26/06/2017, 18:15
Las mariposas de Aiko siguieron a cada una de las mujeres, que caminaron juntas —dando ligeros tumbos— durante un rato hasta separarse en un cruce de calles estrechas. Una se dirigió hacia el barrio de los artesanos, mientras que la otra tomó la dirección opuesta. Minutos después, las señoras llegaron a sus respectivas viviendas.
No ocurrió nada reseñable durante el camino, y aunque estaba agotada, Aiko era lo bastante inteligente como para recordar la ubicación de las viviendas al día siguiente —si es que tenía interés en ello—.
El mayor de los Uchiha siguió con la mirada algo que cayó del techo. Era pequeño, y blanco, y de papel. No tardó en reconocerlo como una de las mariposas que Aiko había invocado anteriormente, cuando perseguían al hombre con cara de rata por los callejones aledaños al Salón del Té Honimusha. «Ah, así que estabas escuchando, Aiko-san...». La idea de ser espiado por una kunoichi de Amegakure no le resultaba en absoluto placentera, pero dadas las circunstancias, Akame creyó que había salido beneficiado de aquel suceso. La información que habían obtenido de aquellas dos ebrias era paupérrima, y él en cambio había ganado un poco más de conocimiento sobre las habilidades de aquella misteriosa kunoichi de pelo rojo.
—Si estás pensando en acercarnos mañana a ese velatorio para ofrecer nuestros respetos al difunto, entonces sí —contestó Akame, directo y pragmático como siempre.
Datsue se puso en pie y poco después le imitó su compañero. Con la adrenalina del suceso ya purgada de sus venas, Akame se dio cuenta de lo realmente cansado que estaba. Bostezando y medio adormilado de repente, subió las escaleras junto a Datsue para meterse en la habitación.
Una vez dentro revisó cada rincón en busca de alguna mariposa de origami, luego se aseguró de que la ventana estuviese cerrada, y finalmente se echó sobre la cama sin siquiera quitarse el cinturón. El tacto de la empuñadura de su espada contra el costado le proporcionaba una extraña sensación de seguridad en momentos como aquel.
Los primeros rayos de Sol despertaron al joven gennin, que se revolvió en la cama clavándose la vaina de su tantou.
—Maldición... —masculló, todavía medio dormido, mientras se incorporaba.
La habitación parecía incluso más pequeña a la luz de la mañana. El Uchiha se puso en pie, frotándose los ojos, y tras lavarse la cara y asearse un poco salió de la habitación. Llamó dos veces a la de Datsue, tal y como él le había pedido, y luego —sin esperar respuesta— bajó al comedor.
Cuando su compañero bajase le encontraría ya sentado en una de las mesas del salón, con una rebanada de pan con mermelada en una mano y una taza de té en la otra. Akame comía agusto, hambriento, mientras reflexionaba con la mirada perdida.
¿Seguiría por allí Aiko? ¿O quizás había decidido tomar su propio camino?
No ocurrió nada reseñable durante el camino, y aunque estaba agotada, Aiko era lo bastante inteligente como para recordar la ubicación de las viviendas al día siguiente —si es que tenía interés en ello—.
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El mayor de los Uchiha siguió con la mirada algo que cayó del techo. Era pequeño, y blanco, y de papel. No tardó en reconocerlo como una de las mariposas que Aiko había invocado anteriormente, cuando perseguían al hombre con cara de rata por los callejones aledaños al Salón del Té Honimusha. «Ah, así que estabas escuchando, Aiko-san...». La idea de ser espiado por una kunoichi de Amegakure no le resultaba en absoluto placentera, pero dadas las circunstancias, Akame creyó que había salido beneficiado de aquel suceso. La información que habían obtenido de aquellas dos ebrias era paupérrima, y él en cambio había ganado un poco más de conocimiento sobre las habilidades de aquella misteriosa kunoichi de pelo rojo.
—Si estás pensando en acercarnos mañana a ese velatorio para ofrecer nuestros respetos al difunto, entonces sí —contestó Akame, directo y pragmático como siempre.
Datsue se puso en pie y poco después le imitó su compañero. Con la adrenalina del suceso ya purgada de sus venas, Akame se dio cuenta de lo realmente cansado que estaba. Bostezando y medio adormilado de repente, subió las escaleras junto a Datsue para meterse en la habitación.
Una vez dentro revisó cada rincón en busca de alguna mariposa de origami, luego se aseguró de que la ventana estuviese cerrada, y finalmente se echó sobre la cama sin siquiera quitarse el cinturón. El tacto de la empuñadura de su espada contra el costado le proporcionaba una extraña sensación de seguridad en momentos como aquel.
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Los primeros rayos de Sol despertaron al joven gennin, que se revolvió en la cama clavándose la vaina de su tantou.
—Maldición... —masculló, todavía medio dormido, mientras se incorporaba.
La habitación parecía incluso más pequeña a la luz de la mañana. El Uchiha se puso en pie, frotándose los ojos, y tras lavarse la cara y asearse un poco salió de la habitación. Llamó dos veces a la de Datsue, tal y como él le había pedido, y luego —sin esperar respuesta— bajó al comedor.
Cuando su compañero bajase le encontraría ya sentado en una de las mesas del salón, con una rebanada de pan con mermelada en una mano y una taza de té en la otra. Akame comía agusto, hambriento, mientras reflexionaba con la mirada perdida.
¿Seguiría por allí Aiko? ¿O quizás había decidido tomar su propio camino?