23/06/2017, 11:20
(Última modificación: 29/07/2017, 02:43 por Amedama Daruu.)
—Está a un par de horas o tres de aquí. Llegaremos sin problemas.
Ayame asintió para sí. Los tres siguieron con su cena en completo silencio. Lo cierto es que estaban demasiado cansados para relacionarse entre sí siquiera. Bueno, a excepción de Karoi, que seguía hablando por los codos y no recibía a cambio más que algún gruñido o una sonrisa desganada. Así, tras terminar de comer, cada uno se dirigió a sus respectivas habitaciones para disfrutar del reconfortante abrazo de Morfeo...
O esa era la intención de Ayame, antes de que su tío la abordara y la tomara del hombro.
—Ayame, vamos fuera un momento, ¿sí?
—¿Ahora...? —se quejó, con un hilo de voz.
—Lo siento. Sé que estás cansada pero esto es importante, mañana ya no habrá tiempo y no sé cuándo podré volver a verte.
Ella suspiró pero se resignó y siguió a Karoi hacia el exterior de la casa arrastrando los pies y con los hombros hundidos. Les recibió el frescor de la noche de verano, con el chirriante sonido de los grillos de fondo y un cielo estrellado sobre sus cabezas.
—Antes has dicho que ya dominas el Suika, ¿sí? Aunque sea la forma más básica.
—¿La forma más básica? —repitió Ayame, desconcertada.
Él asintió.
—Ahora mismo puedes licuar tu cuerpo y transformarlo en agua. Sin embargo, lo haces de una manera muy poco eficiente y no terminas de convertirte en agua por completo... Conforme perfecciones tu poder, serás capaz de licuarte mejor para evitar mayores daños. Aunque, a cambio, serás más vulnerable a las descargas eléctricas, ¿sí?
Ayame se estremeció de solo pensarlo. Por un momento se planteó si aquello merecía la pena pero, desde luego, la posibilidad de recibir un calambrazo era notablemente inferior a la posibilidad de resultar gravemente herida por el filo de una espada o algo similar.
—Pero esto no viene al caso ahora. Como Hōzuki, quería enseñarte una última cosa antes de que nos separáramos en el Valle de los Dojos.
Ayame ladeó ligeramente la cabeza, confundida, y su tío ensanchó aún más su sonrisa, consciente de que había logrado captar su atención.
Ayame resopló y cerró los ojos en un intento de contener el punzante dolor que se le extendía desde el hombro hasta la punta de los dedos de su brazo derecho. Después de un buen rato practicando lo que Karoi le había mostrado, se había visto obligada a vendárselo con ayuda de unas vendas que había tomado prestadas del cuarto de baño de la cabaña de Daruu.
Ahora, notablemente fatigada y con aquel dolor sumado, se había permitido el lujo de tumbarse sobre la hierba para contemplar las estrellas que se extendían por encima de su cabeza, más allá de las paredes de roca de los acantilados que la rodeaban. Estaba fascinada, jamás había tenido la ocasión de ver el cielo así y se sentía como si estuviera en un sueño. Por un instante llegó a desear que aquel momento no terminara nunca. Pero nada era eterno, y el final del viaje le esperaba allá en el horizonte.
Poco a poco, con el guiño de las estrellas y la nana de los grillos y las ranas que cantaban cerca de allí, Morfeo fue a buscarla y terminó por dejarse vencer por el inevitable sueño que hacía sus párpados tan pesados...
Ayame asintió para sí. Los tres siguieron con su cena en completo silencio. Lo cierto es que estaban demasiado cansados para relacionarse entre sí siquiera. Bueno, a excepción de Karoi, que seguía hablando por los codos y no recibía a cambio más que algún gruñido o una sonrisa desganada. Así, tras terminar de comer, cada uno se dirigió a sus respectivas habitaciones para disfrutar del reconfortante abrazo de Morfeo...
O esa era la intención de Ayame, antes de que su tío la abordara y la tomara del hombro.
—Ayame, vamos fuera un momento, ¿sí?
—¿Ahora...? —se quejó, con un hilo de voz.
—Lo siento. Sé que estás cansada pero esto es importante, mañana ya no habrá tiempo y no sé cuándo podré volver a verte.
Ella suspiró pero se resignó y siguió a Karoi hacia el exterior de la casa arrastrando los pies y con los hombros hundidos. Les recibió el frescor de la noche de verano, con el chirriante sonido de los grillos de fondo y un cielo estrellado sobre sus cabezas.
—Antes has dicho que ya dominas el Suika, ¿sí? Aunque sea la forma más básica.
—¿La forma más básica? —repitió Ayame, desconcertada.
Él asintió.
—Ahora mismo puedes licuar tu cuerpo y transformarlo en agua. Sin embargo, lo haces de una manera muy poco eficiente y no terminas de convertirte en agua por completo... Conforme perfecciones tu poder, serás capaz de licuarte mejor para evitar mayores daños. Aunque, a cambio, serás más vulnerable a las descargas eléctricas, ¿sí?
Ayame se estremeció de solo pensarlo. Por un momento se planteó si aquello merecía la pena pero, desde luego, la posibilidad de recibir un calambrazo era notablemente inferior a la posibilidad de resultar gravemente herida por el filo de una espada o algo similar.
—Pero esto no viene al caso ahora. Como Hōzuki, quería enseñarte una última cosa antes de que nos separáramos en el Valle de los Dojos.
Ayame ladeó ligeramente la cabeza, confundida, y su tío ensanchó aún más su sonrisa, consciente de que había logrado captar su atención.
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Ayame resopló y cerró los ojos en un intento de contener el punzante dolor que se le extendía desde el hombro hasta la punta de los dedos de su brazo derecho. Después de un buen rato practicando lo que Karoi le había mostrado, se había visto obligada a vendárselo con ayuda de unas vendas que había tomado prestadas del cuarto de baño de la cabaña de Daruu.
Ahora, notablemente fatigada y con aquel dolor sumado, se había permitido el lujo de tumbarse sobre la hierba para contemplar las estrellas que se extendían por encima de su cabeza, más allá de las paredes de roca de los acantilados que la rodeaban. Estaba fascinada, jamás había tenido la ocasión de ver el cielo así y se sentía como si estuviera en un sueño. Por un instante llegó a desear que aquel momento no terminara nunca. Pero nada era eterno, y el final del viaje le esperaba allá en el horizonte.
Poco a poco, con el guiño de las estrellas y la nana de los grillos y las ranas que cantaban cerca de allí, Morfeo fue a buscarla y terminó por dejarse vencer por el inevitable sueño que hacía sus párpados tan pesados...