7/06/2017, 16:51
—Dudo mucho que pudieras hacer eso —replicó el aludido con desinterés—. Datsue-kun, no sé mucho acerca de técnicas de sellado, pero puedo asegurar sin miedo ninguno a equivocarme, que no tienen nada que hacer frente al poder que corre por nuestras venas.
Akame era consciente de que se estaba dejando llevar; siempre le ocurría cuando salía aquel tema. Había leído tantos libros y manuscritos, escuchado tantas historias, que cuando hablaba del Clan Uchiha —de su familia—, se sentía transportado a la época del glorioso Hazama. Casi podía oler el humo de los campos arrasados, oír el gemido de los enemigos cautivos de poderosos ejércitos... Aunque muchas de aquellas epopeyas sólo habían sucedido en su infantil imaginación, alimentada por el fanatismo que le había inculcado Tengu.
Sin embargo, todo aquello quedó en nada justo después, porque Datsue se había puesto rojo como un tomate y una vena en la frente se le había marcado tanto que parecía apunto de estallar. Akame escuchó, estoico, la perorata que su compañero soltó —despachándose bien agusto— sobre los de la Ribera del Sur. «Por todos los dioses de Oonindo, parece que he pinchado en hueso...».
Cuando el muchacho terminó, Akame no pudo sino soltar una carcajada; le había divertido de sobremanera ver a su camarada tan furioso por lo que a él le parecía una nimiedad.
—Vaya, vaya, Datsue-kun. No sabía que los ribereños del sur fuesen tu debilidad. Dime, ¿qué hicieron para agraviarte de esa manera? ¿Unos muchachos te pegaron de niño? ¿Alguien robó en la tienda de armas de tu socio? ¿Un apuesto ribereño del sur te robó a una chica?
Akame era consciente de que se estaba dejando llevar; siempre le ocurría cuando salía aquel tema. Había leído tantos libros y manuscritos, escuchado tantas historias, que cuando hablaba del Clan Uchiha —de su familia—, se sentía transportado a la época del glorioso Hazama. Casi podía oler el humo de los campos arrasados, oír el gemido de los enemigos cautivos de poderosos ejércitos... Aunque muchas de aquellas epopeyas sólo habían sucedido en su infantil imaginación, alimentada por el fanatismo que le había inculcado Tengu.
Sin embargo, todo aquello quedó en nada justo después, porque Datsue se había puesto rojo como un tomate y una vena en la frente se le había marcado tanto que parecía apunto de estallar. Akame escuchó, estoico, la perorata que su compañero soltó —despachándose bien agusto— sobre los de la Ribera del Sur. «Por todos los dioses de Oonindo, parece que he pinchado en hueso...».
Cuando el muchacho terminó, Akame no pudo sino soltar una carcajada; le había divertido de sobremanera ver a su camarada tan furioso por lo que a él le parecía una nimiedad.
—Vaya, vaya, Datsue-kun. No sabía que los ribereños del sur fuesen tu debilidad. Dime, ¿qué hicieron para agraviarte de esa manera? ¿Unos muchachos te pegaron de niño? ¿Alguien robó en la tienda de armas de tu socio? ¿Un apuesto ribereño del sur te robó a una chica?