2/07/2015, 16:46
(Última modificación: 2/07/2015, 16:47 por Amedama Daruu.)
La prueba se había detenido, y todo lo que rodeaba a Daruu parecía haber salido de un trance sucio y desordenado.
Sus compañeros se habían detenido, él también, a la palabra de Kori. La lluvia, que no había dejado de llorar en ningún momento, limpiaba las manchas de sangre que todavía restaban en la ropa y la piel del rubio, y se las llevaba por el terreno del claro como quien se lleva los recuerdos recientes de lo que acaba de terminar. El sonido que parecía estar parado durante la refriega, el constante repiqueteo de las gotas, sonaba ahora con más fuerza que nunca. Y el día de Amegakure le pareció más gris de lo habitual.
Kori avanzó y sus pasos se hicieron oír muy alto. Para Daruu, eran dos maderos resonando contra un tambor enorme: el tambor de la derrota. El sensei se detuvo frente a él y se agachó para recuperar el cascabel que antes había estado en manos de Reiji.
«Mierda». —Daruu se había reincorporado de golpe, y ahora estaba sentado, con el trasero apoyado en la hierba, una pierna extendida y la otra flexionada. Se sujetaba con una mano la rodilla, como queriendo levantarse, pero no tenía fuerzas. «No, no, no... ¡Joder, no!»
Echó una rápida mirada a Ayame, y otra a Reiji, mientras Kori se alejaba hacia los lindes del bosque, destino desconocido. Daruu cerró los ojos y apretó los dientes, dejando caer una solitaria lágrima. Golpeó el suelo con fuerza, pero el pobre suelo no tenía la culpa. Igual que él no tenía otra opción.
Kori volvió al cabo de un rato, con la bolsa con el bollito restante asida con fuerza en la mano cerrada. «Pero qué cabronazo, lo que tiene este tío es obsesión ya». Sabía que le encantaban los bollos de su madre, pero estaba descubriendo una debilidad de Kori que no conocía. A decir verdad a vistazo externo no pareciese que el Hielo tuviere debilidad alguna.
El sensei se detuvo entre ellos tres, y se llevó el bollo a la boca. Transcurrieron unos instantes durante los cuales Daruu estuvo pensándoselo bien. Miró a Ayame, miró a Reiji. Y entonces se terminó de convencer.
—Oye, Kori-sensei —dijo—. Si ninguno de mis compañeros viene con nosotros, no quiero ser tu alumno. Volveré a la Academia.
Era consciente de que era la única persona que había conseguido conservar el cascabel. A su manera.
Sus compañeros se habían detenido, él también, a la palabra de Kori. La lluvia, que no había dejado de llorar en ningún momento, limpiaba las manchas de sangre que todavía restaban en la ropa y la piel del rubio, y se las llevaba por el terreno del claro como quien se lleva los recuerdos recientes de lo que acaba de terminar. El sonido que parecía estar parado durante la refriega, el constante repiqueteo de las gotas, sonaba ahora con más fuerza que nunca. Y el día de Amegakure le pareció más gris de lo habitual.
Kori avanzó y sus pasos se hicieron oír muy alto. Para Daruu, eran dos maderos resonando contra un tambor enorme: el tambor de la derrota. El sensei se detuvo frente a él y se agachó para recuperar el cascabel que antes había estado en manos de Reiji.
«Mierda». —Daruu se había reincorporado de golpe, y ahora estaba sentado, con el trasero apoyado en la hierba, una pierna extendida y la otra flexionada. Se sujetaba con una mano la rodilla, como queriendo levantarse, pero no tenía fuerzas. «No, no, no... ¡Joder, no!»
Echó una rápida mirada a Ayame, y otra a Reiji, mientras Kori se alejaba hacia los lindes del bosque, destino desconocido. Daruu cerró los ojos y apretó los dientes, dejando caer una solitaria lágrima. Golpeó el suelo con fuerza, pero el pobre suelo no tenía la culpa. Igual que él no tenía otra opción.
Kori volvió al cabo de un rato, con la bolsa con el bollito restante asida con fuerza en la mano cerrada. «Pero qué cabronazo, lo que tiene este tío es obsesión ya». Sabía que le encantaban los bollos de su madre, pero estaba descubriendo una debilidad de Kori que no conocía. A decir verdad a vistazo externo no pareciese que el Hielo tuviere debilidad alguna.
El sensei se detuvo entre ellos tres, y se llevó el bollo a la boca. Transcurrieron unos instantes durante los cuales Daruu estuvo pensándoselo bien. Miró a Ayame, miró a Reiji. Y entonces se terminó de convencer.
—Oye, Kori-sensei —dijo—. Si ninguno de mis compañeros viene con nosotros, no quiero ser tu alumno. Volveré a la Academia.
Era consciente de que era la única persona que había conseguido conservar el cascabel. A su manera.