22/06/2017, 00:04
En general, por sumiso que Keisuke le pareciese a Kaido; ambos se entendían muy bien. Quizás, el muchacho no era de aquellos que se viera especialmente afectado por el comportamiento arrogante del escualo, cuya personalidad, normalmente, siempre sacaba lo peor de los demás.
Por esa razón, el viaje había sido ameno. Keisuke no se oponía a su plan, y a pesar de ciertas circunstancias, todo hubo salido como en principio lo habían pensado. Yachi estaba a unos cuantos kilómetros adelante.
—Vale, pero el que propone invita. Así que pagas tú la comida, que yo tengo la cartera más vacía que el corazón de Yui-sama.
El escualo volvió a tomar la delantera, dejando atrás la salida del Túnel, y viéndose contrariado con lo que parecía ser un camino lo bastante maltrecho como para que los genin tuviesen que poner un poco más de esfuerzo para atravesarlo. Tuvieron que sobreponerse a un terreno rocoso, mojado y resbaloso, para luego dejar atrás otro trecho que rodeaba la montaña más cercana, con alguno que otro acantilado de buena altura.
Pero una vez fuera de aquel peligro, podrían ver que en la pendiente más cercana, ya había un camino de escaleras de piedra que llevaba directamente a la ciudad de Yachi.
Abajo, lo que pudieron ver en primer lugar fue un inmenso campo bordeado con franjas de madera para proteger la fertilidad de su suelo sobre el cual plantaban sus famosas calabazas, fruto u hortaliza por la cual el pueblo se había vuelto famoso. Por esa razón, la visión principal era tan naranja que incluso lastimaba la vista.
Dejando atrás las plantaciones iniciales, ambos pudieron sumergirse en las cercanías del centro de la ciudad, ataviado por chozas y casas unas más humildes que otras. Ya la noche caía en el horizonte, y era entendible que allí afuera, en los caminos, no hubiese demasiada gente salvo algún trabajador dedicado que decidiese laborar unas cuantas horas extras.
El gyojin ya había estado allí hacía un tiempo atrás, así que pudo guiar a su compañero hasta una taberna donde servían comida las veinticuatro horas. La Calabaza caliente, era su nombre.
El pez tomó asiento, y dejó su pesado bolso de viaje caer al suelo. Soltó un sonoro bufido de cansancio, y subió los pies en una de las sillas aledañas.
—Todo el menú tiene calabaza en sus platos, espero no seas alérgico, porque sino estás más que jodido.
—Bienvenidos a la Calabaza Caliente, ¿en qué le puedo ayudar jóvenes viajeros?
Por esa razón, el viaje había sido ameno. Keisuke no se oponía a su plan, y a pesar de ciertas circunstancias, todo hubo salido como en principio lo habían pensado. Yachi estaba a unos cuantos kilómetros adelante.
—Vale, pero el que propone invita. Así que pagas tú la comida, que yo tengo la cartera más vacía que el corazón de Yui-sama.
El escualo volvió a tomar la delantera, dejando atrás la salida del Túnel, y viéndose contrariado con lo que parecía ser un camino lo bastante maltrecho como para que los genin tuviesen que poner un poco más de esfuerzo para atravesarlo. Tuvieron que sobreponerse a un terreno rocoso, mojado y resbaloso, para luego dejar atrás otro trecho que rodeaba la montaña más cercana, con alguno que otro acantilado de buena altura.
Pero una vez fuera de aquel peligro, podrían ver que en la pendiente más cercana, ya había un camino de escaleras de piedra que llevaba directamente a la ciudad de Yachi.
Abajo, lo que pudieron ver en primer lugar fue un inmenso campo bordeado con franjas de madera para proteger la fertilidad de su suelo sobre el cual plantaban sus famosas calabazas, fruto u hortaliza por la cual el pueblo se había vuelto famoso. Por esa razón, la visión principal era tan naranja que incluso lastimaba la vista.
Dejando atrás las plantaciones iniciales, ambos pudieron sumergirse en las cercanías del centro de la ciudad, ataviado por chozas y casas unas más humildes que otras. Ya la noche caía en el horizonte, y era entendible que allí afuera, en los caminos, no hubiese demasiada gente salvo algún trabajador dedicado que decidiese laborar unas cuantas horas extras.
El gyojin ya había estado allí hacía un tiempo atrás, así que pudo guiar a su compañero hasta una taberna donde servían comida las veinticuatro horas. La Calabaza caliente, era su nombre.
El pez tomó asiento, y dejó su pesado bolso de viaje caer al suelo. Soltó un sonoro bufido de cansancio, y subió los pies en una de las sillas aledañas.
—Todo el menú tiene calabaza en sus platos, espero no seas alérgico, porque sino estás más que jodido.
—Bienvenidos a la Calabaza Caliente, ¿en qué le puedo ayudar jóvenes viajeros?