5/06/2017, 18:26
Nadie más que el mismísimo Soroku podría comprender la aflicción que Datsue podría sentir respecto a la marca que ahora yacía impregnada en su brazo. No obstante, y a diferencia de las condiciones en las que se había suscitado su propia marca, las probabilidades de que el shinobi se viera incapacitado por tan pequeña quemada eran precarias.
—No te preocupes, sanará, como cualquier herida. Con el tiempo las cicatrices se encogerán como las marcas que dejan las vacunas y más pronto que tarde, tendrás apenas un pequeño vestigio de lo que ahora parece algo mucho más grave, y antiestético —aquella última palabra le hizo bastante gracia. Porque, de antiestético, su rostro entero, carcomido a la mitad por un contrato mucho más grave, y de más responsabilidad—. Lo que no olvidarás, será el dolor que te ha generado el hierro candente. Las marcas pueden desaparecer, desde luego, pero no así el sacrificio al que ciegamente te has arrojado con el fin de cumplir tu más imperioso objetivo, mi querido Datsue. Querrás ver tu negocio saldado, y pensarás que no ha de haber sido en vano el sucumbir al fuego, ni tampoco estrechar mi mano ahora mismo.
Su maltrecha extremidad derecha se alzó erguida como el mástil de un catamarán, y se mantuvo perpetua allí frente al joven Datsue. Ojo a ojo, frente a frente, parecía que el simbolismo de aquel saludo sería incluso más importante que el haber accedido al hierro, como si aquello hubiese sido una simple prueba de disposición.
—No te preocupes, sanará, como cualquier herida. Con el tiempo las cicatrices se encogerán como las marcas que dejan las vacunas y más pronto que tarde, tendrás apenas un pequeño vestigio de lo que ahora parece algo mucho más grave, y antiestético —aquella última palabra le hizo bastante gracia. Porque, de antiestético, su rostro entero, carcomido a la mitad por un contrato mucho más grave, y de más responsabilidad—. Lo que no olvidarás, será el dolor que te ha generado el hierro candente. Las marcas pueden desaparecer, desde luego, pero no así el sacrificio al que ciegamente te has arrojado con el fin de cumplir tu más imperioso objetivo, mi querido Datsue. Querrás ver tu negocio saldado, y pensarás que no ha de haber sido en vano el sucumbir al fuego, ni tampoco estrechar mi mano ahora mismo.
Su maltrecha extremidad derecha se alzó erguida como el mástil de un catamarán, y se mantuvo perpetua allí frente al joven Datsue. Ojo a ojo, frente a frente, parecía que el simbolismo de aquel saludo sería incluso más importante que el haber accedido al hierro, como si aquello hubiese sido una simple prueba de disposición.