26/06/2017, 18:46
Las demás presentaciones se sucedieron de forma variopinta. Datsue fue el inmediatamente siguiente a Akame, dando ahora sí su verdadero apellido. El timonel del barco, que había bajado junto con los shinobi, le entregó una hoja de papel algo arrugada al noble y éste la ojeó con ojos ávidos mientras los dos gennin restantes se presentaban.
Se hizo evidente que algo inquietaba al señor Soshuro. No era la falta de modales de Kaido, seguro, pues el anciano decrépito nisiquiera prestó atención a la presentación del Tiburón —y eso parecía raro, dado el singular aspecto de éste—. Tampoco pareció reparar en los modales de Yota. No, había algo más. Cuando despegó la vista del papel, su mirada se paseaba entre Akame y Datsue con intermitentes destellos de algo que ninguno de los presentes pudo identificar.
—Ah, acompáñenme, mis queridos invitados —dijo al fin, tratando de alzar ambos brazos en un gesto que quedó a medio terminar por la visible decrepitud del anciano—. Su carruaje está listo.
Soshuro se dio media vuelta y, seguido de sus cuatro guardaespaldas, enfiló la dirección opuesta al embarcadero, envueltos por la niebla. Aquella bruma no era lo suficientemente densa como para impedir ver a la comitiva, pero sí para trasladarles una sensación de inquietud. Las luces del embarcadero titilaban a su alrededor, disipando pobremente la oscuridad de la noche. Tras unos minutos divisaron, al final del sendero, un par de carruajes lo bastante amplios como para transportar a la comitiva al completo.
El noble montó en uno de ellos junto con sus guardaespaldas, seguido de Ide Mizuki y su robusta guardaespaldas. Akame torció el gesto, molesto por no haber sido más rápido que la mujer, y se resignó a compartir vehículo con el resto de sus compañeros ninja. El interior era bastante cómodo, bien acolchado e iluminado por una pequeña lámpara de aceite que colgaba del techo. El Uchiha tomó asiento y esperó a que sus colegas hicieran lo propio.
—Pues... No es lo que me esperaba de un noble rico y deseoso de encontrar un heredero —admitió Akame con cierta gracia—. ¿Todavía seguís interesados en recibir esta... isla?
Una vez todos estuviesen en el carromato, los cocheros harían restallar sus látigos y, a relincho de caballos, los carruajes se pondrían en marcha.
Recorrían un sendero de tierra poco cuidado, con numerosos baches y huecos que hacían tambalearse el carromato. Dejaron el embarcadero atrás, adentrándose en la isla en dirección al pueblo. Éste era, en realidad, una agrupación de viviendas pequeñas y humildes, todas de idéntica arquitectura y construcción; madera pintada de blanco y con franjas rojas. Estaban dispuestas formando un plano perfecto, con idéntica separación entre calles.
A través de los ventanales del carruaje, los muchachos pudieron ver un gran cartel de madera que presidía el pueblo, y el cual rezaba...
BIENVENIDOS A ISLA MONOTONÍA
El lugar donde nunca pasa nada
El lugar donde nunca pasa nada
«Pues no parece un sitio precisamente normal... No se ve un alma por las calles, y será apenas poco después de la hora de cenar. ¿No hay una taberna, ni borrachos a los que servir?», cavilaba el Uchiha.
—¿Y los demás? —murmuró Akame, aunque lo bastante alto como para que en aquel reducido espacio, todos se enterasen. Siete barcos habían partido de las costas de La Capital, pero sólo el suyo parecía haber llegado al embarcadero de Isla Monotonía.