De camino, Datuse lanzó la descabellada idea de que la víctima supiese de lo que estaba por suceder, de su propio asesinato, y que por ello les hubiese invitado a sentarse con él, a esos 3 desconocidos. La verdad, el sujeto se notaba mas que nervioso, y pese a que la chica no le había prestado demasiada atención, no había podido pasar ese detalle completamente por alto. Su tensión, su invitación, su nerviosismo, esa manera en que sudaba... sin duda, sabía algo. Akame corroboró lo mencionado por su compañero, añadiendo el detalle de que no paraba de mirar la entrada. Como bien decía éste último, una lástima que no poseyese ojos en la nuca, así no habría sido víctima del hombre con cara de rata.
—Bueno... aunque estéis en lo cierto, eso no explica el porqué nos llamó a los tres. No había manera de que supiese que somos shinobis, ninguno llevaba la bandana visible. ¿Qué seguridad le aba rodearse de personas normales? Aunque es cierto que estaba nervioso, hay algo que no termina de concordar... algo se nos escapa...
Al final, llegaron al destino. Frente a ellos, un edificio afable, hogareño y común, eso si, de tres plantas. No destacaba en mucho mas, salvo en ese cartel que le daba nombre a la supuesta posada. El último suspiro. Curioso nombre para la posada en que iban a pasar la noche tras ser testigos primordiales de un asesinato, y más aún a sabiendas de que el maldito asesino y su cómplice estaban vagando libres por las calles de la aldea.
Aquí es, afirmó el chico. Tomó el pomo de la puerta, y jaló, abriendo la puerta completamente. Entró, y tras él siguieron la chica y el chico restante. Nada mas entrar, y sin dar posibilidad a adelantarse mucho mas, y pequeño que leía tras el mostrador de la recepción se hacía cargo de los honorarios de la susodicha pensión. Akame fue el primero en pagar, hecho al sitio. Tras de él, Aiko copió sus movimientos, y tomó también una habitación individual, pagando tras ello. Hecho el pago, y teniendo en su mano la llave de su habitación, la kunoichi continuó su andanza tras el chico.
«Vaya sitio mas concurrido...» pensó la chica al ver que en el salón-comedor no cabía ni un alfiler. Las mesas y sillas estaban tan próximas, que si tomabas asiento en una, golpeabas a dos o tres personas. Lo difícil allí era no molestar al contiguo, o no escuchar la conversación de la mesa de al lado.
Akame tomó asiento, abalanzándose sobre una mesa como si en ello dependiese su vida. Aiko continuó siguiendo al chico, y tomó asiento en la misma mesa. Antes de que soltaran una sola palabra, una de las mesas contiguas resaltó en una conversación algo disparatada. Una mujer se apenaba de la mala fortuna de una segunda, que había quedado viuda y con descendencia que no tendría padre. Una tercera, despechada, afirmaba que no le daba pena alguna, que eso le había pasado por mantener negocios con el jefe. La primera quiso silenciar a ésta última, pero ésta se impuso, afirmando que toda la ciudad ya conocía de sus afluencias.
Aiko no pudo evitar mirar a las mujeres, intrigada. Parecían saber mucho, demasiado, acerca del tema. Pero lo más importante... ¿Quien era ese tal Jefe? Ante todo, mantuvo silencio. Se dice que muchas veces el silencio otorga... ésta ocasión parecía ser una de esas.
—Bueno... aunque estéis en lo cierto, eso no explica el porqué nos llamó a los tres. No había manera de que supiese que somos shinobis, ninguno llevaba la bandana visible. ¿Qué seguridad le aba rodearse de personas normales? Aunque es cierto que estaba nervioso, hay algo que no termina de concordar... algo se nos escapa...
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Al final, llegaron al destino. Frente a ellos, un edificio afable, hogareño y común, eso si, de tres plantas. No destacaba en mucho mas, salvo en ese cartel que le daba nombre a la supuesta posada. El último suspiro. Curioso nombre para la posada en que iban a pasar la noche tras ser testigos primordiales de un asesinato, y más aún a sabiendas de que el maldito asesino y su cómplice estaban vagando libres por las calles de la aldea.
Aquí es, afirmó el chico. Tomó el pomo de la puerta, y jaló, abriendo la puerta completamente. Entró, y tras él siguieron la chica y el chico restante. Nada mas entrar, y sin dar posibilidad a adelantarse mucho mas, y pequeño que leía tras el mostrador de la recepción se hacía cargo de los honorarios de la susodicha pensión. Akame fue el primero en pagar, hecho al sitio. Tras de él, Aiko copió sus movimientos, y tomó también una habitación individual, pagando tras ello. Hecho el pago, y teniendo en su mano la llave de su habitación, la kunoichi continuó su andanza tras el chico.
«Vaya sitio mas concurrido...» pensó la chica al ver que en el salón-comedor no cabía ni un alfiler. Las mesas y sillas estaban tan próximas, que si tomabas asiento en una, golpeabas a dos o tres personas. Lo difícil allí era no molestar al contiguo, o no escuchar la conversación de la mesa de al lado.
Akame tomó asiento, abalanzándose sobre una mesa como si en ello dependiese su vida. Aiko continuó siguiendo al chico, y tomó asiento en la misma mesa. Antes de que soltaran una sola palabra, una de las mesas contiguas resaltó en una conversación algo disparatada. Una mujer se apenaba de la mala fortuna de una segunda, que había quedado viuda y con descendencia que no tendría padre. Una tercera, despechada, afirmaba que no le daba pena alguna, que eso le había pasado por mantener negocios con el jefe. La primera quiso silenciar a ésta última, pero ésta se impuso, afirmando que toda la ciudad ya conocía de sus afluencias.
Aiko no pudo evitar mirar a las mujeres, intrigada. Parecían saber mucho, demasiado, acerca del tema. Pero lo más importante... ¿Quien era ese tal Jefe? Ante todo, mantuvo silencio. Se dice que muchas veces el silencio otorga... ésta ocasión parecía ser una de esas.