12/06/2017, 17:18
Mientras los tres gennin seguían animadamente con la conversación —que ahora parecía dirigirse por otros derroteros menos conflictivos—, Datsue trataba de trajinar a la noble Ide bajo la mirada ruda y desconfiada de su robusta guardaespaldas. Mizuki esbozó una sonrisa y soltó una risilla tímida, tan dulce y frágil como parecía propio de una muchacha tan exquisita.
—Debe ser difícil compaginar ambas —replicó, con un ligero toque de mordacidad—. ¿Sacáis tiempo para practicar entre degüello y degüello?
La mujer hacía gala de unos modales escepcionales, y parecía ser capaz de controlar hasta la más mínima arruga de su rostro para que la expresión que trasladaba no dijese ni un poco más, ni un poco menos, de lo que ella deseaba. Sus palabras volaban raudas como dagas, y sus ojos examinaban a Datsue con curiosidad.
—¿Así que la posibilidad de haceros con la fortuna de un señor y la promesa de cambiar vuestro frágil y triste destino no os resulta atractiva? —contestó Mizuki, burlona—. No estoy segura de que vayáis a encontrar mucha inspiración en una isla remota propiedad de un anciano moribundo.
Mientras los tripulantes comían, bebían y charlaban, el tiempo había corrido rápido. Se encontraban ya a medio camino de Isla Monotonía, y el cielo empezaba a oscurecerse. Negros nubarrones no tardaron en copar el paisaje, y a lo lejos se pudo ver un destello cegador, seguido de un trueno.
—¡Se avecina tormenta! —gritó el timonel desde el castillo de popa—. ¡Les sugiero a los invitados que terminen cuanto antes!
Con un rápido vistazo al negro horizonte, Akame decidió que probablemente hacer caso a aquel marinero era la opción más sensata. Apuró su bebida y se levantó, volviendo a donde antes había estado sentado. «Esas nubes dan verdadero miedo... Espero que el barco aguante»; las pequeñas dimensiones de la embarcación daban total credibilidad a sus preocupaciones.
No pasó mucho tiempo hasta Ide Mizuki y su guerrera se pusieran en pie, acomodándose en sus asientos. Dos marineros apremiaron al resto de gennin y luego recogieron la mesa en cuestión de instantes.
Media hora después, el barco ya navegaba dando bandazos como una cáscara de nuez bajo el cielo enfurecido. Llovía poco pero con gran intensidad, y el fuerte viento era capaz de derribar a cualquiera de los invitados si no se agarraba a algo. Akame aguantaba como podía en su banco, agarrado con una mano a la propia madera y con otra a la barandilla que tenía justo a la izquierda. Mientras las olas golpeaban el casco, el timonel vociferaba órdenes a sus marineros, que iban de un lado para otro.
—¡Recoged velas!
Un muchacho, algo mayor que los gennin, se apresuró a escalar por el palo mayor para tirar de las sogas que recogían el trapo. Era ágil como un mono y no tuvo mucho problema en subir... Luego bajó casi más rápido, cuando el vendaval se intensificó por momentos y le hizo resbalar. El chico perdió pie, sus manos se deslizaron por la cuerda húmeda, y cayó desde lo alto del palo mayor hasta estrellarse con la cubierta. Con un característico crac, su cabeza quedó abierta y su cuerpo inmóvil, bajo un charco de líquido carmesí que se ampliaba por momentos.
—¡Joder! —maldijo el Uchiha, y por un momento se sintió tentado de acercarse al cuerpo. El bamboleo del barco, las olas que metían agua en cubierta y el fuerte viento le disuadieron.
El resto de los muchachos estaría en una situación similar, con el navío meciéndose de un lado para otro y recibiendo el impacto de las olas. Otro de los marineros se enredó el pie con una jarcia cuando intentaba asegurarla, y al liberarse de la atadura cayó de espaldas empujado por el viento.
—¡Socorro! ¡Socorro!
Las voces del desgraciado marinero llegaron hasta los oídos de los muchachos. Estaba colgando del casco del barco, por fuera, casi lamiendo el agua. Se sujetaba con una sola mano a un cabo que estaba anudado a pocos metros de la barandilla, y que parecía a punto de soltarse de un momento a otro.
—Debe ser difícil compaginar ambas —replicó, con un ligero toque de mordacidad—. ¿Sacáis tiempo para practicar entre degüello y degüello?
La mujer hacía gala de unos modales escepcionales, y parecía ser capaz de controlar hasta la más mínima arruga de su rostro para que la expresión que trasladaba no dijese ni un poco más, ni un poco menos, de lo que ella deseaba. Sus palabras volaban raudas como dagas, y sus ojos examinaban a Datsue con curiosidad.
—¿Así que la posibilidad de haceros con la fortuna de un señor y la promesa de cambiar vuestro frágil y triste destino no os resulta atractiva? —contestó Mizuki, burlona—. No estoy segura de que vayáis a encontrar mucha inspiración en una isla remota propiedad de un anciano moribundo.
Mientras los tripulantes comían, bebían y charlaban, el tiempo había corrido rápido. Se encontraban ya a medio camino de Isla Monotonía, y el cielo empezaba a oscurecerse. Negros nubarrones no tardaron en copar el paisaje, y a lo lejos se pudo ver un destello cegador, seguido de un trueno.
—¡Se avecina tormenta! —gritó el timonel desde el castillo de popa—. ¡Les sugiero a los invitados que terminen cuanto antes!
Con un rápido vistazo al negro horizonte, Akame decidió que probablemente hacer caso a aquel marinero era la opción más sensata. Apuró su bebida y se levantó, volviendo a donde antes había estado sentado. «Esas nubes dan verdadero miedo... Espero que el barco aguante»; las pequeñas dimensiones de la embarcación daban total credibilidad a sus preocupaciones.
No pasó mucho tiempo hasta Ide Mizuki y su guerrera se pusieran en pie, acomodándose en sus asientos. Dos marineros apremiaron al resto de gennin y luego recogieron la mesa en cuestión de instantes.
Media hora después, el barco ya navegaba dando bandazos como una cáscara de nuez bajo el cielo enfurecido. Llovía poco pero con gran intensidad, y el fuerte viento era capaz de derribar a cualquiera de los invitados si no se agarraba a algo. Akame aguantaba como podía en su banco, agarrado con una mano a la propia madera y con otra a la barandilla que tenía justo a la izquierda. Mientras las olas golpeaban el casco, el timonel vociferaba órdenes a sus marineros, que iban de un lado para otro.
—¡Recoged velas!
Un muchacho, algo mayor que los gennin, se apresuró a escalar por el palo mayor para tirar de las sogas que recogían el trapo. Era ágil como un mono y no tuvo mucho problema en subir... Luego bajó casi más rápido, cuando el vendaval se intensificó por momentos y le hizo resbalar. El chico perdió pie, sus manos se deslizaron por la cuerda húmeda, y cayó desde lo alto del palo mayor hasta estrellarse con la cubierta. Con un característico crac, su cabeza quedó abierta y su cuerpo inmóvil, bajo un charco de líquido carmesí que se ampliaba por momentos.
—¡Joder! —maldijo el Uchiha, y por un momento se sintió tentado de acercarse al cuerpo. El bamboleo del barco, las olas que metían agua en cubierta y el fuerte viento le disuadieron.
El resto de los muchachos estaría en una situación similar, con el navío meciéndose de un lado para otro y recibiendo el impacto de las olas. Otro de los marineros se enredó el pie con una jarcia cuando intentaba asegurarla, y al liberarse de la atadura cayó de espaldas empujado por el viento.
—¡Socorro! ¡Socorro!
Las voces del desgraciado marinero llegaron hasta los oídos de los muchachos. Estaba colgando del casco del barco, por fuera, casi lamiendo el agua. Se sujetaba con una sola mano a un cabo que estaba anudado a pocos metros de la barandilla, y que parecía a punto de soltarse de un momento a otro.