4/06/2017, 18:40
Toda paciencia tenía sus límites, y la de Kaido era muy de mecha corta. Era un milagro que hasta ese punto el escualo no hubiese explotado en un furioso ataque de ira, provocado por las constantes divagaciones de la gente que le rodeaba y de la también constante evasión de las tan esperadas explicaciones. Estaba seguro que no era sólo él quien necesitaba fervientemente una buena explicación acerca de lo sucedido, o al menos, el por por qué.
Incluso llegó a pensar que el tal Satomu era tan ignorante de las vicisitudes del camino como lo eran ellos. Yarou, sin embargo, no pensaba lo mismo.
No obstante, se trataba de un shinobi experimentado. Hecho y formado para ese tipo de situaciones, para sobrellevar cargas e interrogantes sin perder la calma. De buenas a primeras, era su trabajo cersiorarse primero de que él y su pupilo estuviesen bien, para así enfocarse en encontrar el momento adecuado para hacer su movimiento en un tablero no revelado. Ni Yosehara, ni Satomu, querían revelar sus fichas. Y eso daba severos motivos para desconfiar.
¿Pero qué shinobi no desconfía, en general, de todos? sea o no un ninja.
la desconfianza era un sentimiento intrínseco de la profesión, dirigido a cualquier persona ajena a sus propios círculos de confianza, sin distinción alguna. Y por eso, dormirían, pero con un ojo abierto.
La tan esperada llamada llegó al anochecer, cuando las estrellas inundaban el cielo como cientos de corales. El gyojin ya sintiéndose más descansado indagó si despertar a su mentor, pero éste ya se encontraba erguido y con todo empacado desde hacía veinte minutos. Observaba fijamente aquella puerta principal, que parecía llamarles hacia un burdo pasillo cuyo final se antojaba imperceptible desde el exterior.
«Como si estuviéramos adentrándonos en la boca del lobo»
Incluso llegó a pensar que el tal Satomu era tan ignorante de las vicisitudes del camino como lo eran ellos. Yarou, sin embargo, no pensaba lo mismo.
No obstante, se trataba de un shinobi experimentado. Hecho y formado para ese tipo de situaciones, para sobrellevar cargas e interrogantes sin perder la calma. De buenas a primeras, era su trabajo cersiorarse primero de que él y su pupilo estuviesen bien, para así enfocarse en encontrar el momento adecuado para hacer su movimiento en un tablero no revelado. Ni Yosehara, ni Satomu, querían revelar sus fichas. Y eso daba severos motivos para desconfiar.
¿Pero qué shinobi no desconfía, en general, de todos? sea o no un ninja.
la desconfianza era un sentimiento intrínseco de la profesión, dirigido a cualquier persona ajena a sus propios círculos de confianza, sin distinción alguna. Y por eso, dormirían, pero con un ojo abierto.
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La tan esperada llamada llegó al anochecer, cuando las estrellas inundaban el cielo como cientos de corales. El gyojin ya sintiéndose más descansado indagó si despertar a su mentor, pero éste ya se encontraba erguido y con todo empacado desde hacía veinte minutos. Observaba fijamente aquella puerta principal, que parecía llamarles hacia un burdo pasillo cuyo final se antojaba imperceptible desde el exterior.
«Como si estuviéramos adentrándonos en la boca del lobo»