3/06/2017, 17:05
El resto del camino transcurrió tan rápido y fugaz como la llama de un petardo. Sería su poca perspicacia para apreciar las bellas vicisitudes del camino o así también la poca importancia que le tenía el trayecto, pero su ansiedad estaba dispuesta únicamente hacia el hombre que les había hecho llamar. No por nada centró toda su atención y esfuerzos en mantener el ritmo de la comitiva, y así también la de su mentor, quien probablemente estaría mucho más ansioso que él a pesar de la tensa calma que parecía vestir su rostro.
Cuando el palacio les recibió en súbito, Kaido se avispó y comenzó, de nuevo, a prestar atención a su alrededor. A los cientos de detalles que había dejado pasar durante la ascensión a la montaña. Allí, pudo percatarse de la galantería y el derroche de dinero que suponía tener aquel famoso hombre, dado el caso de la decoración de su no tan humilde morada, dividida además por una inmensa pared de hierro y roca que, de pronto, se abrió ante el grosero llamado del Alguacil.
El tumultuoso rechinar de aquellas pesadas bisagras le obligó a torcer el gesto, y a fruncir el ceño. Aunque no apartó la vista, donde pudo comprobar que del otro lado, un hombre avanzaba galante hasta las proximidades de los invitados.
«¿Por éste hombre es que hemos pasado por toda ésta mierda? ¿un maldito viejo engreído con un buen corte de cabello y cierto gusto por el té? no me jodas»
Aquello le había hecho enojar. Porque, en su cabeza la imagen era totalmente diferente, siendo que imaginaba que aquel artista se encontraba acabado tras sus tantos años de encierro, lejos de la sociedad. Pero era todo lo contrario, lucía mantenido, tan cuerdo como cualquier otro y lúcido, tanto para describir al tal Yosehara de la manera más apropiada posible.
Kaido intercaló la mirada, entre él y Yarou, quien comenzaba a afinar su garganta. Si Yosehara no iba a responder abiertamente a sus preguntas, el famoso Satomu lo tendría que hacer. Por las buenas, o por las malas.
Cuando el palacio les recibió en súbito, Kaido se avispó y comenzó, de nuevo, a prestar atención a su alrededor. A los cientos de detalles que había dejado pasar durante la ascensión a la montaña. Allí, pudo percatarse de la galantería y el derroche de dinero que suponía tener aquel famoso hombre, dado el caso de la decoración de su no tan humilde morada, dividida además por una inmensa pared de hierro y roca que, de pronto, se abrió ante el grosero llamado del Alguacil.
El tumultuoso rechinar de aquellas pesadas bisagras le obligó a torcer el gesto, y a fruncir el ceño. Aunque no apartó la vista, donde pudo comprobar que del otro lado, un hombre avanzaba galante hasta las proximidades de los invitados.
«¿Por éste hombre es que hemos pasado por toda ésta mierda? ¿un maldito viejo engreído con un buen corte de cabello y cierto gusto por el té? no me jodas»
Aquello le había hecho enojar. Porque, en su cabeza la imagen era totalmente diferente, siendo que imaginaba que aquel artista se encontraba acabado tras sus tantos años de encierro, lejos de la sociedad. Pero era todo lo contrario, lucía mantenido, tan cuerdo como cualquier otro y lúcido, tanto para describir al tal Yosehara de la manera más apropiada posible.
Kaido intercaló la mirada, entre él y Yarou, quien comenzaba a afinar su garganta. Si Yosehara no iba a responder abiertamente a sus preguntas, el famoso Satomu lo tendría que hacer. Por las buenas, o por las malas.