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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#22
La cena siguió su camino sin ningún hecho reseñable. Ayame y Daruu permanecieron en silencio, mientras que a Karoi casi le faltó silencio por rellenar con su cálida sociabilidad. Los tres terminaron de comer y recogieron el pequeño desorden, asegurándose de dejar todo como lo habían encontrado. Daruu bostezó en la entrada del salón e indicó que estaba cansado y necesitaba dormir para sobrellevar el viaje del día siguiente.

Pero cuando subió las escaleras, entró en su habitación y cerró la puerta con llave, desdijo sus propias palabras, se sentó en la cama, sacó de su mochila un extraño pergamino, activó su Byakugan y viajó muy lejos de allí, aunque fuera tan sólo figuradamente.

···

—Ayame —dijo Daruu, moviendo el hombro de una muchacha que yacía tumbada en la hierba del exterior de la cabaña—. Ayame. ¿Qué haces durmiendo aquí fuera? ¿No ves que hace un frío que pela?

Era verdad. Por la noche, en el acantilado de Yachi soplaba un viento del norte proveniente del País de la Tierra que venía cargado con al menos cuatro kilokoris por minuto. Daruu soltó una risilla. A veces se sorprendía a sí mismo. Menudas tonterías se le ocurrían: debía ser el sueño.

Y no era para menos, el muchacho tenía unas ojeras como de no haber dormido en mucho tiempo.

—Tampoco es que te aconseje entrar adentro. Tu tío ronca como un condenado —rio—. Pero te he traído una manta.

Extendió su mano y le tendió una manta de color morado para que se tapara con ella. Él llevaba otra de color verde en la otra mano. Se tumbó a medio metro y se tapó hasta el cuello. Se estremeció ligeramente y suspiró con gusto.

—Ayame, he estado pensando una cosa... —dijo, mirando hacia otro lado—. Sobre lo que ocurrió en el laberinto.

»Aún no estoy seguro... No estoy seguro. De lo que significa. Pero aquél beso... Me... Me gustó. Un poquito.

Se acurrucó un poco, protegiéndose de un peligro inexistente.

—Buenas noches, Ayame.
[Imagen: K02XwLh.png]

No hay marcas de sangre registradas.
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Mensajes en este tema
RE: Acompañados por el caballito de mar - por Amedama Daruu - 26/06/2017, 12:59


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