18/06/2017, 13:49
«Incluso aunque no lleve bandana, está claro que es una kunoichi. Nadie más podría haber hecho una técnica como esa», reflexionó Akame al escuchar la respuesta de Aiko. «Y de Amegakure, además...». El hecho de que aquella chica fuese de la Lluvia puso en todavía más tensión al Uchiha. En su experiencia con una gran plétora de ninjas de Ame, solían ser peligrosos e imprevisibles, con poco o ningún apego por la disciplina del shinobi. Gente que no convenía perder de vista.
Mientras caminaban, fue Datsue el que tomó la palabra. Akame asintió a su reflexión con un gesto quedo, discreto. Lo cierto era que tenía todo el sentido del mundo, «¿por qué si no nos habría invitado a su mesa?».
—Estaba claro que se olía algo —admitió Akame—. Además, no paraba de mirar a la entrada cada dos por tres... Lástima para él no haber tenido otro par de ojos en la nuca, tal vez así habría visto llegar al hombre con cara de rata.
El trío de ninjas se detuvo justo frente a un edificio de tres plantas, fachada de ladrillo blanco y tejado bermellón, muy del estilo tradicional que tanto gustaba en Yamiria. La puerta era de madera oscura, de una sola hoja, con un pequeño ventanal a través del cual se filtraba la luz amarillenta del interior.
—Aquí es —anunció el mayor de los Uchiha.
Sobre la entrada había un cartel, también de madera, en el que se podía leer El último suspiro. Akame agarró el pomo de la puerta, lo giró, y tiró con fuerza.
El interior era más parecido a un bar o restaurante tradicional que a un hostal. Había, primero, una pequeña entrada con un mostrador tras el cual un chico de apenas doce años pasaba el rato leyendo. Sobre la mesa, un libro enorme donde se iban apuntando los huéspedes.
Tras dar su nombre y pagar —por adelantado— un total de treinta ryos por una habitación simple en la primera planta, Akame se encaminó hacia el comedor. Era una estancia amplia pero repleta de mesas, apretadas hasta el punto de que había sitios por donde no se podía pasar, ni siquiera de perfil. El Uchiha encontró una vacía —convenientemente, con cuatro sillas a su alrededor— y se lanzó sobre ella como un depredador.
Empezaba a notar como la tensión acumulada por lo sucedido aquella noche se relajaba, abandonando por momentos su cuerpo. Esperó a que Datsue y Aiko tomaran asiento antes de llamar al mesero —un puberto que no superaría los quince años—.
—Sí, es una pena, desde luego —un par de mujeres, jarras de cerveza en mano, hablaban animadamente en la mesa contigua—. No es que fuese joven precisamente, pero deja a una mujer y dos críos.
—Te digo yo que no me da ninguna pena —terció la otra—. Decían que tenía... negocios con El Jefe...
La otra la interrumpió con un "ssshhh" muy sonoro.
—¿Qué? No te hagas la sorda ahora, toda Yamiria sabía que Ishigami-san no era trigo limpio.
Mientras caminaban, fue Datsue el que tomó la palabra. Akame asintió a su reflexión con un gesto quedo, discreto. Lo cierto era que tenía todo el sentido del mundo, «¿por qué si no nos habría invitado a su mesa?».
—Estaba claro que se olía algo —admitió Akame—. Además, no paraba de mirar a la entrada cada dos por tres... Lástima para él no haber tenido otro par de ojos en la nuca, tal vez así habría visto llegar al hombre con cara de rata.
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El trío de ninjas se detuvo justo frente a un edificio de tres plantas, fachada de ladrillo blanco y tejado bermellón, muy del estilo tradicional que tanto gustaba en Yamiria. La puerta era de madera oscura, de una sola hoja, con un pequeño ventanal a través del cual se filtraba la luz amarillenta del interior.
—Aquí es —anunció el mayor de los Uchiha.
Sobre la entrada había un cartel, también de madera, en el que se podía leer El último suspiro. Akame agarró el pomo de la puerta, lo giró, y tiró con fuerza.
El interior era más parecido a un bar o restaurante tradicional que a un hostal. Había, primero, una pequeña entrada con un mostrador tras el cual un chico de apenas doce años pasaba el rato leyendo. Sobre la mesa, un libro enorme donde se iban apuntando los huéspedes.
Tras dar su nombre y pagar —por adelantado— un total de treinta ryos por una habitación simple en la primera planta, Akame se encaminó hacia el comedor. Era una estancia amplia pero repleta de mesas, apretadas hasta el punto de que había sitios por donde no se podía pasar, ni siquiera de perfil. El Uchiha encontró una vacía —convenientemente, con cuatro sillas a su alrededor— y se lanzó sobre ella como un depredador.
Empezaba a notar como la tensión acumulada por lo sucedido aquella noche se relajaba, abandonando por momentos su cuerpo. Esperó a que Datsue y Aiko tomaran asiento antes de llamar al mesero —un puberto que no superaría los quince años—.
—Sí, es una pena, desde luego —un par de mujeres, jarras de cerveza en mano, hablaban animadamente en la mesa contigua—. No es que fuese joven precisamente, pero deja a una mujer y dos críos.
—Te digo yo que no me da ninguna pena —terció la otra—. Decían que tenía... negocios con El Jefe...
La otra la interrumpió con un "ssshhh" muy sonoro.
—¿Qué? No te hagas la sorda ahora, toda Yamiria sabía que Ishigami-san no era trigo limpio.