7/07/2017, 11:58
Akame alzó la vista, sobresaltado ante las repentinas palabras de su compañero el Gyojin. Sí, desde luego el número de supervivientes era un dato a tener en cuenta, pero él no creía que fuese a causa del favor de Amenokami. «Estamos demasiado lejos de Arashi no Kuni, Kaido-san». Datsue no tardó en manifestar su opinión de forma tan brusca como altiva; signo evidente de que se estaba aburriendo. «¿Y quién no? Llevamos ya como una hora esperando... No recuerdo que el viaje en carro fuese tan largo», reflexionó Akame.
Pese a todo, había algo que el Uchiha seguía encontrando intrigante. O más bien... molesto. Como un picor en la nuca, una sensación incómoda y persistente que no le dejaba en paz y probablemente no lo haría hasta que le prestase la debida atención. Había algo, un detalle minúsculo, una simple hebra, algo que hilaba la madeja de sucesos aparentemente inconexos que les había llevado hasta la isla.
«Siete barcos... Datsue, Kaido, Yota, Mizuki, Yuuki, yo... y éste último superviviente».
Sus reflexiones se vieron interrumpidas cuando Datsue se excusó, levantándose y abandonando la sala. Si de algo conocía Akame a su astuto compañero, era suficiente para saber que no iba al baño. El Uchiha dedicó una mirada a Kaido que parecía querer decir «no pienso quedarme atrás», y acto seguido imitó a su compañero de Aldea.
Alcanzó a Datsue cuando uno de los criados le estaba indicando por dónde quedaba el servicio. O, al menos, el más cercano. Estaban en la entrada de la mansión, con aquellos gigantescos portones de madera abiertos de par en par y más allá las escalinatas de mármol, y más allá el sendero que bajaba por la colina hasta el pueblo.
—Datsue-kun —llamó el Uchiha, agarrando del brazo a su compañero—. La cena se me ha hecho algo pesada, ¿damos un paseo?
No parecía que ninguno de los criados fuese a detenerles.
Pese a todo, había algo que el Uchiha seguía encontrando intrigante. O más bien... molesto. Como un picor en la nuca, una sensación incómoda y persistente que no le dejaba en paz y probablemente no lo haría hasta que le prestase la debida atención. Había algo, un detalle minúsculo, una simple hebra, algo que hilaba la madeja de sucesos aparentemente inconexos que les había llevado hasta la isla.
«Siete barcos... Datsue, Kaido, Yota, Mizuki, Yuuki, yo... y éste último superviviente».
Sus reflexiones se vieron interrumpidas cuando Datsue se excusó, levantándose y abandonando la sala. Si de algo conocía Akame a su astuto compañero, era suficiente para saber que no iba al baño. El Uchiha dedicó una mirada a Kaido que parecía querer decir «no pienso quedarme atrás», y acto seguido imitó a su compañero de Aldea.
Alcanzó a Datsue cuando uno de los criados le estaba indicando por dónde quedaba el servicio. O, al menos, el más cercano. Estaban en la entrada de la mansión, con aquellos gigantescos portones de madera abiertos de par en par y más allá las escalinatas de mármol, y más allá el sendero que bajaba por la colina hasta el pueblo.
—Datsue-kun —llamó el Uchiha, agarrando del brazo a su compañero—. La cena se me ha hecho algo pesada, ¿damos un paseo?
No parecía que ninguno de los criados fuese a detenerles.