17/06/2017, 17:43
—Alto ahí, muchacho —apremio uno de los guardianes de la entrada—. Tanzaku Gai ya tiene suficientes desamparados como para consentir que ingresen mas.
Kōtetsu se permitió unos segundos para verse a sí mismo y las condiciones en las que se encontraba. No le costó mucho el aceptar que su apariencia correspondía perfectamente con el adjetivo que aquel corpulento sujeto había usado.
—No soy un desamparado, soy un viajero que ha tenido algunos problemas por el camino —aseguro con suma naturalidad—. Además, ¿cuando ha visto usted a un mendigo que porte una espada?
El guardia observo el sable del peliblanco y luego le miro a él.
—Es cierto… ¡Los únicos que se ven así y portan armas son los bandidos! —exclamo de pronto, inclinándose de manera amenazadora sobre él.
—Yo no soy ningún bandido… Si así fuera, estuviera en un camino a la espera de alguien a quien asaltar.
—Quizás buscas hacerlo en nuestra gran ciudad, ¿son esos tus motivos de visita?
Aquel sujeto se estaba comportando como un verdadero necio, pero la paciencia del de ojos grises no sería mellada por algo tan cotidiano y trivial.
—Escuche con atención, que voy decirle lo que me trajo aquí —exigió con una voz llena de sinceridad—: Me encontraba de viaje cuando pase por Minori, luego un grupo de salteadores de camino me ataco en repetidas ocasiones, provocando que muriese mi caballo, que se destrozaran mis ropas y que perdiese todo mi equipaje; solo busco un sitio donde descansar y poder reabastecerme para continuar con mi travesía en paz.
—Un caballo, ¿eh? —Sus ojos se iluminaron, acompañados de un gesto un tanto repulsivo—. No lo sé, muchacho, quizás si me “ayudas” o me das “algo” que me ayude a creer tu historia pueda permitirte el paso… No creo que sea mucho problema para ti. Después de todo, tenias un caballo, así que de seguro tu familia es de bolsillos pesados.
—Ya veo… —conocía aquel juego, la corrupción era algo que aparecía siempre que había la posibilidad de conseguir dinero al valerse de ella—. Esa suposición es bastante cierta, y la idea de “ayudarle” con “algo” no me incomoda, pero también es cierto que aquellos bandidos se hicieron con todo el dinero que cargaba, dejando mis bolsillos bastante ligeros.
—Bueno… Algo más has de tener, ¿no? —sugirió, mirando por encima del hombro del muchacho.
—Eso sí que no, mi espada no está a la venta —aseguro, determinado pero sin intenciones de ofender—. Es lo único que aún permanece conmigo, además de mi bandana.
—¿Bandana? ¿Qué clase de bandana? —pregunto, mostrando por vez primera algo de nerviosismo.
—Pues… es una bandana ninja —aseguro, como si aquel accesorio fuese único de su profesión—. Todos los efectivos de Uzushio tenemos una, eso nos identifica como ninjas al servicio de la aldea.
De entre sus maltrechas ropas, extrajo la placa de acero con el símbolo de la espiral, engarzada en una fina y resisten cinta negra. Se la extendió con sumo cuidado y espero.
—Vamos, no juegues conmigo, muchacho, ¿Qué clase de broma es esa de que eres un shinobi? —Ahora se mostraba inseguro, con una risa nerviosa y un rostro congestionado.
»Esto debe ser una imitación, cualquiera puede tener una, fabricarla o robarla, ¿cierto? —No sonaba tan seguro como quería.
—Si quiere puede preguntar a aquel muchacho que me está acompañando —dijo, señalando la posición de Ashito—. El también es un ninja y podrá verificar la autenticidad de todo lo que le digo.
El sujeto se acerco apresuradamente hasta donde estaban haciendo preguntas al Kurusu, y de forma grosera y con voz algo alterada interrumpió la conversación:
—¡Oye, Seidai! —le llamo, de forma apremiante—. Dime que este chico que tienes aquí no es un ninja. Además, tú que sabes de estas cosas, ¿cierto que esta cosa ninja es falsa?
El hombre que estaba interrogando al pelinegro se vería interrumpido por aquel sujeto intranquilo, cargando con preguntas y una bandana ninja en la mano, y seguido discretamente por un joven de aspecto sucio y sereno que se mantenía detrás de él.
—¡Hey, Ashito-san! —saludo, con simpleza y serenidad—. Parece que si tendré algunos problemas para ingresar.
Kōtetsu se permitió unos segundos para verse a sí mismo y las condiciones en las que se encontraba. No le costó mucho el aceptar que su apariencia correspondía perfectamente con el adjetivo que aquel corpulento sujeto había usado.
—No soy un desamparado, soy un viajero que ha tenido algunos problemas por el camino —aseguro con suma naturalidad—. Además, ¿cuando ha visto usted a un mendigo que porte una espada?
El guardia observo el sable del peliblanco y luego le miro a él.
—Es cierto… ¡Los únicos que se ven así y portan armas son los bandidos! —exclamo de pronto, inclinándose de manera amenazadora sobre él.
—Yo no soy ningún bandido… Si así fuera, estuviera en un camino a la espera de alguien a quien asaltar.
—Quizás buscas hacerlo en nuestra gran ciudad, ¿son esos tus motivos de visita?
Aquel sujeto se estaba comportando como un verdadero necio, pero la paciencia del de ojos grises no sería mellada por algo tan cotidiano y trivial.
—Escuche con atención, que voy decirle lo que me trajo aquí —exigió con una voz llena de sinceridad—: Me encontraba de viaje cuando pase por Minori, luego un grupo de salteadores de camino me ataco en repetidas ocasiones, provocando que muriese mi caballo, que se destrozaran mis ropas y que perdiese todo mi equipaje; solo busco un sitio donde descansar y poder reabastecerme para continuar con mi travesía en paz.
—Un caballo, ¿eh? —Sus ojos se iluminaron, acompañados de un gesto un tanto repulsivo—. No lo sé, muchacho, quizás si me “ayudas” o me das “algo” que me ayude a creer tu historia pueda permitirte el paso… No creo que sea mucho problema para ti. Después de todo, tenias un caballo, así que de seguro tu familia es de bolsillos pesados.
—Ya veo… —conocía aquel juego, la corrupción era algo que aparecía siempre que había la posibilidad de conseguir dinero al valerse de ella—. Esa suposición es bastante cierta, y la idea de “ayudarle” con “algo” no me incomoda, pero también es cierto que aquellos bandidos se hicieron con todo el dinero que cargaba, dejando mis bolsillos bastante ligeros.
—Bueno… Algo más has de tener, ¿no? —sugirió, mirando por encima del hombro del muchacho.
—Eso sí que no, mi espada no está a la venta —aseguro, determinado pero sin intenciones de ofender—. Es lo único que aún permanece conmigo, además de mi bandana.
—¿Bandana? ¿Qué clase de bandana? —pregunto, mostrando por vez primera algo de nerviosismo.
—Pues… es una bandana ninja —aseguro, como si aquel accesorio fuese único de su profesión—. Todos los efectivos de Uzushio tenemos una, eso nos identifica como ninjas al servicio de la aldea.
De entre sus maltrechas ropas, extrajo la placa de acero con el símbolo de la espiral, engarzada en una fina y resisten cinta negra. Se la extendió con sumo cuidado y espero.
—Vamos, no juegues conmigo, muchacho, ¿Qué clase de broma es esa de que eres un shinobi? —Ahora se mostraba inseguro, con una risa nerviosa y un rostro congestionado.
»Esto debe ser una imitación, cualquiera puede tener una, fabricarla o robarla, ¿cierto? —No sonaba tan seguro como quería.
—Si quiere puede preguntar a aquel muchacho que me está acompañando —dijo, señalando la posición de Ashito—. El también es un ninja y podrá verificar la autenticidad de todo lo que le digo.
El sujeto se acerco apresuradamente hasta donde estaban haciendo preguntas al Kurusu, y de forma grosera y con voz algo alterada interrumpió la conversación:
—¡Oye, Seidai! —le llamo, de forma apremiante—. Dime que este chico que tienes aquí no es un ninja. Además, tú que sabes de estas cosas, ¿cierto que esta cosa ninja es falsa?
El hombre que estaba interrogando al pelinegro se vería interrumpido por aquel sujeto intranquilo, cargando con preguntas y una bandana ninja en la mano, y seguido discretamente por un joven de aspecto sucio y sereno que se mantenía detrás de él.
—¡Hey, Ashito-san! —saludo, con simpleza y serenidad—. Parece que si tendré algunos problemas para ingresar.