29/06/2017, 22:15
El día del comienzo de los combates del torneo se acercaba, lenta e inexorablemente. Y a cada día que pasaba, Ayame se iba poniendo más y más nerviosa. ¿Cómo iba a ser capaz de enfrentarse a otro shinobi? Y lo peor, ¿cómo iba a hacerlo ante tanta gente? Ni siquiera sabía contra quién debía combatir, ni mucho menos cuáles podían ser sus habilidades. Pero lo que tenía muy claro era que, seguramente, sería mucho más fuerte que ella. Era incluso posible que tuviera tan mala suerte que le tocara contra alguien que utilizara el elemento rayo... Con aquellas pesimistas premisas, Ayame se esforzaba cada día más, entrenaba cada día más, intentaba mejorar cada día más. Pero siempre sentía que era insuficiente. Nunca llegó a pensar que echaría de menos las lecciones de su padre o de su hermano, pero en aquellos momentos lo hacía. Incluso le habría gustado tener cerca a su tío para que siguiera instruyéndola en el uso de las técnicas Hōzuki.
«Pero estoy sola...» Se lamentaba una y otra vez, contemplando sus brazos vendados, heridos por sus arduos entrenamientos.
Afortunadamente había conseguido dominar aquella técnica que Karoi le había enseñado en el corto lapso de tiempo que habían pasado juntos. Al menos ya no se lesionaba cuando la utilizaba, e incluso resultaba ser bastante eficaz con ella, pero Ayame había preferido mantener los vendajes hasta ahora. Sólo por si acaso.
Aquel día no era diferente a los demás. Había abandonado su residencia en Nishinoya y se dirigió hacia las diferentes plataformas de combate para entrenar sus habilidades. Sin embargo, no había sido la única con aquella idea, muchas de aquellas plataformas ya estaban ocupadas por otras personas, shinobi o no, y al final Ayame se vio obligada a dirigirse a una zona algo más alejada, entre Nishinoya y Nantōnoya, donde no parecía haber tanta afluencia de gente.
—Este parece un buen lugar —se comentó a sí misma al llegar a una nueva plataforma.
Sin embargo, cuál fue su decepción al ver que ya había alguien allí.
—¡Ah! ¡Lo siento, creí que estaba libre!
La chica en cuestión era bastante tan bella como imponente, por su altura y su robustez. Su larga cabellera rubia caía sobre su espalda como una cascada de oro y sus prominentes atributos femeninos sólo se veían acentuados por la ropa ceñida que vestía.
«Otra chica guapa...» No pudo evitar pensar Ayame, hundiendo los hombros.
Iba a marcharse del lugar y a buscar otra plataforma de entrenamiento en la que no hubiese nadie, cuando un estruendo la sobresaltó. Al volverse, se dio cuenta de que alguien se había caído en las escaleras de la plataforma y ahora yacía entre sofocados jadeos con los brazos extendidos y la camiseta, fuera de su lugar habitual, tapando su rostro.
Ni siquiera se lo pensó dos veces, Ayame se acercó corriendo hacia él para socorrerle.
—¡Ey! ¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado?
«Pero estoy sola...» Se lamentaba una y otra vez, contemplando sus brazos vendados, heridos por sus arduos entrenamientos.
Afortunadamente había conseguido dominar aquella técnica que Karoi le había enseñado en el corto lapso de tiempo que habían pasado juntos. Al menos ya no se lesionaba cuando la utilizaba, e incluso resultaba ser bastante eficaz con ella, pero Ayame había preferido mantener los vendajes hasta ahora. Sólo por si acaso.
Aquel día no era diferente a los demás. Había abandonado su residencia en Nishinoya y se dirigió hacia las diferentes plataformas de combate para entrenar sus habilidades. Sin embargo, no había sido la única con aquella idea, muchas de aquellas plataformas ya estaban ocupadas por otras personas, shinobi o no, y al final Ayame se vio obligada a dirigirse a una zona algo más alejada, entre Nishinoya y Nantōnoya, donde no parecía haber tanta afluencia de gente.
—Este parece un buen lugar —se comentó a sí misma al llegar a una nueva plataforma.
Sin embargo, cuál fue su decepción al ver que ya había alguien allí.
—¡Ah! ¡Lo siento, creí que estaba libre!
La chica en cuestión era bastante tan bella como imponente, por su altura y su robustez. Su larga cabellera rubia caía sobre su espalda como una cascada de oro y sus prominentes atributos femeninos sólo se veían acentuados por la ropa ceñida que vestía.
«Otra chica guapa...» No pudo evitar pensar Ayame, hundiendo los hombros.
Iba a marcharse del lugar y a buscar otra plataforma de entrenamiento en la que no hubiese nadie, cuando un estruendo la sobresaltó. Al volverse, se dio cuenta de que alguien se había caído en las escaleras de la plataforma y ahora yacía entre sofocados jadeos con los brazos extendidos y la camiseta, fuera de su lugar habitual, tapando su rostro.
Ni siquiera se lo pensó dos veces, Ayame se acercó corriendo hacia él para socorrerle.
—¡Ey! ¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado?