Quizás de las pocas personas que había acudido al torneo con una mochila con ropa y demás, la pelirroja había sido escoltada hacia una sala donde había poco mas que un banco donde sentarse a esperar. No había podido entablar conversación alguna con sus antagonistas, ni con los representantes del evento, ni con nadie. Tan solo pudo haber hablado a quienes escoltaban hacia el habitáculo, pero eso tampoco le llegó a parecer a la de cabellera carmesí.
Tras quedar encerrada como una sardina en una lata, Aiko descansó la mochila a su vera al sentarse en el banco. Al principio, dejó caer un suspiro y cerró los ojos. Tenía que centrarse, meterse en su papel. Tras unos instantes, se desvistió y abrió la mochila. De ésta tomó un traje que bien había preparado ella, aunque había sido confeccionado por otra persona, un traje que traería de qué hablar en éste torneo.
«Vamos allá...»
Constaba de un traje de poliéster blanco, prieto y ajustado, que llegaba desde los tobillos hasta el cuello; sin mas rasgos que una caricatura roja de una calavera en el pecho. A modo de calzado, unas botas de plataforma muy fina de caña alta, también del mismo tono blanco. Llevaba el portaobjetos atado al muslo derecho, del mismo tono que el traje, y un cinturón de cuero blanco que daba final en un broche peculiar, su bandana de kunoichi. También había tomado unos guantes de dedo completo color blanco, que cubrían hasta el antebrazo. Una bufanda larga roja recorría su cuello en un par de vueltas, y caía hacia detrás con libertad hasta llegar mas allá de su gemelo, rozando casi el suelo. Por último, y no menos importante, un pequeño antifaz que casi parecía una segunda piel, fino y elegante, sin decoro alguno salvo su color marfil.
—¡Vamos allá...!
Al poco tiempo, la puerta se abrió, como al tanto de que la chica ya estaba lista para salir a dar su espectáculo. Sin demora, la chica antepuso ambas manos y bajo ésta se materializó un mandoble de origami. Éste lucía radiante, con numerosas piezas saliendo hacia la parte terminalmente trasera, y con un filo recto que terminaba en punta arremetida hacia la trasera. Lamentablemente, éste arma pesaba bastante, demasiado quizás...
—¡Comienza el show! —se dijo a sí misma, con una seguridad envidiable.
Tomó la espada con su diestra, y comenzó a andar por el pasillo hacia donde se presuponía debía ir, el estadio de pelea. Fue avanzando sin pudor, hasta que atravesó el umbral que daba al estadio. La gente vitoreaba a los participantes, a los representados, o a los señores feudales... a saber. Lo que era irrebatible era la sensación, la sangre le hervía, la adrenalina corría a toda velocidad por sus venas.
La chica sonrió, y continuó arrastrando la pesada espada tras de sí.
Avanzó con paso firme, mientras que tras de ella la espada chirriaba lentamente, debido al peso y el roce por el suelo. Al llegar a la posición que previamente había sido marcada, pudo observar que su oponente ya había llegado. Siempre lo había dicho, el destino a veces era descabelladamente irónico...
«¿En serio...?»
No podía ser otro que su supuesto amante, no señor, no había nadie mas con quien combatir que con éste. El tipo del abanico, que seguramente también opinaba lo mismo sobre el asunto... mas aún conociendo de primera mano sobre su inmortalidad.
«¿Se atreverá a luchar?» Era el único pensamiento de la chica, que muy a su pesar, temía que su combate fuese a peligrar. Fuese por una o por otra, el combate sería de lo mas raro, al menos para el chico... ella, ella era agua de otro manantial. Tenía claros sus objetivos, y no pensaba casarse con nada ni con nadie.
Agarró con fuerza de su diestra el mandoble, lo arrastró con un movimiento brusco, y lo hincó en el suelo frente a ella. Tras ello, reposó su peso sobre el brazo, el cuál se mantenía sobre la espada. Alzó su zurda hacia Mogura, alzando el dedo pulgar. De pronto, volcó el gesto, indicando que iba a perder, mientras que sacaba la lengua a modo de burla en una mueca.
No tardó en reír, le fue imposible aguantar. —Jajajaja... que mala suerte, te ha tocado contra la única persona a la que no puedes matar o dejar inconsciente... —fanfarroneó un poco. —¿Podrás sacarme del ring?
A su alrededor, podía claramente verse como numerosas hojas de papel volaban, como envueltas en una suave brisa. Hasta el propio traje de la chica se despiezaba en éstas en algunas zonas concretas, como sus piernas, brazos o espalda. Ésto era síntoma de que había activado su técnica base, y estaba dispuesta a darlo todo.
Tras quedar encerrada como una sardina en una lata, Aiko descansó la mochila a su vera al sentarse en el banco. Al principio, dejó caer un suspiro y cerró los ojos. Tenía que centrarse, meterse en su papel. Tras unos instantes, se desvistió y abrió la mochila. De ésta tomó un traje que bien había preparado ella, aunque había sido confeccionado por otra persona, un traje que traería de qué hablar en éste torneo.
«Vamos allá...»
Constaba de un traje de poliéster blanco, prieto y ajustado, que llegaba desde los tobillos hasta el cuello; sin mas rasgos que una caricatura roja de una calavera en el pecho. A modo de calzado, unas botas de plataforma muy fina de caña alta, también del mismo tono blanco. Llevaba el portaobjetos atado al muslo derecho, del mismo tono que el traje, y un cinturón de cuero blanco que daba final en un broche peculiar, su bandana de kunoichi. También había tomado unos guantes de dedo completo color blanco, que cubrían hasta el antebrazo. Una bufanda larga roja recorría su cuello en un par de vueltas, y caía hacia detrás con libertad hasta llegar mas allá de su gemelo, rozando casi el suelo. Por último, y no menos importante, un pequeño antifaz que casi parecía una segunda piel, fino y elegante, sin decoro alguno salvo su color marfil.
—¡Vamos allá...!
Al poco tiempo, la puerta se abrió, como al tanto de que la chica ya estaba lista para salir a dar su espectáculo. Sin demora, la chica antepuso ambas manos y bajo ésta se materializó un mandoble de origami. Éste lucía radiante, con numerosas piezas saliendo hacia la parte terminalmente trasera, y con un filo recto que terminaba en punta arremetida hacia la trasera. Lamentablemente, éste arma pesaba bastante, demasiado quizás...
—¡Comienza el show! —se dijo a sí misma, con una seguridad envidiable.
Tomó la espada con su diestra, y comenzó a andar por el pasillo hacia donde se presuponía debía ir, el estadio de pelea. Fue avanzando sin pudor, hasta que atravesó el umbral que daba al estadio. La gente vitoreaba a los participantes, a los representados, o a los señores feudales... a saber. Lo que era irrebatible era la sensación, la sangre le hervía, la adrenalina corría a toda velocidad por sus venas.
La chica sonrió, y continuó arrastrando la pesada espada tras de sí.
Avanzó con paso firme, mientras que tras de ella la espada chirriaba lentamente, debido al peso y el roce por el suelo. Al llegar a la posición que previamente había sido marcada, pudo observar que su oponente ya había llegado. Siempre lo había dicho, el destino a veces era descabelladamente irónico...
«¿En serio...?»
No podía ser otro que su supuesto amante, no señor, no había nadie mas con quien combatir que con éste. El tipo del abanico, que seguramente también opinaba lo mismo sobre el asunto... mas aún conociendo de primera mano sobre su inmortalidad.
«¿Se atreverá a luchar?» Era el único pensamiento de la chica, que muy a su pesar, temía que su combate fuese a peligrar. Fuese por una o por otra, el combate sería de lo mas raro, al menos para el chico... ella, ella era agua de otro manantial. Tenía claros sus objetivos, y no pensaba casarse con nada ni con nadie.
Agarró con fuerza de su diestra el mandoble, lo arrastró con un movimiento brusco, y lo hincó en el suelo frente a ella. Tras ello, reposó su peso sobre el brazo, el cuál se mantenía sobre la espada. Alzó su zurda hacia Mogura, alzando el dedo pulgar. De pronto, volcó el gesto, indicando que iba a perder, mientras que sacaba la lengua a modo de burla en una mueca.
No tardó en reír, le fue imposible aguantar. —Jajajaja... que mala suerte, te ha tocado contra la única persona a la que no puedes matar o dejar inconsciente... —fanfarroneó un poco. —¿Podrás sacarme del ring?
A su alrededor, podía claramente verse como numerosas hojas de papel volaban, como envueltas en una suave brisa. Hasta el propio traje de la chica se despiezaba en éstas en algunas zonas concretas, como sus piernas, brazos o espalda. Ésto era síntoma de que había activado su técnica base, y estaba dispuesta a darlo todo.
![[Imagen: 2UsPzKd.gif]](http://i.imgur.com/2UsPzKd.gif)