20/06/2017, 20:36
El Uchiha torció el gesto ante las condolencias de sus dos compañeros de profesión. Se cruzó de brazos, bajando la mirada hasta dar con la fiel madera del barco —que había resistido los embites de las olas durante la tormenta—. Apretó los dientes mientras en sus ojos se reflejó el rostro de aquel marinero sin nombre al que había intentado, sin éxito, salvar de su inmediato destino.
—¿Quién ha dicho tal cosa? —replicó el gennin, todavía sin alzar la vista, ante los comentarios de Kaido y Datsue.
Mentía al pretender que aquello no le había afectado, claro. Pero era sincero en el hecho de que no lo sentía del mismo modo que sus compañeros. Uchiha Akame no era ajeno a la muerte.
Sea como fuere, el barco acabó atracando, con éxito, en el pequeño embarcadero de Isla Monotonía. Ya era noche cerrada, y el lugar estaba envuelto en una bruma oscura, rota sólo por los puntos de luz brillante que ofrecían farolas dispuestas a lo largo del muelle. El lugar no parecía opulento ni lujoso en absoluto, sino más bien descuidado y viejo. La niebla que lo cubría todo no hacía sino acrecentar aquella sensación de soledad y olvido.
Los marineros arreglaron aparejos, echaron el ancla y colocaron una escalerilla de madera para facilitar a los invitados el llegar a tierra.
Allí los esperaba la comitiva de bienvenida. El primero en recibirles fue un anciano de estatura considerable, muy flaco y demacrado, que se apoyaba en un bastón de madera negra. Su rostro estaba surcado de arrugas y profundas marcas, y sus ojos parecían dos luceros en las cuencas hundidas de su rostro. Vestía con un sencillo yukata de color blanco con rebordes rojos, muy viejo y desgastado, y calzaba unas getas de madera. Por su atuendo, nadie diría que era un noble con una isla en su poder.
—¡Ah, mis queridos invitados! Bienvenidos a Isla Monotonía —les saludó con una voz grave y rota—. ¿Qué tal el viaje?
Junto a él había un total de cuatro fornidos hombres, todos de complexión y rasgos parecidos; piel pálida, pelo negro y ojos claros. Eran más altos que cualquiera de los muchachos y visiblemente más corpulentos, y sus rostros parecían del todo inexpresivos. Nisiquiera miraban a la comitiva, sino que parecían embelesados en algo que hubiera más allá del horizonte.
La primera en presentarse fue la mujer noble, que con una elegante reverencia dio su nombre y apellido; la siguió su fornida guardaespaldas, Togashi Yuuki. Soshuro respondió con una tosca inclinación de cabeza que daba a entender el poco interés que tenía en aquella invitada.
—Buenas noches, Soshuro-sama —saludó Akame, recordándose que estaba hablando con un miembro de la nobleza, por poco que lo pareciese—. Mi nombre es Uchiha Akame.
Los ojos del viejo se movieron rápidos, buscando primero al gennin. Y luego, al encontrarlo, se detuvieron en su pelo y sus ojos.
—Ah, excelente. Bienvenido Uchiha-san —respondió, con una reverencia tan profunda como su maltrecha espalda le permitió.
—¿Quién ha dicho tal cosa? —replicó el gennin, todavía sin alzar la vista, ante los comentarios de Kaido y Datsue.
Mentía al pretender que aquello no le había afectado, claro. Pero era sincero en el hecho de que no lo sentía del mismo modo que sus compañeros. Uchiha Akame no era ajeno a la muerte.
Sea como fuere, el barco acabó atracando, con éxito, en el pequeño embarcadero de Isla Monotonía. Ya era noche cerrada, y el lugar estaba envuelto en una bruma oscura, rota sólo por los puntos de luz brillante que ofrecían farolas dispuestas a lo largo del muelle. El lugar no parecía opulento ni lujoso en absoluto, sino más bien descuidado y viejo. La niebla que lo cubría todo no hacía sino acrecentar aquella sensación de soledad y olvido.
Los marineros arreglaron aparejos, echaron el ancla y colocaron una escalerilla de madera para facilitar a los invitados el llegar a tierra.
Allí los esperaba la comitiva de bienvenida. El primero en recibirles fue un anciano de estatura considerable, muy flaco y demacrado, que se apoyaba en un bastón de madera negra. Su rostro estaba surcado de arrugas y profundas marcas, y sus ojos parecían dos luceros en las cuencas hundidas de su rostro. Vestía con un sencillo yukata de color blanco con rebordes rojos, muy viejo y desgastado, y calzaba unas getas de madera. Por su atuendo, nadie diría que era un noble con una isla en su poder.
—¡Ah, mis queridos invitados! Bienvenidos a Isla Monotonía —les saludó con una voz grave y rota—. ¿Qué tal el viaje?
Junto a él había un total de cuatro fornidos hombres, todos de complexión y rasgos parecidos; piel pálida, pelo negro y ojos claros. Eran más altos que cualquiera de los muchachos y visiblemente más corpulentos, y sus rostros parecían del todo inexpresivos. Nisiquiera miraban a la comitiva, sino que parecían embelesados en algo que hubiera más allá del horizonte.
La primera en presentarse fue la mujer noble, que con una elegante reverencia dio su nombre y apellido; la siguió su fornida guardaespaldas, Togashi Yuuki. Soshuro respondió con una tosca inclinación de cabeza que daba a entender el poco interés que tenía en aquella invitada.
—Buenas noches, Soshuro-sama —saludó Akame, recordándose que estaba hablando con un miembro de la nobleza, por poco que lo pareciese—. Mi nombre es Uchiha Akame.
Los ojos del viejo se movieron rápidos, buscando primero al gennin. Y luego, al encontrarlo, se detuvieron en su pelo y sus ojos.
—Ah, excelente. Bienvenido Uchiha-san —respondió, con una reverencia tan profunda como su maltrecha espalda le permitió.