20/06/2017, 18:33
No tardamos demasiado en llegar a la Planicie del Silencio, al otro lado de la misma se encontraba la parada numero uno para el plan de Eri, los Herreros. La planicie hacía honor a su nombre mucho más de lo que uno se pudiese imaginar, no era solo ese tenso silencio ambiental, sino que la propia tierra te obligaba de forma inconsciente a mantener ese silencio, como si fuera obligatorio para cruzar el lugar.
Al entrar no volvimos a cruzar palabra, tal vez fuera porque no había mucho más que decir o porque yo me había puesto a rumiar algo que quería intentar con mi Doton, y cuando uno empieza a pensar en el Doton y el Doton empieza a pensarle a él, las posibilidades se multiplican ante mis ojos y es díficil centrarse en una cosa solo. Pero no tenía tiempo para probarlo todo y dejarlo todo a medias, si hacía algo tenía que ser una sola cosa y llevarla hasta el final.
Y no era simplemente que me gustase la idea, debía tener una utilidad shinobi para el combate que era lo que me iba a dar de comer, tenía que ser viable y poder hacerse porque si ponía mucho empeño en algo totalmente imposible acabaría sacandome los ojos y malgastando mi tiempo o peor acabar con algo que gasta más chakra del que pensaba y hace mucho menos de lo que creía. Para eso mejor arrancarse las manos.
Entre roca y roca, los Herreros asoman. Con Eri al frente cruzamos el umbral de la entrada del pueblo constituido principalmente por artesanos del acero. Lo cual me suscitó la siguiente duda, ¿necesitaba yo algo que cortara algo? Porque aqui y ahora era el momento. Pero Eri no se veía afectada por mis paranoias y siguió adelante.
— Vamos, todavía nos queda un poco para llegar al Hostal de Pangoro.
Mi única respuesta fue asentir firmemente.
— Ya hemos llegado... Es un buen lugar y dan una comida estupenda, ¿entramos?
— Lo sé, lo conozco. Sí, entremos, espero que tengan hueco.
Comenté mientras la seguía dentro, donde esperaba que hubieran quitado ya el cuadro con una foto mía en la que ponía Cliente del año, por aquella vez que completé el record de Perritos calientes devorados salvajemente en una hora.
Al entrar no volvimos a cruzar palabra, tal vez fuera porque no había mucho más que decir o porque yo me había puesto a rumiar algo que quería intentar con mi Doton, y cuando uno empieza a pensar en el Doton y el Doton empieza a pensarle a él, las posibilidades se multiplican ante mis ojos y es díficil centrarse en una cosa solo. Pero no tenía tiempo para probarlo todo y dejarlo todo a medias, si hacía algo tenía que ser una sola cosa y llevarla hasta el final.
Y no era simplemente que me gustase la idea, debía tener una utilidad shinobi para el combate que era lo que me iba a dar de comer, tenía que ser viable y poder hacerse porque si ponía mucho empeño en algo totalmente imposible acabaría sacandome los ojos y malgastando mi tiempo o peor acabar con algo que gasta más chakra del que pensaba y hace mucho menos de lo que creía. Para eso mejor arrancarse las manos.
Entre roca y roca, los Herreros asoman. Con Eri al frente cruzamos el umbral de la entrada del pueblo constituido principalmente por artesanos del acero. Lo cual me suscitó la siguiente duda, ¿necesitaba yo algo que cortara algo? Porque aqui y ahora era el momento. Pero Eri no se veía afectada por mis paranoias y siguió adelante.
— Vamos, todavía nos queda un poco para llegar al Hostal de Pangoro.
Mi única respuesta fue asentir firmemente.
— Ya hemos llegado... Es un buen lugar y dan una comida estupenda, ¿entramos?
— Lo sé, lo conozco. Sí, entremos, espero que tengan hueco.
Comenté mientras la seguía dentro, donde esperaba que hubieran quitado ya el cuadro con una foto mía en la que ponía Cliente del año, por aquella vez que completé el record de Perritos calientes devorados salvajemente en una hora.
—Nabi—
![[Imagen: 23uv4XH.gif]](https://i.imgur.com/23uv4XH.gif)