20/06/2017, 17:20
— Yo ya esperaba llegar antes de medianoche, porque sino casi que ni vamos a poder descansar. Cuando anochezca deberíamos plantearnos donde estamos y si nos cunde seguir caminando o mejor acampar. Es peligroso andar en la oscuridad.
La joven asintió mientras tomaba un bocado de las bolas de arroz que le había ofrecido el chico con delicadeza, llenando poco a poco su hambriento estómago.
— Con suerte prefiero dormir en una cama.
Al entrar en la Planicie del Silencio una oleada de nostalgia la golpeó de lleno en la cara: la hierba oscura, el viento soplando mientras animaba a los jóvenes a caminar, la tierra húmeda... El principio del verano se presentó para ella unas semanas después en modo de recuerdo.
Lo mejor de todo, sin duda, era que poco les faltaría a llegar a Los Herreros.
Y cuando estuvo a punto de caer la medianoche, pisaron la ciudad con el sudor perlándoles la frente.
Cuando puso sus pies sobre la ciudad volvió a sentir como la tranquilidad y la calma brillaban en aquel lugar. Esperaba, con suerte; no perderse hasta llegar al Hostal donde pensaba podían pasar ambos la noche sin ningún contratiempo, además; quería volver a tomar aquella sabrosa comida que allí servían.
— Vamos, todavía nos queda un poco para llegar al Hostal de Pangoro.
El susodicho Hostal estaba en una calle amplia y larga, tal y como lo recordaba, era un edificio de dos plantas de puro ladrillo, tejas de color oscuro y un sinfín de ventanales que seguro dejaban pasar la luz durante el día sin ningún problema. En la puerta oscura colgaba un letrero donde se podía leer claramente el nombre del lugar.
Eri suspiró y tembló por un instante, recordando al dueño que lo custodiaba.
— Ya hemos llegado... Es un buen lugar y dan una comida estupenda, ¿entramos?
La joven asintió mientras tomaba un bocado de las bolas de arroz que le había ofrecido el chico con delicadeza, llenando poco a poco su hambriento estómago.
— Con suerte prefiero dormir en una cama.
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Al entrar en la Planicie del Silencio una oleada de nostalgia la golpeó de lleno en la cara: la hierba oscura, el viento soplando mientras animaba a los jóvenes a caminar, la tierra húmeda... El principio del verano se presentó para ella unas semanas después en modo de recuerdo.
Lo mejor de todo, sin duda, era que poco les faltaría a llegar a Los Herreros.
Y cuando estuvo a punto de caer la medianoche, pisaron la ciudad con el sudor perlándoles la frente.
Cuando puso sus pies sobre la ciudad volvió a sentir como la tranquilidad y la calma brillaban en aquel lugar. Esperaba, con suerte; no perderse hasta llegar al Hostal donde pensaba podían pasar ambos la noche sin ningún contratiempo, además; quería volver a tomar aquella sabrosa comida que allí servían.
— Vamos, todavía nos queda un poco para llegar al Hostal de Pangoro.
El susodicho Hostal estaba en una calle amplia y larga, tal y como lo recordaba, era un edificio de dos plantas de puro ladrillo, tejas de color oscuro y un sinfín de ventanales que seguro dejaban pasar la luz durante el día sin ningún problema. En la puerta oscura colgaba un letrero donde se podía leer claramente el nombre del lugar.
Eri suspiró y tembló por un instante, recordando al dueño que lo custodiaba.
— Ya hemos llegado... Es un buen lugar y dan una comida estupenda, ¿entramos?