una taza de té humeante y su correspondiente plato. Junto a él andaban dos mujeres, una que sostenía una tetera y otra que sostenía el paraguas con el cual se cubría.
Cuando hubo llegado al portal se detuvo y dio un buen sorbo a su taza de té.
—No has cambiado en nada Yosehara-san, sigues siendo tan ordinario e impaciente como de costumbre… Al igual que sigues siendo muy cumplidor.
“Que alto, tanto como para tocar el cielo.” pensó el Hakagurē, que a aquellas alturas apenas si podía sostenerse en pie por cuenta propia.
Con la señal de alto de Yosehara, el grupo se encontró detenido frente a un inconmensurable pilar de roca, cuya circunferencia era demasiada como para ser apreciada por una vista tan cercana. Se hacía obvio que debía de ser una de aquellas curiosas mesetas que se levantaban en el horizonte, lejanas y extrañas, asemejándose a columnas que debían de sostener el cielo. Estando tan próximos era imposible el saber con exactitud que había en la cima, pero si se podía apreciar una especie de camino serpenteante que envolvía al pilar e invitaba a los visitantes a que lo recorriesen para que pudieran develar el misterio. Aquella escalinata tenía el ancho suficiente como para que cuatro personas caminasen una al lado de la otra cómodamente, por lo que el grupo entero tenía la posibilidad de subir sin dejar atrás a los heridos.
—¡Adelante y hacia arriba! —exclamo Jokei, señalando la distante cima—. Al final de este camino se encuentra el hogar de Nishijima Satomu.
Fue poco lo que esperaron antes de ponerse en marcha, dejando atrás solo a los caballos, quienes serian incapaces de mantener la calma en semejante recorrido. Las bestias fueron escondidas y amarradas en un grupo de arboles que prometía mantenerlas a salvo hasta que regresasen por ellas. Los heridos fueron acomodados como mejor se pudo en las literas, asegurándose de que no fueran a salirse de las mismas durante la larga caminata.
En principio, el recorrido se presento como algo suave y fácil, comparándolo con el necesario para llegar allí. Más tarde el cansancio comenzó a hacerse evidente, con cada pausa que tenían que tomar para recuperar el aliento. Kōtetsu no había dejado que queja alguna escapara de sus labios, pero en secreto se alegraba de que el grupo se detuviera de cuando en cuando. El aprovechaba aquellos instantes para apreciar un poco los alrededores: Las escaleras estaban finamente talladas en el duro granito, y tenían una superficie rugosa que dificultaba el que alguien llegase a resbalar. Aquello le pareció algo bueno, pues conforme avanzaban, el abismo de su lado derecho se hacía cada vez más profundo y amenazante, al igual que el viento que por momentos aumentaba su fuerza e intención de empujarles hacia los bordes. Con cada escalón que superaba se atrevía a dar miradas hacia el horizonte, comprobando que las mesetas cercanas se mostraban cada vez más tímidas y pequeñas. En cierto punto pasaron por lo que debía de ser una nube baja, un ligero banco de niebla blanca. Por unos segundos el espadachín perdió de vista el resto del mundo, oculto tras aquel velo frio y húmedo. Sus oídos pudieron escuchar como un par de soldados manifestaban su gran impresión al subir por vez primera un “pilote celestial”, nombre que la gente de aquella región les deba a las montañas de cima plana.
“Es un nombre bastante coherente —medito, mientras sentía el húmedo frio colarse en sus heridas—. Si imaginas el azul del cielo como un enorme lago de aguas claras y las nubes como los palacios de las deidades celestes, es evidente que estas montañas serian los humildes pilones que sostienen el hogar empíreo.”
A media que se acercaban al final del camino, aquel último pensamiento se le hacía cada vez más oportuno y gracioso: Suponía que aquel que le confiere a la piedra humanidad seria plenamente consciente de dicho simbolismo, lo que le hacía preguntarse el por qué había optado vivir en la que sospechaba era la montaña más alta de todas. Desde su perspectiva solo podía tratarse de un sujeto humilde que buscaba la paz y la mejora de su arte a través de la cercanía y comunión con los dioses… Aunque aceptaba la posibilidad de que fuera alguien cuyo ego le permitía creerse digno de habitar entre los altísimos y de compartir con ellos su arte, cuyo nivel estaba muy por encima de las capacidades de cualquier mortal. Fuese lo que fuese, estaba seguro de que lo sabría en cuanto llegasen a su hogar.
“Sin duda alguna es la segunda clase de sujeto.” se dijo a sí mismo, con el corazón latiendo con ferocidad y los pies adoloridos, luego de tres horas de subida.
El grupo se encontró con lo que en pocas palabras se podría describir como un pequeño palacio, o como una gran mansión. La parte en donde estaban, el fin de las escaleras, era solo un pequeño espacio plano, comparado con todo lo que abarcaba aquella estructura. Era fácil imaginar que aquella simplemente seria la entrada, y que por consideración a eso se limitaron a adoquinar ese espacio y a dejarlo libre. La casa del escultor relucía con su blanco calcareo bajo la ardiente luz del sol de verano. Lo curioso es que, en sí misma, aquella magnifica edificación se presentaba como una obra de arte.
—Al fin —se atrevió a decir el de ojos grises, al ver como un enviado de Yosehara tocaba unas campanas que colgaban sobre la enorme puerta principal.
—¡Nishijima Sotomu, he traído a tus preciados invitados, sal a recibirlos para que cada quien pueda continuar con sus asuntos!
El grito del alguacil fue correspondido con un ligero toque de campanas desde el interior, una especie de señal que debía de indicar que se permitía el paso, pues, luego de unos instantes, las pesadas puertas de hierro y piedra comenzaron a abrirse lentamente. Cuando termino aquel proceso, se pudo observar hacia un patio interior, desde donde caminaba hacia ellos cierto hombre.
Era un sujeto alto y de piel oscurecida por el sol. Su cabello era largo y grisáceo, la típica prueba de la edad, junto con un rostro de aspecto curtido y de expresión sonriente. Sus ropas lucían sumamente finas, combinando con sus elegantes lentes y su bien cuidada barba y patillas. Caminaba lentamente, sosteniendo una taza de té humeante y su correspondiente plato. Junto a él andaban dos mujeres, una que sostenía una tetera y otra que sostenía el paraguas con el cual se cubría.
Cuando hubo llegado al portal se detuvo y dio un buen sorbo a su taza de té.
—No has cambiado en nada Yosehara-san, sigues siendo tan ordinario e impaciente como de costumbre… Al igual que sigues siendo muy cumplidor.