10/07/2017, 18:01
Akame ni siquiera terminó de escuchar al artista. Apenas éste les dió autorización para coger los documentos que guardaba en su baúl, el Uchiha casi se tiró en plancha a por los pergaminos. Estaba tan cerca de finalmente conseguir algo útil —tras meses de búsqueda— que no pensaba dejar que nadie se lo arrebatase.
Claro que nadie lo intentó.
El Uchiha pasó los siguientes días estudianto los manuscritos, comiendo de las deliciosas cocinas de Satomu y descansando. Por primera vez en todo el viaje agradecía aquel entretiempo, herido y exhausto como estaba tras la emboscada en el camino. Ese era otro punto que le seguía picando en la conciencia; ¿quién les había atacado, y por qué? Las explicaciones del señor Nishijima al respecto habían sido tan pobres que Akame empezaba a pensar que se estaba guardando algo. «Nadie contrataría a un ninja para atacar un convoy de más de dos docenas de soldados sin un buen motivo... Y mucho dinero».
Sea como fuere, su plácida rutina se vio interrumpida cuando, ya entrada la noche, recibió un mensaje de parte de su compañero de Aldea; Hagakure Kotetsu. El chico le había citado en los jardines de la mansión, y Akame no pudo sino aceptar.
El viento de la noche primaveral le sacudió el rostro cuando salió al exterior. Respiró una bocanada honda de aire puro, disfrutando de la sensación que le producía en el pecho, y luego sus ojos buscaron a Kotetsu. No tardaron en hallarle, con aquel aire místico tan propio.
—Buenas noches, Kotetsu-kun —saludó el Uchiha.
Llevaba aquella noche un kimono negro completamente, con ribetes dorados y carmesíes y el símbolo del clan Uchiha grabado en la espalda. Calzaba unas cómodas sandalias y llevaba el pelo recogido en una coleta corta. La herida de su oreja ya había sanado, aunque la mutilación permanecía; le faltaría un trozo del lóbulo derecho durante el resto de sus días.
Claro que nadie lo intentó.
El Uchiha pasó los siguientes días estudianto los manuscritos, comiendo de las deliciosas cocinas de Satomu y descansando. Por primera vez en todo el viaje agradecía aquel entretiempo, herido y exhausto como estaba tras la emboscada en el camino. Ese era otro punto que le seguía picando en la conciencia; ¿quién les había atacado, y por qué? Las explicaciones del señor Nishijima al respecto habían sido tan pobres que Akame empezaba a pensar que se estaba guardando algo. «Nadie contrataría a un ninja para atacar un convoy de más de dos docenas de soldados sin un buen motivo... Y mucho dinero».
Sea como fuere, su plácida rutina se vio interrumpida cuando, ya entrada la noche, recibió un mensaje de parte de su compañero de Aldea; Hagakure Kotetsu. El chico le había citado en los jardines de la mansión, y Akame no pudo sino aceptar.
El viento de la noche primaveral le sacudió el rostro cuando salió al exterior. Respiró una bocanada honda de aire puro, disfrutando de la sensación que le producía en el pecho, y luego sus ojos buscaron a Kotetsu. No tardaron en hallarle, con aquel aire místico tan propio.
—Buenas noches, Kotetsu-kun —saludó el Uchiha.
Llevaba aquella noche un kimono negro completamente, con ribetes dorados y carmesíes y el símbolo del clan Uchiha grabado en la espalda. Calzaba unas cómodas sandalias y llevaba el pelo recogido en una coleta corta. La herida de su oreja ya había sanado, aunque la mutilación permanecía; le faltaría un trozo del lóbulo derecho durante el resto de sus días.