27/06/2017, 19:52
(Última modificación: 29/07/2017, 02:43 por Amedama Daruu.)
Su cuerpo se movió de manera involuntaria, sacándola de su sueño. Alguien la zarandeaba de un hombro con suavidad.
—Ayame —escuchó la voz de Daruu, junto a ella—. Ayame. ¿Qué haces durmiendo aquí fuera? ¿No ves que hace un frío que pela?
Como si tratara de confirmárselo, una repentina brisa gélida le puso los pelos de punta, estremeciéndola y despertándola del todo.
—¡Ay! ¡Me he dormido! —exclamó, exaltada—. Yo... había salido a entrenar y me quedé mirando las estrellas y... debí quedarme dormida sin darme cuenta...
Intentó reincorporarse, pero un calambrazo de dolor recorrió todo su brazo derecho cuando lo apoyó en el suelo y le recordó que no estaba en las mejores condiciones.
—Tampoco es que te aconseje entrar adentro. Tu tío ronca como un condenado —se rio él—. Pero te he traído una manta.
Y era cierto. Ayame tomó la manta de color morado que le estaba tendiendo y la extendió sobre su cuerpo. Sin embargo, lo que más le extrañó fue ver que él llevaba otra de color verde. De hecho se tumbó junto a ella y se tapó hasta el cuello.
—Ayame, he estado pensando una cosa... —dijo, mirando hacia otro lado—. Sobre lo que ocurrió en el laberinto.
A Ayame comenzó a latirle el corazón con fuerza.
—Aún no estoy seguro... No estoy seguro. De lo que significa. Pero aquél beso... Me... Me gustó. Un poquito. Buenas noches, Ayame —añadió, antes de acurrucarse.
Ella apartó la mirada. Había intentado por todos los medios olvidar aquel beso. Había intentado autoconvencerse de que había sido un simple impulso ante el riesgo que habían corrido de perder sus vidas. Pero ahora volvía a salir a la luz... y aquellos extraños sentimientos volvieron a aflorar...
Daruu le había dado las buenas noches, pero ella no podía dejar todo zanjado así como así.
—A mí... también me gustó... —terminó confesando, con cierta lentitud. Pero enseguida sacudió la cabeza y, balbuceando, cambió el tema rápidamente—. ¿Cómo sabías que estaba aquí fuera? ¿Y por qué... has venido a quedarte aquí conmigo?
—Ayame —escuchó la voz de Daruu, junto a ella—. Ayame. ¿Qué haces durmiendo aquí fuera? ¿No ves que hace un frío que pela?
Como si tratara de confirmárselo, una repentina brisa gélida le puso los pelos de punta, estremeciéndola y despertándola del todo.
—¡Ay! ¡Me he dormido! —exclamó, exaltada—. Yo... había salido a entrenar y me quedé mirando las estrellas y... debí quedarme dormida sin darme cuenta...
Intentó reincorporarse, pero un calambrazo de dolor recorrió todo su brazo derecho cuando lo apoyó en el suelo y le recordó que no estaba en las mejores condiciones.
—Tampoco es que te aconseje entrar adentro. Tu tío ronca como un condenado —se rio él—. Pero te he traído una manta.
Y era cierto. Ayame tomó la manta de color morado que le estaba tendiendo y la extendió sobre su cuerpo. Sin embargo, lo que más le extrañó fue ver que él llevaba otra de color verde. De hecho se tumbó junto a ella y se tapó hasta el cuello.
—Ayame, he estado pensando una cosa... —dijo, mirando hacia otro lado—. Sobre lo que ocurrió en el laberinto.
A Ayame comenzó a latirle el corazón con fuerza.
—Aún no estoy seguro... No estoy seguro. De lo que significa. Pero aquél beso... Me... Me gustó. Un poquito. Buenas noches, Ayame —añadió, antes de acurrucarse.
Ella apartó la mirada. Había intentado por todos los medios olvidar aquel beso. Había intentado autoconvencerse de que había sido un simple impulso ante el riesgo que habían corrido de perder sus vidas. Pero ahora volvía a salir a la luz... y aquellos extraños sentimientos volvieron a aflorar...
Daruu le había dado las buenas noches, pero ella no podía dejar todo zanjado así como así.
—A mí... también me gustó... —terminó confesando, con cierta lentitud. Pero enseguida sacudió la cabeza y, balbuceando, cambió el tema rápidamente—. ¿Cómo sabías que estaba aquí fuera? ¿Y por qué... has venido a quedarte aquí conmigo?