9/07/2017, 16:51
Tenía que joderse, claro que sí...
Cuando actuaba desinhibido, reticente a medir sus acciones y a usar más la boca que la cabeza, le acusaban de inhumano, bestia y similares. Sin embargo, si trataba de hacer caso al instinto de supervivencia que se suponía predominaba en situaciones como aquella, entonces le comparaban con un kusareño sin cojones.
Aquello le había tocado el orgullo, y con el filo de una dolorosa navaja. Tuvo que apretar los dientes, y así también los brazos para no abalanzarse sobre el Uchiha y demostrarle que, efectivamente, se trataba del gran Kaido, el tiburón de Amegakure; quien yacía frente a él a punto de partirle los dientes. ¿Cómo se atrevía a dudar de tan absoluta verdad, por el simple hecho de sugerir la idea de tratar semejante embrollo con el cuidado que se merece?
Cuando el dedo de Datsue le tocó el pecho, el gyojin no hizo más que mirarle fijamente. Hasta que éste se volteó, apostando por Akame y sus sueños mojados detectivescos.
—Con misterio o sin misterio, tenemos que encontrar a ese tío.
Envalentonado —aunque en lo más profundo de su corazón, yacía hasta la mierda de miedo—; tomó la delantera, y fue él quien marcó entonces el paso en el inminente descenso que les llevaría hasta el camino de la encrucijada.
—Lo vamos a encontrar, claro que sí, y le voy a martillar el cráneo a hostias hasta que escupa todo lo que sabe acerca de esta puta isla, o en su defecto, la paliza le provoque amnesia permanente —espetó, tras un bufido rabioso y otra par de buenas injurias.
Cuando actuaba desinhibido, reticente a medir sus acciones y a usar más la boca que la cabeza, le acusaban de inhumano, bestia y similares. Sin embargo, si trataba de hacer caso al instinto de supervivencia que se suponía predominaba en situaciones como aquella, entonces le comparaban con un kusareño sin cojones.
Aquello le había tocado el orgullo, y con el filo de una dolorosa navaja. Tuvo que apretar los dientes, y así también los brazos para no abalanzarse sobre el Uchiha y demostrarle que, efectivamente, se trataba del gran Kaido, el tiburón de Amegakure; quien yacía frente a él a punto de partirle los dientes. ¿Cómo se atrevía a dudar de tan absoluta verdad, por el simple hecho de sugerir la idea de tratar semejante embrollo con el cuidado que se merece?
Cuando el dedo de Datsue le tocó el pecho, el gyojin no hizo más que mirarle fijamente. Hasta que éste se volteó, apostando por Akame y sus sueños mojados detectivescos.
—Con misterio o sin misterio, tenemos que encontrar a ese tío.
Envalentonado —aunque en lo más profundo de su corazón, yacía hasta la mierda de miedo—; tomó la delantera, y fue él quien marcó entonces el paso en el inminente descenso que les llevaría hasta el camino de la encrucijada.
—Lo vamos a encontrar, claro que sí, y le voy a martillar el cráneo a hostias hasta que escupa todo lo que sabe acerca de esta puta isla, o en su defecto, la paliza le provoque amnesia permanente —espetó, tras un bufido rabioso y otra par de buenas injurias.