18/06/2017, 14:40
Tanto Yota como Datsue se apresuraron a enunciar, con total determinación, que había que hacer algo para ayudar al pobre marinero. El de Kusa fue más directo que el de Uzu —cosa que Akame ya esperaba— pero aun así no levantó el culo del asiento. «Hijos de una hiena sifilítica, ¿así es como pensáis ayudar?». El Uchiha lanzó una mirada a Kaido, a juzgar por su aspecto de escualo, parecía el más indicado para completar aquella hazaña; «Tiene agallas, ¿podrá respirar bajo el agua también?». Sea como fuere, el Pez no parecía dispuesto a mover un sólo dedo.
—Por todos los demonios de Yomi... —masculló el Uchiha mientras concentraba chakra en las suelas de sus sandalias ninja.
Todavía sin tenerlas todas consigo, Akame se puso en pie. La capa de energía que recubría sus sandalias le mantuvo pegado a la resbadaliza cubierta, que se bamboleaba a un lado y a otro, golpeada por las olas. Caminó unos cuantos pasos, inseguro, mientras se acercaba a la barandilla tras la que estaba colgado aquel tipo. Todavía podía oír sus gritos de auxilio por encima del rugir del mar, la tormenta y las órdenes voceadas del timonel.
El Uchiha se asomó y vio al marinero agarrado con ambas manos de una de las cuerdas que se habían soltado con el temporal. Agarró la soga con ambas manos y trató de tirar... Sin éxito. Aquel tipo podía pesar, fácilmente, treinta kilos más que él. «Jamás conseguiré levantarlo a pulso». Tiró una vez más, tiró con todas sus fuerzas, pero no hubo manera. Notó como el barco daba otra sacudida y la cuerda se le escapó de las manos, silbó por el aire como una serpiente furiosa y...
Cayó al mar. Akame lo observó todo con los ojos como platos, buscando entre el oleaje al marinero que ya había desaparecido. Retrocedió con un brinco, temeroso de sufrir él el mismo destino si se quedaba demasiado cerca de la barandilla.
La tormenta amainó poco después, como si Susanoo ya estuviese satisfecho tras cobrarse un par de víctimas de aquel barco, y las nubes abandonaron el cielo. El atardecer estaba casi en su punto más bajo, con el Sol iluminando vagamente el mar desde el horizonte. La embarcación, algo maltrecha pero todavía lo bastante en condiciones como para llevarles hasta su destino, surcaba el mar a paso lento, casi triste.
—¡Tierra a la vista! ¡Nos acercamos a Isla Monotonía! —vociferó el vigía desde lo alto del palo mayor.
—Al fin... —suspiró Akame desde su asiento, todavía empapado, con los ojos fijos en la pequeña islita que se intuía ya en el horizonte.
—Por todos los demonios de Yomi... —masculló el Uchiha mientras concentraba chakra en las suelas de sus sandalias ninja.
Todavía sin tenerlas todas consigo, Akame se puso en pie. La capa de energía que recubría sus sandalias le mantuvo pegado a la resbadaliza cubierta, que se bamboleaba a un lado y a otro, golpeada por las olas. Caminó unos cuantos pasos, inseguro, mientras se acercaba a la barandilla tras la que estaba colgado aquel tipo. Todavía podía oír sus gritos de auxilio por encima del rugir del mar, la tormenta y las órdenes voceadas del timonel.
El Uchiha se asomó y vio al marinero agarrado con ambas manos de una de las cuerdas que se habían soltado con el temporal. Agarró la soga con ambas manos y trató de tirar... Sin éxito. Aquel tipo podía pesar, fácilmente, treinta kilos más que él. «Jamás conseguiré levantarlo a pulso». Tiró una vez más, tiró con todas sus fuerzas, pero no hubo manera. Notó como el barco daba otra sacudida y la cuerda se le escapó de las manos, silbó por el aire como una serpiente furiosa y...
Cayó al mar. Akame lo observó todo con los ojos como platos, buscando entre el oleaje al marinero que ya había desaparecido. Retrocedió con un brinco, temeroso de sufrir él el mismo destino si se quedaba demasiado cerca de la barandilla.
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La tormenta amainó poco después, como si Susanoo ya estuviese satisfecho tras cobrarse un par de víctimas de aquel barco, y las nubes abandonaron el cielo. El atardecer estaba casi en su punto más bajo, con el Sol iluminando vagamente el mar desde el horizonte. La embarcación, algo maltrecha pero todavía lo bastante en condiciones como para llevarles hasta su destino, surcaba el mar a paso lento, casi triste.
—¡Tierra a la vista! ¡Nos acercamos a Isla Monotonía! —vociferó el vigía desde lo alto del palo mayor.
—Al fin... —suspiró Akame desde su asiento, todavía empapado, con los ojos fijos en la pequeña islita que se intuía ya en el horizonte.