26/06/2017, 04:02
(Última modificación: 2/07/2017, 14:20 por Hanamura Kazuma.)
—Estamos listo para escucharlo todo —respondió con férrea determinación el Hakagurē.
El anciano escultor se tomo unos segundos para observar a aquellos jóvenes, para contemplar la razón por la cual estaba arriesgando tanto. Ninguno tenía en su ser punto de comparación con los otros, eran únicos y diferentes. Aun así, fueron lo que estaba esperando, lo que los antiguos textos le habían jurado y prometido. En aquellos instantes, Satomu deseaba el tener la determinación de aquellos muchachos, el sin temor y el avanzar de la juventud, ya que justo entonces, y luego de todo lo acontecido, comenzaba a tener dudas: ¿Seria su historia aceptada? ¿Significaría para sus invitados todo lo que significaba para él? ¿Le socorrerían en su cometido final?
Era demasiado tarde como para dudar, era momento de continuar y de hacer lo que debía hacerse.
—Sera ahora o nunca —dijo para sí mismo, mientras se hacía con uno de los viejos pergaminos contenidos en el cofre—. Escuchen con mucha atención mis palabras, pues hablare sobre la vida, la muerte y los legados.
Miro en dirección a Kaido, y comenzó a leer con una voz llena de vitalidad.
Al terminar con aquel pergamino azul marino, lo devolvió a la caja y procedió a dar un trago de vino para aclarar su garganta. Luego, extrajo otro pergamino, pero de color gris pizarra. Miro en dirección a Kōtetsu y comenzó a leer con voz sepulcral.
Repitió el proceso de descarte y selección y, finalmente, se hizo con un pergamino de color carmesí como la sangre. Aclaro su garganta y, mientras miraba en dirección a Akame comenzó a leer con una voz llena de determinación.
—Como verán, no es una cuestión de destino —dijo al culminar, mostrándose cansado—. Mi ancestro fue contemporáneo de los suyos, y sus historias han trascendido hasta llegar a mí. Un encuentro preescrito por sus propias manos
Su mirada se perdió en el espacio por un instante, y luego regreso a la tierra para continuar hablando.
—Tan sublime historia basto para impulsarlo a plasmarlas en un libro, pero no llego a ver su proyecto realizado, por lo que se lo encomendó a su hijo. Su hijo trato de continuar con el trabajo de vida de su padre, utilizando la pintura en esta ocasión, pero su ciclo vital de se vio interrumpido antes de terminar —esbozo una amplia sonrisa, llena de arrogancia y extraña alegría—. Finalmente, esa tarea a recaído en mí, el escultor de la familia.
»Jamás tuve hijos, por lo que soy el ultimo de mi estirpe. Razón por la cual me veo obligado a concluir con esta tarea que inicio hace más de cien años. No puedo legarla a nadie más. No debo legarla a nadie más. No quiero legarla a nadie más. Creo que he tenido una suerte celestial al encontrarme a las personas que más se asemejan a la viva imagen de lo que debieron ser sus antepasados.
»Yo quiero que me permitan utilizar lo que me queda de vida, para plasmar todo lo que ustedes fueron, son y serán en la última serie de estatuas que creare: “Trascendencia”, mi regalo y mi deber para con el mundo y mis ancestros.
»Antes de que me respondan, permítanme decirles que pienso dejar a su entera disposición todos los documentos elaborados por mi ancestro. Valiosos documentos que en varias ocasiones estuvieron a punto de ser confiscados por algunas fuerza militares debido a lo profundo y detallado de su contenido. Eso y un par de inigualables estatuas es lo más valioso que tiene que ofrecer su servidor, aquel que le confiere a la piedra humanidad, Nishijima Satomu.
El anciano escultor se tomo unos segundos para observar a aquellos jóvenes, para contemplar la razón por la cual estaba arriesgando tanto. Ninguno tenía en su ser punto de comparación con los otros, eran únicos y diferentes. Aun así, fueron lo que estaba esperando, lo que los antiguos textos le habían jurado y prometido. En aquellos instantes, Satomu deseaba el tener la determinación de aquellos muchachos, el sin temor y el avanzar de la juventud, ya que justo entonces, y luego de todo lo acontecido, comenzaba a tener dudas: ¿Seria su historia aceptada? ¿Significaría para sus invitados todo lo que significaba para él? ¿Le socorrerían en su cometido final?
Era demasiado tarde como para dudar, era momento de continuar y de hacer lo que debía hacerse.
—Sera ahora o nunca —dijo para sí mismo, mientras se hacía con uno de los viejos pergaminos contenidos en el cofre—. Escuchen con mucha atención mis palabras, pues hablare sobre la vida, la muerte y los legados.
Miro en dirección a Kaido, y comenzó a leer con una voz llena de vitalidad.
Son muy raras las ocasiones en donde el hombre logra convertirse en uno con la naturaleza, recobrando sus extraviados instintos primitivos. Y yo solo se dé un caso en el que alguien ha nacido siendo ya uno con su más profunda esencia salvaje.
Aquel sujeto maravillaba mi ser con su apariencia de carácter marino: Un cuerpo enorme y solido, con una piel de un gris azulado y cabellos de un color azul fuerte. Era fascinante la unión de rasgos que le hacían único: Unos ojos de un azul intenso, con una mirada fuerte y depredadora, y unos dientes triangulares y afilados como sierras, que podían formar la sonrisa más amenazante que hubiese visto en mi vida. Solía resultar extraño cuando hablaba de agallas, las que se referían al valor, pues el tenia las verdaderas, las que eran propia de los peces. Pese a todo, era irónico pensar que el tenia ambas, las agallas de su determinación y las concedidas por la naturaleza.
Hasta donde pude averiguar, no conoció jamás padres o familia alguna, solo a un anciano ninja que le crio hasta que la inoportuna muerte se lo arrebato en la edad justa como para valerse por sí mismo. Lo que según él fue aproximadamente al principio de su adolescencia.
Como persona, era alguien de carácter rudo, tosco y grosero, capaz de ofender a cualquiera con gran facilidad. Pero también era propietario de un sentido del humor grandioso, aquel humor del que hacían gala los marineros luego de años en el mar. En cierto momento me atreví a indagar un poco más sobre su vida, las respuestas que me dio quedarían grabadas en mí eternamente: Me aclaro que había sentido en la carne de su corazón el enorme peso de la soledad y el desprecio, aislado de quienes sabían que era diferente. Incluso llego a ser víctima de persecuciones de odio y cacerías religiosas. Una vida dura que era digna de dibujar una sonrisa desafiante en su rostro, pues consideraba a la vida misma como el más grande los rivales. Me aseguro que hacía mucho que supero todo el dolor, pero que se había guardado las cicatrices como muestra de aprendizaje. Al parecer, todo mejoro cuando se dio cuenta de que el vivir era todo lo que necesitaba y que todo lo que buscaba ya estaba dentro de él… Claro, eso no significo que alcanzo la iluminación y paso a ser una buena persona, porque, de hecho, era una lacra, un patán y un buscapleitos. Pero con aquello le bastaba para sentirse completo y saciado.
Como guerrero, era alguien brutal, implacable y violento, capaz de dejar fluir sus instintos hasta el punto en que la batalla se convertía en una carnicería. Siempre me pareció que en cuanto a él llegaba el olor de la sangre se transformaba o, mejor dicho, dejaba aflorar su más primitivo ser. Lo más aterrador es que no era una furia ciega sino una fría y controlada, metódica. Lo más aterrador era aquella paciencia y excitación que mostraba cuando se encontraba con un oponente digno, esperando y midiéndolo hasta que llegaba el momento oportuno y lo destrozaba por completo.
Con el tiempo se hizo con la jefatura de un grupo de mercenarios de mar, degollando a su anterior capitán, un hombre bueno, pero lo suficientemente arrogante y estúpido como para aceptar un desafío suyo. Se convirtió en un buen líder, aclamado por sus hombres, a los cuales cuidaba como si fueran su familia, profesándoles una lealtad inquebrantable.
Más jamás cambio la dirección de su camino: Los que estaban bajo su mando, sin importar sus habilidades o astucia debían de reconocer su supremacía, o pronto se verían enfrentados a un oponente bestial. Y él seguía siendo despiadado. Había aprendido bien la ley del mar y de la tierra, y jamás desaprovechaba una oportunidad ni daba respiro a oponente alguno. Se dio cuenta de que no podía ser benévolo. Debía someter o ser sometido; mientras que demostrar misericordia era un error que exhibía fragilidad. La clemencia era algo que no existía en su sangre ancestral, heredada de las primigenias bestias marinas. El miedo propio le debilitaba, mientras que el miedo ajeno le fortalecía. Para él era cuestión de matar o morir, de comer o ser comido… Siempre había sido así, y así le gustaba.
Luego de distanciarnos, seguí investigando un poco sobre él y sus orígenes. Trate de comunicarle mis maravillosos descubrimientos, pero, como ya me lo esperaba, los tomo como cosa superflua al tratarse de algo que ya no necesitaba. Como su origen y extraña apariencia, poco importaban, pues el ya sabía quién era.
Durante años me mantuve al tanto de las historias que hablaban acerca del hijo del océano, del rey del mar, del hombre tiburón… Relatos que se difuminaban en el misterio, por lo que muchos no creían en su veracidad. Pero yo siempre supe que eran reales, y que en todo el mundo solo habría un ser capaz de ganarse semejantes títulos; aquel vigoroso ejemplo de vida que jamás perdió su afilada y amenazante sonrisa… Aquel hombre que, como los tiburones, jamás dejaba de avanzar y de vivir.
Aquel sujeto maravillaba mi ser con su apariencia de carácter marino: Un cuerpo enorme y solido, con una piel de un gris azulado y cabellos de un color azul fuerte. Era fascinante la unión de rasgos que le hacían único: Unos ojos de un azul intenso, con una mirada fuerte y depredadora, y unos dientes triangulares y afilados como sierras, que podían formar la sonrisa más amenazante que hubiese visto en mi vida. Solía resultar extraño cuando hablaba de agallas, las que se referían al valor, pues el tenia las verdaderas, las que eran propia de los peces. Pese a todo, era irónico pensar que el tenia ambas, las agallas de su determinación y las concedidas por la naturaleza.
Hasta donde pude averiguar, no conoció jamás padres o familia alguna, solo a un anciano ninja que le crio hasta que la inoportuna muerte se lo arrebato en la edad justa como para valerse por sí mismo. Lo que según él fue aproximadamente al principio de su adolescencia.
Como persona, era alguien de carácter rudo, tosco y grosero, capaz de ofender a cualquiera con gran facilidad. Pero también era propietario de un sentido del humor grandioso, aquel humor del que hacían gala los marineros luego de años en el mar. En cierto momento me atreví a indagar un poco más sobre su vida, las respuestas que me dio quedarían grabadas en mí eternamente: Me aclaro que había sentido en la carne de su corazón el enorme peso de la soledad y el desprecio, aislado de quienes sabían que era diferente. Incluso llego a ser víctima de persecuciones de odio y cacerías religiosas. Una vida dura que era digna de dibujar una sonrisa desafiante en su rostro, pues consideraba a la vida misma como el más grande los rivales. Me aseguro que hacía mucho que supero todo el dolor, pero que se había guardado las cicatrices como muestra de aprendizaje. Al parecer, todo mejoro cuando se dio cuenta de que el vivir era todo lo que necesitaba y que todo lo que buscaba ya estaba dentro de él… Claro, eso no significo que alcanzo la iluminación y paso a ser una buena persona, porque, de hecho, era una lacra, un patán y un buscapleitos. Pero con aquello le bastaba para sentirse completo y saciado.
Como guerrero, era alguien brutal, implacable y violento, capaz de dejar fluir sus instintos hasta el punto en que la batalla se convertía en una carnicería. Siempre me pareció que en cuanto a él llegaba el olor de la sangre se transformaba o, mejor dicho, dejaba aflorar su más primitivo ser. Lo más aterrador es que no era una furia ciega sino una fría y controlada, metódica. Lo más aterrador era aquella paciencia y excitación que mostraba cuando se encontraba con un oponente digno, esperando y midiéndolo hasta que llegaba el momento oportuno y lo destrozaba por completo.
Con el tiempo se hizo con la jefatura de un grupo de mercenarios de mar, degollando a su anterior capitán, un hombre bueno, pero lo suficientemente arrogante y estúpido como para aceptar un desafío suyo. Se convirtió en un buen líder, aclamado por sus hombres, a los cuales cuidaba como si fueran su familia, profesándoles una lealtad inquebrantable.
Más jamás cambio la dirección de su camino: Los que estaban bajo su mando, sin importar sus habilidades o astucia debían de reconocer su supremacía, o pronto se verían enfrentados a un oponente bestial. Y él seguía siendo despiadado. Había aprendido bien la ley del mar y de la tierra, y jamás desaprovechaba una oportunidad ni daba respiro a oponente alguno. Se dio cuenta de que no podía ser benévolo. Debía someter o ser sometido; mientras que demostrar misericordia era un error que exhibía fragilidad. La clemencia era algo que no existía en su sangre ancestral, heredada de las primigenias bestias marinas. El miedo propio le debilitaba, mientras que el miedo ajeno le fortalecía. Para él era cuestión de matar o morir, de comer o ser comido… Siempre había sido así, y así le gustaba.
Luego de distanciarnos, seguí investigando un poco sobre él y sus orígenes. Trate de comunicarle mis maravillosos descubrimientos, pero, como ya me lo esperaba, los tomo como cosa superflua al tratarse de algo que ya no necesitaba. Como su origen y extraña apariencia, poco importaban, pues el ya sabía quién era.
Durante años me mantuve al tanto de las historias que hablaban acerca del hijo del océano, del rey del mar, del hombre tiburón… Relatos que se difuminaban en el misterio, por lo que muchos no creían en su veracidad. Pero yo siempre supe que eran reales, y que en todo el mundo solo habría un ser capaz de ganarse semejantes títulos; aquel vigoroso ejemplo de vida que jamás perdió su afilada y amenazante sonrisa… Aquel hombre que, como los tiburones, jamás dejaba de avanzar y de vivir.
Al terminar con aquel pergamino azul marino, lo devolvió a la caja y procedió a dar un trago de vino para aclarar su garganta. Luego, extrajo otro pergamino, pero de color gris pizarra. Miro en dirección a Kōtetsu y comenzó a leer con voz sepulcral.
Se suele decir que cada uno de nosotros concede a la vida una definición diferente, según lo que consideremos valioso y necesario. Para algunos vale mucho y para otros vale poco. Pero en general, muchos compartimos una noción unificada sobre la muerte; un fin absoluto y oscuro que da por acabado todo lo referente a nosotros. Bueno, me he encontrado con una persona capaz de transmutar por completo todo aquello que creía cierto respecto al fin de la vida.
Lo que primero viene a mi memoria es su irrepetible apariencia exótica: De piel morena como la caoba pulida, con una cabellera blanca como la nieve fresca y con unos ojos grises como las nubes en un cielo encapotado. Me pareció que en su vida su expresión no había sido otra que la de una calma absoluta, una serenidad que por momentos resultaba tanto agradable como inquietante. Un ser de palabras poéticas y con unas creencias en nada parecidas a lo que hasta entonces hubiese conocido.
Según me relato, pertenecía a la casa Hakagurē, un clan de rasgos y costumbres únicas que provenía de una tierra lejana, y que se había asentado en el país de la espiral.
Su personalidad y forma de pensar me resultaban en extremo complejas e intrigantes: Rendía un gran culto a la muerte, al mismísimo dios de la muerte para ser precisos. Aquello me perturbo un poco, pues la mayoría de nosotros vivimos huyendo de la muerte y no buscando su compañía. Más me sorprendió el saber que no era solo un guerrero, sino que también una especie de pensador y apóstol cuyos métodos oscilaban entre la teología y la filosofía. Para él la muerte era algo cotidiano, que siempre estaba presente y al asecho, pero a la cual no se debía de temer o huir, aunque si respetar. Cualquiera podría pensar que alguien así sentiría un desapego y una indiferencia enormes ante la vida, pero lo cierto es que, de una forma un tanto mística y espiritual, le rendía respetos y admiración. Debo decir que también era propietario de una calma que en ocasiones superaba mi paciencia y de una sinceridad tan directa y tan simple que era capaz de calar profundamente en el ser de quien le escuchara.
Jamás podre olvidar como era el verle combatir: Su facciones calmadas y su gesto indolente mientras entrega fatalidad a diestra y siniestra. El blandir de una espada susurrante, que se mantenía inmaculada mientras producía un constante roció carmesí y que no perdía en ningún momento aquel hipnótico y preocupante brillo de un color blanco mortecino. El uso de, lo que por mucho tiempo considere artes profanas, una técnica capaz de hacer que los muertos del pasado distante cobraran una forma etérea y arrasaran con sus enemigos, formando una legión de espectros aullantes. Lo más aterrador era que en su accionar y en su modo de operar no había miedo, ira o lamentos… Ni siquiera había clemencia o duda… Sin maquinaciones, sin dobles intenciones, sin planes ocultos. Solo muerte. Una muerte pura y perfecta.
Después de mucho tiempo, cuando por fin tuve el estomago para ver una de sus batallas hasta el final, me di cuenta de que rendía profundos respetos a sus enemigos caídos y que daba gracias por permitirle poner su vida al límite. Siempre hacia lo mismo; mataba, cavaba una tumba, presidia los adecuados ritos mortuorios y oraba en agradecimiento.
Con el tiempo, me fue enseñando acerca de sus costumbres y creencias. El aseguraba que la muerte y la vida no eran dos cosas separadas, sino que eran los puntos opuestos de un circulo, donde el fin de una es el inicio de la otra y viceversa, como en un enorme y eterno ciclo. A pesar de las… masacres de las que había sido participe, me aseguro que no gustaba de matar sin necesidad, ya que su juicio era el que le indicaba cuando era adecuado el segar una vida. Cabe destacar que su moral era algo que estaba mas allá de mi comprensión, pero de alguna forma entendí que parte de su misión de vida era encontrar el equilibrio.
Para cuando llego el momento de separarnos, había recolectado tantas notas sobre las enseñanzas de su forma de vivir que tenia las suficientes como para dar una extensa cátedra al respecto. Creo que de alguna manera, la forma más sencilla de clasificarle, aunque puede que no le haga justicia, es que puede vérsele como una especie de monje guerrero. Como alguien que no solo predica algo en lo que creer, sino que también vive según sus propias palabras.
Que sujeto… cuando conversábamos y me confesaba que gustaba de poner su vida en riesgo, el llegar hasta las puertas de la muerte y dar unos cuantos toques. De cómo su espíritu competitivo le llevaba a encontrarse con su peligroso dios para sonreírle y retirarse antes de que este consiguiese posar la mano sobre su cabeza. Antes de que pudiese darle un beso que era tanto saludo como despedida. Creo que era cierto lo que pregonaba; aquello de que no había nada como la cercanía de la muerte para que el cuerpo se sintiese vitalizado, para que la mente olvidara lo superfluo y para que el espíritu se aligerase de todo lo pesado...
Solo cuando se presencia el rostro que hay tras la máscara de la fatalidad es que en el corazón se manifiesta la verdadera esencia de la vida.
Lo que primero viene a mi memoria es su irrepetible apariencia exótica: De piel morena como la caoba pulida, con una cabellera blanca como la nieve fresca y con unos ojos grises como las nubes en un cielo encapotado. Me pareció que en su vida su expresión no había sido otra que la de una calma absoluta, una serenidad que por momentos resultaba tanto agradable como inquietante. Un ser de palabras poéticas y con unas creencias en nada parecidas a lo que hasta entonces hubiese conocido.
Según me relato, pertenecía a la casa Hakagurē, un clan de rasgos y costumbres únicas que provenía de una tierra lejana, y que se había asentado en el país de la espiral.
Su personalidad y forma de pensar me resultaban en extremo complejas e intrigantes: Rendía un gran culto a la muerte, al mismísimo dios de la muerte para ser precisos. Aquello me perturbo un poco, pues la mayoría de nosotros vivimos huyendo de la muerte y no buscando su compañía. Más me sorprendió el saber que no era solo un guerrero, sino que también una especie de pensador y apóstol cuyos métodos oscilaban entre la teología y la filosofía. Para él la muerte era algo cotidiano, que siempre estaba presente y al asecho, pero a la cual no se debía de temer o huir, aunque si respetar. Cualquiera podría pensar que alguien así sentiría un desapego y una indiferencia enormes ante la vida, pero lo cierto es que, de una forma un tanto mística y espiritual, le rendía respetos y admiración. Debo decir que también era propietario de una calma que en ocasiones superaba mi paciencia y de una sinceridad tan directa y tan simple que era capaz de calar profundamente en el ser de quien le escuchara.
Jamás podre olvidar como era el verle combatir: Su facciones calmadas y su gesto indolente mientras entrega fatalidad a diestra y siniestra. El blandir de una espada susurrante, que se mantenía inmaculada mientras producía un constante roció carmesí y que no perdía en ningún momento aquel hipnótico y preocupante brillo de un color blanco mortecino. El uso de, lo que por mucho tiempo considere artes profanas, una técnica capaz de hacer que los muertos del pasado distante cobraran una forma etérea y arrasaran con sus enemigos, formando una legión de espectros aullantes. Lo más aterrador era que en su accionar y en su modo de operar no había miedo, ira o lamentos… Ni siquiera había clemencia o duda… Sin maquinaciones, sin dobles intenciones, sin planes ocultos. Solo muerte. Una muerte pura y perfecta.
Después de mucho tiempo, cuando por fin tuve el estomago para ver una de sus batallas hasta el final, me di cuenta de que rendía profundos respetos a sus enemigos caídos y que daba gracias por permitirle poner su vida al límite. Siempre hacia lo mismo; mataba, cavaba una tumba, presidia los adecuados ritos mortuorios y oraba en agradecimiento.
Con el tiempo, me fue enseñando acerca de sus costumbres y creencias. El aseguraba que la muerte y la vida no eran dos cosas separadas, sino que eran los puntos opuestos de un circulo, donde el fin de una es el inicio de la otra y viceversa, como en un enorme y eterno ciclo. A pesar de las… masacres de las que había sido participe, me aseguro que no gustaba de matar sin necesidad, ya que su juicio era el que le indicaba cuando era adecuado el segar una vida. Cabe destacar que su moral era algo que estaba mas allá de mi comprensión, pero de alguna forma entendí que parte de su misión de vida era encontrar el equilibrio.
Para cuando llego el momento de separarnos, había recolectado tantas notas sobre las enseñanzas de su forma de vivir que tenia las suficientes como para dar una extensa cátedra al respecto. Creo que de alguna manera, la forma más sencilla de clasificarle, aunque puede que no le haga justicia, es que puede vérsele como una especie de monje guerrero. Como alguien que no solo predica algo en lo que creer, sino que también vive según sus propias palabras.
Que sujeto… cuando conversábamos y me confesaba que gustaba de poner su vida en riesgo, el llegar hasta las puertas de la muerte y dar unos cuantos toques. De cómo su espíritu competitivo le llevaba a encontrarse con su peligroso dios para sonreírle y retirarse antes de que este consiguiese posar la mano sobre su cabeza. Antes de que pudiese darle un beso que era tanto saludo como despedida. Creo que era cierto lo que pregonaba; aquello de que no había nada como la cercanía de la muerte para que el cuerpo se sintiese vitalizado, para que la mente olvidara lo superfluo y para que el espíritu se aligerase de todo lo pesado...
Solo cuando se presencia el rostro que hay tras la máscara de la fatalidad es que en el corazón se manifiesta la verdadera esencia de la vida.
Repitió el proceso de descarte y selección y, finalmente, se hizo con un pergamino de color carmesí como la sangre. Aclaro su garganta y, mientras miraba en dirección a Akame comenzó a leer con una voz llena de determinación.
Hay gente que no cree en el destino, en que todo está preparado y predispuesto para cuando lleguemos. Tal es el caso de una persona que, curiosamente, se puso en contacto conmigo por medios bastante formales. Bien podría decirse que fue él quien me busco y encontró, pese a que el explorador y buscador era yo. Aquella persona era de las que creía que el destino era algo que se forjaba con las propias manos y a través de las generaciones, que no era algo místico, sino algo que en parte te da la generación anterior y en parte la das tu a la siguiente.
Desde el primer instante de nuestra relación se aseguro de que supiera que estaba tratando con un Uchiha, cosa que bien hubiese podido deducir por sus inconfundibles rasgos étnicos; cabellera negra y lisa y unos ojos oscuros como la noche. Me dijo que requería de mis servicios como escriba, cronista y escritor. Lo que me llamo la atención es que no las necesitaba para él mismo, sino para la elaboración de un documento que reflejara los hechos más resaltantes de la historia conocida de su clan, una especie de antología generacional. Le asegure que así no trabajaba yo, con gentes y familias a las cuales no conozco ni comprendo. Con gran serenidad me propuso que le acompañara en su viaje a través del continente mientras recolectaba la información que necesitaba, de forma que pudiese aprender lo pertinente… Resulto una oferta demasiado tentadora para rechazarla.
Era alguien de expresión severa, aunque muy amable también. Hacía gala de una fuerte disciplina y de una impecable responsabilidad; sus trabajos siempre eran llevados a cabo de manera perfecta y sistemática, con la mayor de las eficiencias. Aquel sujeto convertía el viejo estereotipo ninja, el de asesinos granujas y faltos de virtudes, en un arquetipo de lo que debía ser el profesionalismo y el orgullo. De una inteligencia y curiosidad notables, en poco tiempo devoro las más complejas de mis monografías y las más intrincadas de mis publicaciones históricas. Debo decir que por un tiempo nos resulto difícil el llevarnos bien, pues soy un tanto perfeccionista y orgulloso, pues el parecía compartir estos rasgos conmigo. Aunque los suyos parecían provenir de una fuente distinta, y tener otra forma de manifestarse… Eran algo más allá de las necesidades de mi ego.
En cierto punto, luego del cual nos llevamos mejor, disipo mi perplejidad. Aquello que hacía era movido por una ferviente lealtad a su clan, por un ardiente deseo de aumentar su gloria y su honor. Su orgullo, en realidad era el inestimable aprecio por la herencia de sangre de sus antepasados. Su perfeccionismo, era el alto estima en que tenía el nombre de su familia.
En el campo de batalla era un verdadero soldado, estratégico, disciplinado y solidario. Esa era la impresión que me daba al verlo dirigir a cualquier grupo de combatientes que era puesto bajo su mando. No temo el exagerar cuando digo que luchaba de una manera tan sublime que solo un dragón me es referencia suficiente para compararlo; El aliento ardiente eran las innumerables saetas y ráfagas de fuego que incendiaban la tierra y las filas enemigas. Las poderosas garras y colmillos eran una pequeña espada, herencia de un famoso ancestro, que abandonaba sus manos para desgarrar a sus enemigos, y que luego volvía lealmente al lado de su señor. Sus poderes místicos eran unos ojos carmesí, misteriosos y desbordantes de un poder difícil de comprender. Siempre avasallando a su oponente y quitándole la voluntad de pelear, una cualidad que hacía que fuese odiado, temido y respetado por todo aquel que osara oponérsele.
Muchos le consideraban alguien demasiado serio, incapaz de recrearse, pero lo cierto es que ya disfrutaba con todo lo que hacía: Le encantaba resolver misterios y rompecabezas, informarse de todo dato o acontecimiento curioso que pudiera serle útil, comparar datos y estrategias luego de una batalla, pero por sobre todo, adoraba el escuchar y compartir historias.
Luego de adquirir todos los documentos que necesitaba, muchas veces haciendo uso de la fuerza, se marcho y me encomendó la titánica tarea de compilar unos cien años de árboles genealógicos, estudios militares, desarrollo de arte ninjas y registros de combate pertenecientes a incontables miembros de su clan. Cuando hube terminado, abandone mi encierro y fui en su búsqueda, pero me encontré con la terrible, pero no inesperada, noticia de que había muerto.
No estaba seguro de que hacer con aquel proyecto, pues había jurado mantenerlo en el máximo de los secretos. Lo único que me pareció sensato fue el investigar acerca de las circunstancias de su muerte. En resumidas cuentas: se vio contra la espada y la pared en una misión donde debía de tomar un pueblo por asalto. Al final, según testigos, la población fue reducida a cenizas en lo que fue una noche donde el infierno se desato en la tierra y en donde el tempestuoso dios del valor se manifestó para castigar a quienes se oponían a la grandeza de su nombre.
Todos sus enemigos desaparecieron, dejando pocos rastros físico de su existencia. Aquel hombre también desapareció, pero dejo algo atrás: La historia comenzó a regarse, y quienes la contaban no pronunciaban otro nombre que no fuese “Uchiha”. Hablaban del poder de aquella familia y de que como ninjas eran simplemente excepcionales.
Fue cuando por fin comprendí todo: El hombre había muerto, pero su clan continuaba. Otra legenda mas para la gloria y el honor de, los eternamente famosos, Uchihas. Personas que sabían mejor que nadie que era el orgullo, la fuerza y la vocación. Su poder trascendería las generaciones en la historia y sangre de su familia, y no era obra del destino, sino de su mano.
Realmente se puede saber cómo es un guerrero por la forma en que muere, y se puede saber como vivió por el legado que ha dejado… Con todo lo visto, puedo decir con absoluta seguridad que él no era solo un poderoso guerrero, era un profesional, un conocedor y el paradigma de un Uchiha ejemplar.
Desde el primer instante de nuestra relación se aseguro de que supiera que estaba tratando con un Uchiha, cosa que bien hubiese podido deducir por sus inconfundibles rasgos étnicos; cabellera negra y lisa y unos ojos oscuros como la noche. Me dijo que requería de mis servicios como escriba, cronista y escritor. Lo que me llamo la atención es que no las necesitaba para él mismo, sino para la elaboración de un documento que reflejara los hechos más resaltantes de la historia conocida de su clan, una especie de antología generacional. Le asegure que así no trabajaba yo, con gentes y familias a las cuales no conozco ni comprendo. Con gran serenidad me propuso que le acompañara en su viaje a través del continente mientras recolectaba la información que necesitaba, de forma que pudiese aprender lo pertinente… Resulto una oferta demasiado tentadora para rechazarla.
Era alguien de expresión severa, aunque muy amable también. Hacía gala de una fuerte disciplina y de una impecable responsabilidad; sus trabajos siempre eran llevados a cabo de manera perfecta y sistemática, con la mayor de las eficiencias. Aquel sujeto convertía el viejo estereotipo ninja, el de asesinos granujas y faltos de virtudes, en un arquetipo de lo que debía ser el profesionalismo y el orgullo. De una inteligencia y curiosidad notables, en poco tiempo devoro las más complejas de mis monografías y las más intrincadas de mis publicaciones históricas. Debo decir que por un tiempo nos resulto difícil el llevarnos bien, pues soy un tanto perfeccionista y orgulloso, pues el parecía compartir estos rasgos conmigo. Aunque los suyos parecían provenir de una fuente distinta, y tener otra forma de manifestarse… Eran algo más allá de las necesidades de mi ego.
En cierto punto, luego del cual nos llevamos mejor, disipo mi perplejidad. Aquello que hacía era movido por una ferviente lealtad a su clan, por un ardiente deseo de aumentar su gloria y su honor. Su orgullo, en realidad era el inestimable aprecio por la herencia de sangre de sus antepasados. Su perfeccionismo, era el alto estima en que tenía el nombre de su familia.
En el campo de batalla era un verdadero soldado, estratégico, disciplinado y solidario. Esa era la impresión que me daba al verlo dirigir a cualquier grupo de combatientes que era puesto bajo su mando. No temo el exagerar cuando digo que luchaba de una manera tan sublime que solo un dragón me es referencia suficiente para compararlo; El aliento ardiente eran las innumerables saetas y ráfagas de fuego que incendiaban la tierra y las filas enemigas. Las poderosas garras y colmillos eran una pequeña espada, herencia de un famoso ancestro, que abandonaba sus manos para desgarrar a sus enemigos, y que luego volvía lealmente al lado de su señor. Sus poderes místicos eran unos ojos carmesí, misteriosos y desbordantes de un poder difícil de comprender. Siempre avasallando a su oponente y quitándole la voluntad de pelear, una cualidad que hacía que fuese odiado, temido y respetado por todo aquel que osara oponérsele.
Muchos le consideraban alguien demasiado serio, incapaz de recrearse, pero lo cierto es que ya disfrutaba con todo lo que hacía: Le encantaba resolver misterios y rompecabezas, informarse de todo dato o acontecimiento curioso que pudiera serle útil, comparar datos y estrategias luego de una batalla, pero por sobre todo, adoraba el escuchar y compartir historias.
Luego de adquirir todos los documentos que necesitaba, muchas veces haciendo uso de la fuerza, se marcho y me encomendó la titánica tarea de compilar unos cien años de árboles genealógicos, estudios militares, desarrollo de arte ninjas y registros de combate pertenecientes a incontables miembros de su clan. Cuando hube terminado, abandone mi encierro y fui en su búsqueda, pero me encontré con la terrible, pero no inesperada, noticia de que había muerto.
No estaba seguro de que hacer con aquel proyecto, pues había jurado mantenerlo en el máximo de los secretos. Lo único que me pareció sensato fue el investigar acerca de las circunstancias de su muerte. En resumidas cuentas: se vio contra la espada y la pared en una misión donde debía de tomar un pueblo por asalto. Al final, según testigos, la población fue reducida a cenizas en lo que fue una noche donde el infierno se desato en la tierra y en donde el tempestuoso dios del valor se manifestó para castigar a quienes se oponían a la grandeza de su nombre.
Todos sus enemigos desaparecieron, dejando pocos rastros físico de su existencia. Aquel hombre también desapareció, pero dejo algo atrás: La historia comenzó a regarse, y quienes la contaban no pronunciaban otro nombre que no fuese “Uchiha”. Hablaban del poder de aquella familia y de que como ninjas eran simplemente excepcionales.
Fue cuando por fin comprendí todo: El hombre había muerto, pero su clan continuaba. Otra legenda mas para la gloria y el honor de, los eternamente famosos, Uchihas. Personas que sabían mejor que nadie que era el orgullo, la fuerza y la vocación. Su poder trascendería las generaciones en la historia y sangre de su familia, y no era obra del destino, sino de su mano.
Realmente se puede saber cómo es un guerrero por la forma en que muere, y se puede saber como vivió por el legado que ha dejado… Con todo lo visto, puedo decir con absoluta seguridad que él no era solo un poderoso guerrero, era un profesional, un conocedor y el paradigma de un Uchiha ejemplar.
—Como verán, no es una cuestión de destino —dijo al culminar, mostrándose cansado—. Mi ancestro fue contemporáneo de los suyos, y sus historias han trascendido hasta llegar a mí. Un encuentro preescrito por sus propias manos
Su mirada se perdió en el espacio por un instante, y luego regreso a la tierra para continuar hablando.
—Tan sublime historia basto para impulsarlo a plasmarlas en un libro, pero no llego a ver su proyecto realizado, por lo que se lo encomendó a su hijo. Su hijo trato de continuar con el trabajo de vida de su padre, utilizando la pintura en esta ocasión, pero su ciclo vital de se vio interrumpido antes de terminar —esbozo una amplia sonrisa, llena de arrogancia y extraña alegría—. Finalmente, esa tarea a recaído en mí, el escultor de la familia.
»Jamás tuve hijos, por lo que soy el ultimo de mi estirpe. Razón por la cual me veo obligado a concluir con esta tarea que inicio hace más de cien años. No puedo legarla a nadie más. No debo legarla a nadie más. No quiero legarla a nadie más. Creo que he tenido una suerte celestial al encontrarme a las personas que más se asemejan a la viva imagen de lo que debieron ser sus antepasados.
»Yo quiero que me permitan utilizar lo que me queda de vida, para plasmar todo lo que ustedes fueron, son y serán en la última serie de estatuas que creare: “Trascendencia”, mi regalo y mi deber para con el mundo y mis ancestros.
»Antes de que me respondan, permítanme decirles que pienso dejar a su entera disposición todos los documentos elaborados por mi ancestro. Valiosos documentos que en varias ocasiones estuvieron a punto de ser confiscados por algunas fuerza militares debido a lo profundo y detallado de su contenido. Eso y un par de inigualables estatuas es lo más valioso que tiene que ofrecer su servidor, aquel que le confiere a la piedra humanidad, Nishijima Satomu.
![[Imagen: aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif]](https://i.pinimg.com/originals/aa/b6/87/aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif)