4/06/2017, 23:46
Entre sus víveres, el humo de su pipa y las excentricidades que le rodeaban, Satomu daba la viva imagen de aquellos que pertenecen a la realeza, vistiendo con ropas finas y cogiendo la copa de vino con el meñique levantado. La ostentosidad con la que mostraba todo aquello era sencillamente repugnante, y así se lo hizo saber Kotetsu, no pudiendo describirle de manera tan apropiada como lo había hecho.
Si existía una palabra que definiera a aquel viejo artista, era la de cretino.
Pero un cretino con delirios de mecenas, cuyo poder monetario era innegable. Así lo demostró con el baúl que entregó al alguacil, quien, evidentemente, no había sobrevivido a todo aquello por nada. Kaido llegó a sonreír tras la dubitativa, pues pensó que incluso la pérdida de sus propios soldados tenía su peso en oro.
Y no supo si sentirse contrariado por el desalmado Yosehara, o si veía en él un poco de sí mismo. De cualquier forma, algún día tendría que preguntarle al maltrecho alguacil cómo hacía para dormir bien en las noches, sin que el recuerdo de sus camaradas lograse quitarle el sueño.
Finalmente, Akame también hizo acto de presencia, y arrojó, por décima vez, la pregunta más apropiada.
—¿Va a decirnos, por fin, qué es eso que quiere de nosotros?
—Y mejor que sea rápido, antes de que el ninja que nos atacó allí afuera quiera terminar su trabajo. ¿Qué busca usted de nosotros, y qué buscan ellos, los que veían desde las sombras como su trampa iba cobrándose una a una la vida de los soldados del Alguacil más vendido de la historia de todo Oonindo?
Si existía una palabra que definiera a aquel viejo artista, era la de cretino.
Pero un cretino con delirios de mecenas, cuyo poder monetario era innegable. Así lo demostró con el baúl que entregó al alguacil, quien, evidentemente, no había sobrevivido a todo aquello por nada. Kaido llegó a sonreír tras la dubitativa, pues pensó que incluso la pérdida de sus propios soldados tenía su peso en oro.
Y no supo si sentirse contrariado por el desalmado Yosehara, o si veía en él un poco de sí mismo. De cualquier forma, algún día tendría que preguntarle al maltrecho alguacil cómo hacía para dormir bien en las noches, sin que el recuerdo de sus camaradas lograse quitarle el sueño.
Finalmente, Akame también hizo acto de presencia, y arrojó, por décima vez, la pregunta más apropiada.
—¿Va a decirnos, por fin, qué es eso que quiere de nosotros?
—Y mejor que sea rápido, antes de que el ninja que nos atacó allí afuera quiera terminar su trabajo. ¿Qué busca usted de nosotros, y qué buscan ellos, los que veían desde las sombras como su trampa iba cobrándose una a una la vida de los soldados del Alguacil más vendido de la historia de todo Oonindo?