4/06/2017, 01:10
—Déjate de saludos y naderías, Nishijima Satomu —reprocho el alguacil, molesto por aquel aire despreocupado con que era recibido—. No sabes el precio que tuvimos que pagar para llegar hasta aquí a escuchar y ver tus excentricidades.
El escultor entrego su taza de té a una de las doncellas que le acompañaba, para luego levantar el dedo índice, en preparación para contestar la rudeza con que le estaba tratando Jokei. Pero cuando parecía listo para hablar, una vista un poco más detallada del estado del grupo le detuvo, y derrumbo la sonrisa que se aferraba a su rostro.
—Por lo que veo, fue un costo considerable… —Se quedo pensativo un momento, observando las secuelas de lo que fue una cruenta batalla, y haciéndose consciente de que el número de efectivos en pie era considerablemente menor al que había contado cuando les contrato.
Satomu aun seguía analizando la escena que se presentaba frente a él cuando el joven Uchiha se acerco a saludarle.
—Que jovencito tan educado… —señalo, mientras hacia una leve reverencia—. Yo soy el escultor Nishijima Satomu, aunque a estas alturas debe ser un hecho molestamente obvio.
Levanto la mirada y lentamente la fue paseando por aquellos que suponía serian sus invitados. Parecía estarlos contando, aunque por un momento se detuvo, algo tenso.
—Veo a tres jovencitos, aunque del sauce cambiante saliesen cuatro… ¿Cómo se explica eso? —Fue tan chocante como pudiese llegar a sonar, aquella pregunta no mostro un ápice de consideración por el alguacil y los suyos.
—La jovencita y su acompañante tuvieron dificultades…, pero están a salvo y descansando en una de las literas… Al igual que los otros heridos.
—¡Bien! —la tensión de su rostro se relajo un tanto—. Me gustaría recibirles de una manera más adecuada, pero por ahora necesito atender su fatiga y sus heridas.
Nishijima dio una orden a una de las sirvientas que le acompañaba y esta se encamino hacia el interior. El dio media vuelta, y con sus gestos invito a toda la comitiva a que entrase en su lujoso hogar. No paso mucho tiempo hasta que una oleada de sirvientes llego al patio con baldes de agua, camillas y equipos médicos para atender a los heridos. El que parecía ser un sanador se encargo de llevar a los más graves e inconscientes a un cobertizo en donde pudiese atenderlos adecuadamente, el resto fue atendido allí mismo.
—En cuanto estén en condiciones, recibirán mi llamado, por lo que deben estar atentos.
Con aquellas palabras el hombre se interno en la mansión.
Kōtetsu sintió como le tarde se paso rápidamente, aunque curar su heridas se llevo un tiempo. Sin embargo, le atendieron de forma excelente: sus cortes fueron suturados con suma finesa y precisión, y luego le colocaron un par de cataplasmas cuyos efectos anestésicos le hicieron olvidarse del dolor que había estado sintiendo. También les llevaron comida y algo para beber, pero en ningún momento se les invito a pasar al interior. Aquello se le hacia una extraña forma de cortesía, pero después de llegar a aquel punto las cosas raras comenzaban a hacerse habituales.
Cuando el sol comenzaba a ocultarse entre los pilones celestiales del horizonte, recibieron la llamada del escultor. Sin embargo, solo fueron convocados los invitados con sus acompañantes y el propio Yosehara. Enfrente de ellos yacía abierta la puerta principal al edificio interior, un enorme y elegante pasillo de longitud desconocida que les invitaba a pasar.
El escultor entrego su taza de té a una de las doncellas que le acompañaba, para luego levantar el dedo índice, en preparación para contestar la rudeza con que le estaba tratando Jokei. Pero cuando parecía listo para hablar, una vista un poco más detallada del estado del grupo le detuvo, y derrumbo la sonrisa que se aferraba a su rostro.
—Por lo que veo, fue un costo considerable… —Se quedo pensativo un momento, observando las secuelas de lo que fue una cruenta batalla, y haciéndose consciente de que el número de efectivos en pie era considerablemente menor al que había contado cuando les contrato.
Satomu aun seguía analizando la escena que se presentaba frente a él cuando el joven Uchiha se acerco a saludarle.
—Que jovencito tan educado… —señalo, mientras hacia una leve reverencia—. Yo soy el escultor Nishijima Satomu, aunque a estas alturas debe ser un hecho molestamente obvio.
Levanto la mirada y lentamente la fue paseando por aquellos que suponía serian sus invitados. Parecía estarlos contando, aunque por un momento se detuvo, algo tenso.
—Veo a tres jovencitos, aunque del sauce cambiante saliesen cuatro… ¿Cómo se explica eso? —Fue tan chocante como pudiese llegar a sonar, aquella pregunta no mostro un ápice de consideración por el alguacil y los suyos.
—La jovencita y su acompañante tuvieron dificultades…, pero están a salvo y descansando en una de las literas… Al igual que los otros heridos.
—¡Bien! —la tensión de su rostro se relajo un tanto—. Me gustaría recibirles de una manera más adecuada, pero por ahora necesito atender su fatiga y sus heridas.
Nishijima dio una orden a una de las sirvientas que le acompañaba y esta se encamino hacia el interior. El dio media vuelta, y con sus gestos invito a toda la comitiva a que entrase en su lujoso hogar. No paso mucho tiempo hasta que una oleada de sirvientes llego al patio con baldes de agua, camillas y equipos médicos para atender a los heridos. El que parecía ser un sanador se encargo de llevar a los más graves e inconscientes a un cobertizo en donde pudiese atenderlos adecuadamente, el resto fue atendido allí mismo.
—En cuanto estén en condiciones, recibirán mi llamado, por lo que deben estar atentos.
Con aquellas palabras el hombre se interno en la mansión.
Kōtetsu sintió como le tarde se paso rápidamente, aunque curar su heridas se llevo un tiempo. Sin embargo, le atendieron de forma excelente: sus cortes fueron suturados con suma finesa y precisión, y luego le colocaron un par de cataplasmas cuyos efectos anestésicos le hicieron olvidarse del dolor que había estado sintiendo. También les llevaron comida y algo para beber, pero en ningún momento se les invito a pasar al interior. Aquello se le hacia una extraña forma de cortesía, pero después de llegar a aquel punto las cosas raras comenzaban a hacerse habituales.
Cuando el sol comenzaba a ocultarse entre los pilones celestiales del horizonte, recibieron la llamada del escultor. Sin embargo, solo fueron convocados los invitados con sus acompañantes y el propio Yosehara. Enfrente de ellos yacía abierta la puerta principal al edificio interior, un enorme y elegante pasillo de longitud desconocida que les invitaba a pasar.