26/06/2017, 19:15
Habían pasado a penas un par de días desde que Manase Mogura llegase al Valle de los Dojos, se encontraba ese día recorriendo las instalaciones del complejo donde se estaban hospedando los shinobi y kunoichi de Amegakure.
Nishinoya parecía, en casi todo aspecto, un palacio. Dos grandes pabellones servían de habitaciones para hombres y mujeres respectivamente, un tercer pabellón se encontraba al fondo flanqueado por estos anteriores. Ese último servía de zona común para todo tipo de fines, aunque estaba claro que tenía cierta connotación bélica debido a la cantidad de espacios para combatir que contenía.
En aquel momento, el joven médico de Amegakure se encontraba circulando por la galería del tercer pabellón, apreciando el bello jardín. En su frente reposaba su bandana, su cara era constantemente bombardeada por abanicadas de aire gracias a su conveniente sensu. No llevaba puesto su atuendo típico, su camiseta de manga larga había sido reemplazada por un jinbei de un color gris claro. Tampoco llevaba consigo su iconoico paraguas, en su lugar colgaba de su cintura un sombrero de paja de lo más normal.
«¡Qué calor que hace en el País del Fuego...!»
Pensaba mientras se detenía un momento para apoyarse en una barandilla de madera y refrescarse con el abanico.
Nishinoya parecía, en casi todo aspecto, un palacio. Dos grandes pabellones servían de habitaciones para hombres y mujeres respectivamente, un tercer pabellón se encontraba al fondo flanqueado por estos anteriores. Ese último servía de zona común para todo tipo de fines, aunque estaba claro que tenía cierta connotación bélica debido a la cantidad de espacios para combatir que contenía.
En aquel momento, el joven médico de Amegakure se encontraba circulando por la galería del tercer pabellón, apreciando el bello jardín. En su frente reposaba su bandana, su cara era constantemente bombardeada por abanicadas de aire gracias a su conveniente sensu. No llevaba puesto su atuendo típico, su camiseta de manga larga había sido reemplazada por un jinbei de un color gris claro. Tampoco llevaba consigo su iconoico paraguas, en su lugar colgaba de su cintura un sombrero de paja de lo más normal.
«¡Qué calor que hace en el País del Fuego...!»
Pensaba mientras se detenía un momento para apoyarse en una barandilla de madera y refrescarse con el abanico.
Hablo - Pienso